Publicado en Literatura y crítica. com. José Ángel García Landa
Es
una colección de cuatro relatos sobre la guerra civil, único libro de
Alberto Méndez, publicado en 2004, poco antes de su muerte a finales de
ese año; obtuvo el Premio de la Crítica y el Premio Nacional de
Narrativa en 2005. Es un libro triste, escrito desde el punto de vista
de los perdedores, y es una especie de meditación y testimonio sobre la
derrota. No sólo política o militar: para los personajes de este libro
se convierte en una derrota existencial; han sido derrotados en sus
vidas y sus aspiraciones ya no políticas, sino familiares y personales.
Comprendemos así desde dentro parte de la experiencia de muchos
españoles a consecuencia de la guerra civil, contrastando los problemas
prácticos y la sensación claustrofóbica de los derrotados, con la
retórica hueca y las consignas de los vencedores. Es inevitable, claro,
que sólo uno de los bandos aparece retratado con rostro humano; el otro
es una caricatura—caricatura en la que se convirtió por vocación propia,
claro, por los ideales defendidos, por la hipocresía cruel con la que
se defendían, y por la retórica grotesca utilizada para defenderlos.
La
primera historia, "Primera derrota: 1939 o Si el corazón dejara de
latir", va sobre un capitán del ejército rebelde que, en la víspera de
la toma de Madrid, se rinde con
premeditación y alevosía a los republicanos derrotados; un acto
kafkiano que ni los republicanos ni los nazionales saben cómo
interpretar. Lo hizo por no participar de una victoria que consideraba
obscena:
"...
el procesado responde que ... sabe que en noviembre de 1937 el coronel
Ríos Capapé y Mohamed el Mizzian llegaron hasta la parte alta de la
calle Ferraz, en el centro de Madrid, donde sólo encontraron una
resistencia de francotiradores en retirada.
"El declarante es mandado callar y lo hace.
"Preguntado acerca de si son las gloriosas gestas del Ejército Nacional
la razón para traicionar a la Patria, responde: que no, que la
verdadera razón es que no quisimos entonces ganar la guerra al Frente
Popular.
"Preguntado que si no queríamos ganar la Gloriosa Cruzada, qué es lo
que queríamos, el procesado responde: queríamos matarlos." (27).
El
capitán Alegría termina siendo fusilado, mal fusilado, pues sobrevive, y
es rematado más adelante en otro cuento. La segunda historia, o
"Segunda derrota: 1940 o Manuscrito encontrado en el olvido" va sobre un
chaval joven que escondido en un cobertizo en la montaña ha tenido un
hijo con su novia; esta ha muerto, y el jovenzuelo, con veleidades
literarias, escribe un diario mientras pasa el invierno, al que no
sobrevivirán ni él ni el niño. Es una especie de alegoría de la muerte
de la esperanza. Aquí falla un tanto el control de simpatías del autor,
pues a mí se me hace repelente este personaje que durante días ni se
molesta en alimentar al recién nacido, concentrado en su dolor y eso sí,
escribiendo su diario (necesario para motivar la narración en primera
persona). En fin, no andaba desacertado al pensar que de todos modos
daría igual.
"Tercera
derrota: 1941 o El idioma de los muertos" es una historia de juicios
sumarísimos seguidos de sumarísimos fusilamientos. El protagonista
sobrevive porque conoció al hijo del juez militar en la cárcel de Díaz
Porlier, y le va contando a él y a su señora, haciéndose el estrecho, lo
bueno y heroico que era su hijo... hasta que harto de la pantomima,
elige decirles la verdad, que era un falsario sinvergüenza y criminal,
para que lo fusilen a él ya de una vez.
La
"Cuarta derrota: 1942 o Los girasoles ciegos" es a tres voces: el
narrador en tercera persona que cuenta la historia de un "topo"
republicano en Madrid, ocultado por su esposa en un armario con doble
fondo. También oímos la voz del que fue el niño hijo de la pareja, y la
de su profesor, un cura patético que persigue a la madre a la vez que se
azota mentalmente por los embates de la Carne. Al final, su acoso lo
llevará a descubrir al marido oculto, que se suicida despeñándose por el
patio de luces. Es quizá este cuento el más logrado por el afinado
contraste de voces, entre las experiencias vistas desde el punto de
vista del niño por una parte, la falsísima conciencia del cura, que por
lo familiar que suena desacredita totalmente a la experiencia religiosa
de los vencedores (una religión de fantoches, vamos), y por fin la
triste realidad objetiva de la opresión y el encarcelamiento mental
representativos de todo un país.
A
medida que pasaban los días, mi padre estaba cada vez más tiempo en el
armario. Llegó un momento en que mi madre y yo comíamos en la mesa de la
cocina y él en su escondite. Masticaba con una parsimonia desesperante,
como si quisiese evitar el ruido que hace el pan de centeno cuando se
muerde. Todo empezó a impregnarse de tristeza. Me sentí culpable porque
aquel armario comenzó a adquirir el olor del Metro y a mí me parecía que
eso terminaría atrayendo a los leprosos. (149).
En
fin, un memorial de la desesperación, como para recordar hoy, 70
aniversario triunfal de la guerra, la dimensión que tuvo ésta hasta lo
más hondo de las vivencias, actitudes y emociones de quienes la
vivieron. O vivimos. Porque si somos lo españoles como somos, es en gran
parte por haber crecido con estos derrotados, y con estos triunfadores.
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