sábado, 12 de abril de 2025

Teilhard de Chardin - Los fundamentos y el fondo de la idea de la evolución

 

Este texto lo escribió Pierre Teilhard de Chardin en 1926, pero no se publicó hasta 1958 en La Visión du Passé. La traducción española de Carmen Castro, La visión del pasado, fue publicada por Taurus en 1966. Aquí modifico algún término para precisar mejor el sentido en español.

Es una lástima que no esté accesible en Internet este capítulo crucial sobre el desarrollo de las ideas evolucionistas, y por eso lo transcribo. Aparte, tiene conexiones muy interesantes, en concreto, con ideas sobre evolucionismo cósmico a las que les he ido dando vueltas, en concreto las de historicidad, de anclaje narrativo, y también atañen sus reflexiones a la realidad inclusiva del tiempo. Eso aparte de las cuestiones más evidentes sobre la que versa el ensayo, a saber, el evolucionismo en biología y sus posibles implicaciones teológicas, o la relación de las diversidad biológica de los seres con las características diversas y cambiantes entorno, o sea, la imbricación de fisiología, comportamiento y ecología.

Vamos, que noventa años después iba yo siguiendo algunos caminos ya transitados por Teilhard de Chardin sin saberlo yo. Al final del artículo añado algunas referencias a mis ensayos sobre evolucionismo cósmico que pueden hilarse fácilmente con las reflexiones de Teilhard de Chardin en este capítulo de La visión  del Pasado. 

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LOS FUNDAMENTOS Y EL FONDO DE LA IDEA DE LA EVOLUCIÓN

Pierre Teilhard de Chardin

(Escrito en el Golfo de Bengala, el día de la Ascensión de 1926. Inédito hasta 1958)

 

Cuanto más se profundiza para uno mismo, y cuanto más se exponen al público las perspectivas del evolucionismo biológico, más sorprenden su simplicidad, su magnitud y su evidencia: más todavía sorprende la lentitud que muestran sus adversarios para desprenderse de problemas accesorios, o mal planteados, y para considerar exactamente ya sea problemas, ya las respuestas de fondo que importaba ver. 

En estas páginas voy a intentar plantear de nuevo lo que pudiera llamarse la esencia del Transformismo; a sabe, el conjunto de hechos, los puntos de vista, de actitudes, que constituyen los fundamentos y el fondo de la mentalidad evolucionista; y me propongo mostrar que, retrotraído a esta esencia (sea cual fuere el nombre que entonces haya de dársele), el Transformismo se confunde de tal manera con la masa de tendencias y de ideas que caracterizan a la ciencia y a la conciencia modernas, que es preciso ver en él, no sólo una conquista definitiva, sino una forma inevitable del pensar humano, a la que están sometidos, sin duda, los más resueltos fijistas.

 

A) ESTRUCTURA DEL MUNDO VIVIENTE Y EXIGENCIA EVOLUCIONISTA FUNDAMENTAL

La prueba más general (podría decirse, la prueba única, inagotable) de una evolución de la Materia organizada ha de buscarse en las huellas indiscutibles de estructura que manifiesta, en su análisis, el Mundo viviente considerado como formando un Todo.

Debido a la costumbre muy natural que nos lleva a medir las cosas a la escala de nuestro cuerpo, la idea y la comprensión de organismos pluri o supraindividuales nos son menos familiares que las de los vivientes aislados. Y, sin embargo, la existencia en la Naturaleza de amplios complejos animados, se manifiesta a nosotros por fenómenos precisos, tan indiscutibles como los que caracterizan las relaciones de las partes en el interior de cada planta o de cada animal tomado separadamente. Hay una distribución y una interunión naturales de los elementos vivientes del Mundo en el tiempo y en el espacio: he aquí la constatación, cada vez mejor verificada, a la que llegan los naturalistas y los biólogos de todo orden, solicitados por los innumerables caminos de esta vieja ciencia, hoy en plena renovación, que se llama Historia Natural, y también por las demás disciplinas, todavía anónimas, o disimuladas bajo nombres filiales (Geografía botánica, Biogeografía, Química o Sociología de los grupos vivientes...), cuya lenta convergencia prepara el advenimiento de una ciencia de la Biosfera.

