—La brújula de Noé; ésta es la última novela, por ahora, de Ann Tyler; no va de nadie llamado Noé, pero en casi todas las novelas con títulos simbólicos hay un pasaje en el que se explica el título. Yo los marco con subrayados verticales en el margen, suponiendo que las rayas verticales sean subrayados, y pongo "TÍTULO". Suelen ser pasajes éstos muy indicativos sobre cómo concibe el autor, autora, el sentido e intención de su novela. En este caso, el protagonista es un prejubilado llamado Liam, que intenta encontrar un sentido a una vida que se le ha quedado de repente vacía y desocupada. Y aquí viene el pasaje "TÍTULO". Un nietillo que le han dejado para que lo cuide—Liam no le tiene ningún apego, y es mutuo. El niño tiene una madre cristiana militante; está estudiando la Biblia, y le pregunta a su abuelo por el Arca de Noé, si iba a gasolina. No, no iba a gasolina...
—"¿Entonces era un velero?"
—"Pues sí, supongo que sí," dijo Liam. Aunque nunca había visto velas en las ilustraciones, ahora que lo pensaba. "En realidad," dijo, "supongo que tampoco necesitaba velas, porque no iba a ninguna parte."
—"¡Que no iba a ninguna parte!"
—"Es que no había ninguna parte a donde ir. Solo intentaba seguir a flote. Sólo iba subiendo y bajando un poquito, así que no necesitaba ni brújula, ni timón, ni sextante..."
—"¿Qué es un sextante?"
—"Creo que es algo que averigua las direcciones por las estrellas. Pero Noé no necesitaba averiguar las direcciones, porque todo el mundo estaba sumergido así que daba igual." (219-20)
—"Pues sí, supongo que sí," dijo Liam. Aunque nunca había visto velas en las ilustraciones, ahora que lo pensaba. "En realidad," dijo, "supongo que tampoco necesitaba velas, porque no iba a ninguna parte."
—"¡Que no iba a ninguna parte!"
—"Es que no había ninguna parte a donde ir. Solo intentaba seguir a flote. Sólo iba subiendo y bajando un poquito, así que no necesitaba ni brújula, ni timón, ni sextante..."
—"¿Qué es un sextante?"
—"Creo que es algo que averigua las direcciones por las estrellas. Pero Noé no necesitaba averiguar las direcciones, porque todo el mundo estaba sumergido así que daba igual." (219-20)
Bien, pues así está el personaje Liam más o menos, flotando sobre lo que se sumergió. Sólo que no lleva a nadie en su arca; ni a una pareja de monos siquiera. Se da cuenta de que su trabajo al que se ha venido dedicando le ha ido aportando cada vez menos, y que ha culminado su carrera como un prejubilado ignorado por todos, y desinteresado en realidad de la enseñanza y de la filosofía que antes le interesó. Había intentado sin éxito doctorarse, e interrumpió la carrera académica para criar niños cuando se casó. Pero es que su vida familiar tampoco ha sido un éxito. Su primera esposa murió tras una depresión postparto que les amargó el matrimonio. Su segunda esposa Barbara se divorció de él, no por nada en concreto, sino por aburrimiento, o porque no se comunicaba con él, lo consideraba un tanto encerrado en sí mismo o ausente. Y así va pasando Liam por la vida, y se enfrenta tras su jubilación al pisito en el que prevé pasar la etapa final de su vida, sin grandes expectativas.
Un par de cosas sí le ocurren. Se despierta un día en un hospital con la cabeza rota. Al parecer un ladrón le ha dado un golpe, y tiene amnesia local, no se acuerda de ese día. Liam cree que le va en algo recuperar la memoria, y consulta a un neurólogo—y por casualidad se fija en una persona que estaba en la sala de espera. Es una mujer, una acompañante que ayuda a un señor mayor a manejarse y a recordar cosas. Liam se obsesiona un tanto con ella, y busca una excusa para conocerla. Quizá ella le ayude a recordar, o tenga alguna clave para orientarlo en la vida. Y en efecto traban amistad, y hasta se enamoran un poco, dentro de sus límites y precauciones. Esto choca un poco a la familia de Liam, un poco más pendientes de él ahora que le habían dado un golpe; lo van visitando y les choca ver aparecer por allí día sí día también a la gordita Eunice.
