lunes, 8 de agosto de 2011

De loin, c'est l'avion





"Arrivant à la cinquantaine, nous nous demandons ce que nous allons avoir : Parkinson, Alzheimer, cancer de la thyroïde, accident de vélo ou crash d’avion. Aucun apitoiement sur nous-mêmes, juste la recherche du plus économique, de la plus simple solution. Et de loin, c’est l’avion qui a nos faveurs."
  (En Journal LittéRéticulaire)

Esto me recuerda las imitaciones de acento sudaca que hacía mi primo Paulo, "¡Qué bueno que compraron uhtedes los boletos de avión para Sinsinatti!"—Y yo aquí sin comprar boletos de avión, como si no hubiese cumplido ya los cincuenta... Habrá que empezar a considerar seriamente las otras posibilidades.

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Bits and shreds de mis sueños de esta noche. Iba en el coche de los amigos con los que hicimos la excursión ayer (que por cierto se quedaron sin batería y hubo que llamar a la grúa a arrancarlo)— y aparcaba Paco tan cerca de una pared que rascaba, aunque no parecía preocuparle mucho—era un coche granate, por cierto, no el Mercedes negro. ¿Y dónde aparcaba? Frente a una casa de esas que son familiares en los sueños pero que no deben existir en la realidad. En esta vivían en pisos distintos varias amigas a las que he perdido de vista desde hace años (aunque alguna vez reaparezcan brevemente por la vida, o por el ordenador, a modo de difuntos mal enterrados). El edificio es tan familiar que me parece realmente increíble que no exista.

Otra institución inexistente aparecía por el sueño: una librería donde cada cual tenía su sección, mezclada con los libros de venta al público, unos estantes donde guardabas los libros que querías reservar, o los que habías comprado, o los que pensabas regalar. Yo pensaba regalar una oferta de tres en uno de libros de filosofía de esa serie de SARPE de los años ochenta, pero incluso en el sueño creo que pensaba que jamás tendría oportunidad de regalárselos a nadie. De todas formas, ahí se quedaban, en mi estante propio—me temía yo que alguien los fuese a comprar entretanto. 

También miraba golosamente un libro de kiosco, con cartón promocional y todo, encuadernado en rojo claro, como aquella serie de ciencia de Muy Interesante—y éste era un análisis estilístico-retórico de algún crítico estructuralista francés sobre textos del nouveau roman— algo totalmente implausible, y sin embargo a mí me tentaba comprarlo, ya que tan promocionado lo veía. ¿Llegaría a leerlo? Me parece que se especializaba, el análisis, en el espacio que queda sin decir entre una frase y otra. En la asociación de ideas que lleva de la primera a la segunda.

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Después de una sesión de tecleo al amanecer, me vuelvo a echar y sigo soñando.  Algunas cosas desagradables: autocirugías de esas que empiezas a cortar con cuidado y luego sigues alegremente. Me acababa quitando medio dedo del pie infectado, se cortaba con las tijerillas igual que tocino, y no dolía más.... aunque luego me preguntaba qué me pondría allí, tiritas—iba buscando el agua oxigenada por el piso, pero pisando con cuidado porque igual no le iba bien el agua salada y arena: resulta que estaba subiendo la marea y estaba invadiendo el piso más de lo habitual—era el piso de Biescas, y entraba el mar por grietas debajo de las paredes. "Mira, Beatriz", decía yo, "¡hoy está llegando hasta el pasillo!"—y más que subía, Beatriz protestando con la fregona y el cubo. Pero no sé cómo de repente íbamos paseando por una institución u hospital, buscando quien me atendiera, y veíamos cómo por un hall pasaban unos chavales rodando en un carrito de llevar equipajes, de esos de aeropuerto, o igual era un carrito de golf, pegándole con un bastón a la gente según pasaban. Y a Beatriz le pegaban alegremente un bastonazo en la cabeza, antes de desaparecer por el fondo del pasillo.  Ella no le daba importancia, pero yo me cabreaba y cogía un palo de golf que había por allí, algún caddie se había dejado todos los aperos, y salía corriendo detrás, pensando, si me concentro, lograré sacudirles antes de despertarme. Y corría, y los alcanzaba y les sacudía, pero ya no estaba claro si era una fantasía o si realmente les pegaba una paliza de las de hematomas internos. El primer bastonazo en la mano, para que soltase el bastón suyo. En todo caso me despertaba llorando, en parte porque ahora sí me dolía el pie, y en parte porque estaba solo, la cuestión es que llevaba años internado en esa institución, con algún tipo de transtorno mental sin cura fácil. Además, mi padre había muerto, y eso era cierto. No será casual que estos días es su aniversario, una aparición más. La llorera también era real, aunque en sueños, porque entonces me he despertado, y he comprobado a ver si tenía lágrimas, pero no—esas sí que eran soñadas.


 
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