(Nota 1). No hace falta decir que por Biosfera no entendemos "un gran animal" destructor de las espontaneidades individuales, sino una asociación natural de individuos en una unidad cualquiera de orden superior, que sólo puede imaginarse por analogía con los que conocemos en materia de unidades naturales. La Biosfera no podrá ser más que una realidad "sui generis", a la que debe elevarse mediante un esfuerzo positivo nuestra mente para concebirla; esfuerzo análogo al que, por ejemplo, en Matemáticas ha hecho admitir (¡y con qué escándalo para la geometría euclidiana!) las magnitudes irracionales y además inconmensurables al lado de los números enteros.

Es claro que no podemos pensar en desarrollar aquí este inmenso testimonio. Pero nos contentamos con recordar sumariamente lo que se ha dicho muchas veces sobre la forma que adquiere gradualmente a nuestros ojos la Vida pasada. Hoy nadie intenta ya negar qu: de arriba abajo de la inmensa historia que se reconstituye, punto por punto, bajo el esfuerzo continuado de la Paleontología, descubrimos lo Orgánico—o, si se prefiere, la Organización de lo Organizado.

Lo Orgánico aparece primero en las relaciones aprehensibles entre el Mundo llamado puramente material y la capa viviente terrestre tomada globalmente. En efecto, por su estructura, y no por una especie de reconstrucción, la materia organizada se halla ligada a la propia arquitectura de la Tierra. Localizada en la Hidrosfera, y en la Atmósfera, es decir, en la zona del agua, del oxígeno y del ácido carbónico, hunde sus raíces en lo más hondo de las condiciones geoquímicas, nacidas de la propia evolución de nuestro planeta. En la constitución y en las leyes de los elementos celulares, vemos cómo las grandes leyes cósmicas de la gravedad, de la capilaridad, de las fuerzas moleculares, se matizan hasta adquirir modalidades particulares, en las que se señala en cierto modo la individualidad de la Tierra. Las fases originales de esta ligazón no las percibimos. Pero, a partir del momento en que la Geología nos revela las primeras huellas de la Biosfera, y podemos seguir el extraordinario ensamblaje de las dos Materias, la bruta y la organizada—ésta infiltrándose continuamente en aquélla para modificar los ciclos químicos, o conquistar las capas físicas mediante una sinergia (puesto que todavía no nos atrevemos a decir simbiosis) continua. Desde la Bacteria más microscópica a la provincia faunística mayor, la Vida nos aparece constantemente trenzada, hasta lo más hondo de sí misma, con los micro o los macro-diastrofismos de la  Tierra. Se dice a menudo que la Paleontología debería separarse de la Geología y confundirse con la Zoología. ¿No será más bien la Zoología la que, absorbida por la Geología, debería ser comprendida y tratada como una Bioestratigrafía, o como una Biogeología? Esta concrescencia de la Vida y de la Materia ha sido señalada desde hace mucho tiempo, desde siempre, sin duda. Pero estamos todavía muy lejos de haber comprendido las consecuencias enormes de este hecho, tan simple y tan compacto y, sin embargo, tan misterioso como el movimiento de los astros o la distribución de los Océanos. 

Constituida en zona natural (y no como anexo parasitario) de nuestro planeta, la Vida global tiene una fisonomía de conjunto que no es fácil de dominar, y que, además, no sabríamos como apreciar, a falta de términos de comparación. En su distribución presente, sin embargo, podemos al menos distinguir algunos caracteres generales, en los que se expresan, sea un poder de expansión y de plasticidad sorprendente, sea una ascensión general hacia más conciencia y más libertad. La Vida llena todos los dominios de sus ramos, y termina generalmente estos ramos suyos por formas en las que el sistema nervioso adquiere un máximo de complicación y de concentración. Hay ya, en este trazo general de la Biosfera, considerada en la medida de lo posible fuera y en oposición con la Materia simple, un índice muy señalado de estructura. Se descubrirá ésta con mayor claridad para nosotros si tratamos de seguirla por espacios menos extensos. 