... pero todo acaba en nada. Descubre que su enamorada, Eunice, es una persona que también va por la vida flotando, sin criterio—y que está casada, todo un chasco. No quiere a su marido Eunice, y propone dejarlo. Pero Liam se ha llevado una decepción, y es un hombre de moral matrimonial severa. Le pide a Eunice que se marche y no lo llame más. Visita algo más a su familia. A su padre, que aún vive—a buenas horas se entera de que el viejo se había sentido dolido, porque sus hijos se distanciaron de él al divorciarse de la madre de Liam, echándole la culpa de lo que no salió bien. Vuelve estos tiempos a pensar Liam en su divorcio, en su vida, en la orientación poco satisfactoria que le ha dado.... en cierto sentido, piensa, Eunice si que ha resultado ser su "recordadora". Se da cuenta de que ha pasado por la vida sin implicarse realmente en ella, "es como si nunca hubiera estado presente por completo en mi propia vida" (263). El hueco en su memoria ligado a la agresión que sufrió le hace darse cuenta de que el hueco es aún mayor: en realidad ha ido olvidando, siempre, toda su vida: "¿Dónde está el resto? ¿Dónde está todo lo demás que he olvidado: mi niñez y mi juventud, mi primer matrimonio y mi segundo matrimonio y cuando crecían mis hijas?" (241). Al lector le llegan informaciones fragmentarias sobre todo esto, igual que al propio protagonista. Y es cierto: el pasado podemos recuperarlo un poquito a veces, pero es lo que hemos olvidado, o al menos no lo tenemos presente.
Tiene Liam un sentimiento de bienestar al entrar un momento en la cocina de su ex, Barbara—pero al fin nada lleva a nada. Su familia o exfamilia (todo parece lo mismo) son tan poco afectivos como él—a pesar del nombre céltico, parecen todos ingleses en el peor sentido, desapegados, indiferentes, fríos como marmolillos. En la novela no hay iluminación ni epifanía, ni arco iris, ni baja el nivel de las aguas. Liam no reconstruye su vida espectacularmente, pero sigue a flote. Busca un trabajillo de asistente en un colegio. No vuelve a ver a Eunice, último vislumbre del amor, ni busca otra pareja. No estrecha relaciones con su familia. Le echaron. No les guarda resentimiento, pero no les tiene cariño, ni tiene gustos ni intereses en común con ellos, ni los necesita. No tiene gustos ni deseos ni afectos ni intereses, realmente—ha ido empobreciendo y limitando su vida. El final del libro se limita a constatar lo que queda al final del día, y apenas hay ironía en su valoración del personaje. La vida, realmente, no da para mucho más a fin de cuentas, una vez ha pasado uno por ella— y mejor saberlo:
"Sócrates dijo... ¿Qué es lo que dijo? Algo sobre que cuantas menos necesidades tenía, más cerca estaba de los dioses. Y en realidad Liam no necesitaba nada. Tenía un sitio pasable donde vivir, un trabajo suficientemente bueno. Un libro para leer. Un pollo en el horno. Era solvente, si no rico, y tenía buena salud. Bastante buena salud, de hecho: sin dolores de espalda, sin artritis, sin prótesis de caderas ni de rodilla. La brecha del cuero cabelludo se había curado de modo que apenas notaba una ligerísima línea en relieve, apenas más ancha que un hilo. Le había crecido el pelo otra vez para ocultarla completamente a la vista. Y la cicatriz de la palma de su mano se había encogido de modo que era sólo una especie de mella.
Casi podía convencerse a sí mismo de que nunca le habían herido". (277)
Casi podía convencerse a sí mismo de que nunca le habían herido". (277)
Igual es que es difícil de herir... La novela, para ir sobre un personaje sin interés, se lee con interés notable. Va de lo más interesante: del presente y de cómo va pasando, del pasado y lo que queda de él, de la vida cotidiana... Y si hay decepción al ver que para en nada, es una decepción buscada, significativa, y amortiguada por la inercia del propio personaje con quien nos hemos identificado. Uno se sospecha que quizá sea una desilusión, o falta de capacidad de ilusión, que nos aceche a todos, más o menos, en el presente o en el presentible. No todos somos tan carentes de rumbo como este personaje. Pero igual a fin de cuentas la única dirección no engañosa es la pura flotación en la vida, watching the wheels.
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