Arriesgarse a amar, cuando todo nos empuja a temer el horror de la dependencia; arriesgarse a romper el silencio, cuando hablar parece haberse hecho imposible; arriesgarse a romper, para no tener que morir en vida como tantos otros; arriesgarse a reír también, cuando la victoria íntima propia de la auténtica insolencia es lo que ningún poder podrá jamás aceptar.
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