Dejemos a un lado, para mayor simplicidad, el Universo infinitamente complejo, y tan ingenuamente simplificado por nosotros, de los seres unicelulares; y superando incluso la segregación primitiva de los Metazoarios en Plantas, Celentéreos, Insectos, etc. (otros tantos mundos entrelazados, cuyas auténticas "paralajes" todavía no hemos aprehendido), de los Vertebrados.

Inmediatamente nos sorprende un primer hecho: en este conexionarse (el departamento más fresco de la Vida, y aquel, por tanto, cuyo estudio debe servir de clave y de modelo para la comprensión de todos los demás grupos vivientes), las formas que catalogamos se disponen en capas sucesivas, cada una de las cuales ocupa por turno el conjunto de la Biosfera, antes de desaparecer más o menos completamente, sustituida por la capa siguiente. Algunas formas acorazadas pisciformes (impropiamente confundidas con los Peces), los Anfibios, los Teriomorfos, los Reptiles, los Mamíferos, y debe añadirse el Hombre (más importante que una clase, o incluso que una conexión en el equilibrio biológico), constituyen otras tantas expansiones, o mares de la Vida sobre la totalidad del Globo—expansiones distintas las unas de las otras, pero obedientes, a pesar de las discontinuidades sobre las que volveremos largamente, a una ley indiscutible de distribución. En nuestras perspectivas, por limitadas que se hallen por la brevedad del tiempo explorable, la Biosfera se renueva al menos seis veces sobre el dominio zoológico a que nos hemos limitado, lo cual supone, al menos, seis pulsaciones vitales de primer orden sobre el eje de la vida vertebrada.

Limitémonos al estudio asilado de un de estas pulsaciones. Advertiremos que se presta, a su vez, a una descomposición o distribución en partes absolutamente naturales, de las cuales las más inmediatamente aparentes son las que resultan de la armonización con un medio distinto (aire, agua, tierra, plantas, árboles, etc.), de tipo morfológico fundamental. Así se dibuja en cada engarce o clase, en respuesta a las provocaciones del medio, un sistema de líneas ("radiaciones" de los autores americanos), cuyo verticilo, especialmente reconocible en los Reptiles, los mamíferos (y en formas llamadas "artificiales", en el hombre mismo), aparece ya en los grupos menos conocidos, o más pobres, de los Teriomorfos y de los Anfibios. En realidad, los verticilos de que aquí halamos son muy complejos. Cada radio de su corona descubre, en el análisis, hallarse formado por un haz de rayos paralelos, conectado cada uno de ellos a subverticilos cada vez más elementales, producidos por la floración de los grupos de segundo, tercer orden, etc., en los que se descomponen los engarces o claves zoológicas.

De este modo, entre los Mamíferos, los cavadores pueden ser Marsupiales, Insectívoros o Roedores; los nadadores, Sirénidos, Cetáceos o Carnívoros; los solípedos, Equidos o No-ungulados (o Ungulados terciarios de América del Sur)... Pero dejemos a un lado, de momento, esta complicación, para dedicarnos al estudio de una radiación sola, lo más simple posible, en un solo Verticilo. Sigamos en el tiempo a una o a otra de estas descendencias. Comprobaremos que el tipo zoológico sobre el eje escogido varía regularmente y se especializa en un determinado sentido. Es el caso particular de las líneas filéticas (Caballos, Camellos, Elefantes, etc.), clases de curva a la que se ha venido reduciendo demasiado estrechamente el dibujo general de las transformaciones vitales.

Capas sucesivas en el seno de un mismo conjunto general, verticilos en las capas, radios filéticos en los verticilos... acabamos de pasar revista a los principales tipos de agrupación ofrecidos por las unidades vivientes complejas. Se trata ahora de entender bien esto: la ley de composición o de descomposición a la que hemos llegado, como las leyes que regulan la disposición de las redes en un cristal o la repartición de las hojas o de los reamos sobre un vegetal, es sólo una ley de recurrencia. La hemos estudiado en el caso de unidades mayores o medianas de la vida. Pero, en algunos casos favorables, es posible seguirla hasta mucho más abajo (y probablemente hasta mucho más arriba), hasta reconocer en ella una disposición "congénita" y estructural de la materia misma organizada. Cuanto mejor conocemos el grupo animal, más lo vemos resolverse en un número creciente de sucesivos abanicos, cada vez más pequeños.

La observación es especialmente interesante, y fácil de hacer en el interior del grupo humano. Porque la Humanidad está actualmente en plena vida, y porque da lugar, por sus matices delicados de razas y de culturas, a una infinidad de diferenciaciones fisio y psicolóogicas, bajo la pulsación fundamental, podemos llegar a contar un número infinito de armónicos reducidos. El hombre sin más se descompone en Hombres fósiles y en Homo sapiens; y éste en Blancos, Amarillos y Negros; y cada uno de estos gruops, a su vez, se parte en unidades étnicas de toda especie. Y hay que ir todavía más lejos. Hasta en la historia de cada familia, hasta en el desarrollo mismo de cada individuo, o incluso de cada idea en el individuo, es posible reconocer, en estado naciente, el mecanismo de dispersión, de plenitud y de relevo que regula la marcha de los mayores conjuntos vivientes que nuestra experiencia llega a dominar. El mismo trabajo de análisis sería evidentemente posible en todos los grupos zoológicos si, "cuerpos y almas", los conociéramos mejor.

Dejemos ahora las cosas consideradas en sí mismas, y volvamos al problema por lo que hace a las relaciones que ofrece con nuestro esfuerzo de investigación científica. Desde este punto de vista, todo cuanto acabamos decir puede resumirse en la afirmación siguiente: Existe una Ciencia enorme: la Sistemática, en la que avanzan desde hace más de un siglo un número progresivo de investigadores, con minuciosidad cada vez mayor en campos acrecentados constantemente. Esta Ciencia, nacida para establecer una simple clasificación nominal o lógica de los seres, bajo la presión de los hechos, se ha convertido poco a poco en una anatomía auténtica, o histología de la capa viviente terrestre. No sólo ha nacido bajo esta forma nueva, manifestándose posible de este modo, sino que no deja de fortificarse y extenderse. bajo su labor de análisis, la Biosfera se descompone hasta perderse de vista en grande y en pequeño, hasta no formar sino una inmensa red natural de elementos que se tocan o se envuelven los unos a los otros. En esta red, una vez establecida, cada forma viviente nuevamente descubierta viene a tomar un puesto que termina la continuidad del conjunto. Pues bien, esto es un éxito formidable que parece extraño no reconozcamos en su causa. Todo se clasifica: por tanto, todo se mantiene. En verdad, no es el testimo nio simple de algunos hechos aislados o fugaces, sino la vida entera de una disciplina floreciente (es decir, el control cotidiano de observaciones repetidas por millares) lo que nos lo garantiza: la masa gigantesca formada por la totalidad de los seres vivientes no constituye una asociación fortuita, o una yuxtaposición accidental; constituye un agrupamiento natural, es decir, un conjunto físicamente organizado.

Llegado a este punto en nuestra investigación, no tenemos más que dar un paso para ver descubrirse en toda su amplitud la prueba fundamental, inagotable, del transformismo, la que anunciábamos al iniciar este apartado. La Biosfera, acabamos de comprobar, se presenta como un todo construido en el que la estructura externa de los bloques anejos se prolonga en una textura interna de los elementos menores. Una conclusión se impone: la de que se está formando progresivamente. Demos a las cosas y a las palabras el giro que nos apetezca: hasta ahora sólo se ha hallado una sola manera de explicar la estructura del Mundo viviente descubierto por la Sistemática; y es ver en ella el resultado de un desarrollo, de una "evolución". La Vida en sus ramas mayores, así como en sus derivaciones más delicadas, lleva huellas evidentes de una germinación y de un crecimiento. Sobre este punto esencial ha de reconocerse el estado de espíritu a que ha llegado definitivamente la Ciencia moderna. Digámoslo porque es verdad: antes se convencerá a un botánico o a un histólogo de que los vasos de un tallo y las fibras de un músculo han sido tejidos y soldados por un hábil falsario, que no a un naturalista, consciente de las realidades que maneja, de que existe una independencia genética entre los grupos vivientes. 

(Nota 2). Léanse detenidamente los últimos ataques asestados estos años, por científicos independientes, contra las formas antiguas del Transformismo, y se verá inmediatamente que estos aparentes adversarios (por muy pluralistas que se declaren) todos ellos admiten, como presupuesto indiscutible, el hecho de que hay una Evolución (es decir, una historia ligada) de la Vida.

La masa de materia organizada con que se envuelve la Tierra ha nacido y ha crecido.

Esta proposición, para conservar la certeza que le garantizamos, evidentemente debe ser mantenida en la generalidad que le hemos dado. La evolución zoológica (esto resulta de los propios términos de nuestra demostración) no se establece definitivamente más que en la medida en que es necesaria para explicar la arquitectura de la Vida. Cuando se intenta ceñir de más cerca el problema, comienzan las vacilaciones. Exactamente, ¿cuáles son las modalidades de nacimiento y de crecimiento que han presidido el establecimiento del equilibrio actual del mundo viviente? ¿Cuantos compuestos biológicos independientes existen? Es decir, ¿cuántos phyla primordiales? ¿Cuáles son los factores internos o externos bajo cuya acción se han diferenciado y adaptado las formas? En una palabra, ¿cuáles son las expresiones particulares de la función física que, estamos seguros, liga orgánicamente los seres entre sí? Todos estos problemas permanecen todavía sin respuesta definitiva. Pero, al mismo tiempo, hay que recordarlo sin cesar, son accesorios al problema base. Se podría demoler todo cuanto hay de específico en las explicaciones darwinistas o lamarckianas de la Vida (precisamente esto, lo "específico", es lo que atacan los adversarios del Transformismo), y aun así la existencia evolucionista fundamental permanecería inscrita, más que nunca, en lo más profundo de nuestra experiencia de la Vida. No parece que sea posible justificar nuestra visión fenoménica del Universo viviente, sin apelar a la existencia de un desarrollo biológico captable: he aquí la posición de hecho, en verdad sólida, que jamás deben abandonar los defensores de la Evolución, cuando se dejan arrastrar a discusiones secundarias acerca de los "cómos" científicos, y de los "por qué" metafísicos. 

Notémoslo. Tomada en este sentido, y con esta generalidad (es decir, como testimonio universal y continuo de la Sistemática) la evolución de la materia organizada se impone independientemente de toda percepción directa de cualquier transformación vital actual. Con muchos observadores, estoy persuadido por mi parte de que sigue produciéndose la modificación de las formas zoológicas (lo mismo que el plegamiento o la dehiscencia de la corteza terrestre), y que sólo dejamos de apreciarla por su lentitud. Estoy convencido, por ejemplo, que por todas partes en torno a nosotros se están formando actualmente razas, que preparan el advenimiento de nuevas especies. 

Pero si se probase científicamente lo contrario, es decir, la inmovilidad de la Biosfera actual, seguiría siendo necesaria con todo la existencia del movimiento pasado para explicar el estado presente. 

(Nota 3. Es curioso que todavía no se haya señalado esto: la famosa objeción contra el Evolucionismo zoológico sacada del hecho de que los intentos realizados para obtener artificialmente variaciones estables de formas, generalmente no triunfan; esta objeción, digo, nada prueba, porque prueba demasiado. En efecto, tendería a hacer admitir que los cientos de miles de especies fijas, reconocidas por la Sistemática, representan otras tantas "creaciones" independientes. Ahora bien: no hay hoy día fijista que se atreva a llegar tan lejos).

Aun cuando los bancos calcáreos de los Alpes estuvieran definitivamente fijados hoy ya, no es por eso menos cierto que en su día se plegaron. Por esto, no es posible dejar de sonreír cuando se ve a ciertos investigadores que hacen depender su anuencia a las perspectivas evolutivas de los resultados de un estudio sobre la variabilidad de un musgo o de una espinaca. Estos investigadores, al menos, tienen para sí la noble excusa de hallarse absorbidos e inmersos en la fecunda minucia de sus investigaciones. Pero no sé qué puede decirse de los filósofos que pretenden elevar sobre alfileres un edificio antagónico de aquel otro que se eleva gradualmente, no sólo como hemos visto, sobre los resultados generales de toda una ciencia, sino, como vamos a ver, sobre el fundamento inmenso de todo nuestro conocimiento sensible...


B) EL TRANSFORMISMO, CASO PARTICULAR DE LA HISTORIA UNIVERSAL.

Acabamos de rechazar, breve, pero suficientemente, la objeción antievolucionista, basada sobre la fijeza aparente de las formas vivientes actuales. Otra objeción, sacada de "la ausencia de formas intermedias", debe retenernos por más tiempo, porque su examen nos va a llevar a comprender mejor la ligazón estrecha existente entre la concepción de la Vida y la estructura, no ya sólo del Mundo organizado, sino del mundo en sí. 

No puede negarse la discontinuidad de los árboles genealógicos alzados por la Sistemática; y ya hemos tenido ocasión, varias veces, en nuestros trabajos, de analizar en detalle. Incluso nuestros phyla más logrados (el de los Caballos, de los Rinocerontes, de los Elefantes, de los Camellos, por ejemplo), considerados de cerca, se muestran como formados no de una fibra única, sino compuestos por pequeños segmentos imbricados, que pertenecen a un número muy grande de líneas que se enlazan entre sí. El fenómeno se acentúa en el origen de los phyla. En las páginas que preceden nos hemos extendido mucho sobre los agrupamientos naturales en capas, verticilos, radios, que distingue en la masa de los vivientes una biología entendida como simple ciencia "de posición". Lo que entonces omitimos (por simplificar nuestra exposición) fue decir que estas diversas unidades no forman cuerpo, en el estado actual de nuestros conocimientos, más que si se prolongan indebidamente la una con la otra. Más alimentados en su extremidad, sobre todo si estas extremidades pertenecen en sí mismas a la extremidad de una rama nuevamente aparecida, los ramos zoológicos se deshojan, y luego se desvanecen rápidamente ante nosotros, en cuanto intentamos bajar por ellos hasta el punto en que se unen al tronco común. Resulta que las partes realmente conocidas del mundo animal y vegetal se nos presentan, en conjunto y en detalle, como ramos de hojas suspendidas al aire en ciertas ramas invisibles; o bien, para servirnos de otra comparación, como esos frutos de coníferas cuyas escamas se tocan, ocultando sus profundas conexiones. 

Los fijistas tienen muy en cuenta esta discontinuidad de los phyla, y por costumbre suelen ver en ella una condena a muerte para el Transformismo. Por su parte, hay aquí una ilusión. No sólo la desaparición de los pedúnculos zoológicos deja subsistir una estructura cierta de conjunto, que exige una explicación a la que el fijismo jamás intentó dar una razón científica, sino que, entendido correctamente, aparece como uno de los signos más confirmantes de la exactitud de los puntos de vista evolucionistas. El carácter lagunar de la línea filética, tan desconcertante a primera vista para los transformistas, si bien se mira, es el índice certísimo de un auténtico movimiento de crecimiento de la vida. 

Se pide a los zoólogos que muestren el primer origen de los Caballos, o de los Anfibios, o de los Reptiles. pero ¿es que se ha pedido nunca a los arqueólogos que nos traigan a la mano los orígenes de los Semitas, de los Griegos, de los Egipcios?... ¿O a los lingüistas se les han exigido los del sánscrito, del hebreo o del latín?... ¿O a los filósofos los de las corrientes principales de pensamiento, de moral o de religión? ¿O a los juristas la de los principios organizadores de la familia o de la propiedad?... Bastaría con hacer estas preguntas para que nos quedásemos atónitos al comprobar nuestra ignorancia acerca del principio de las cosas, cuyo carácter evolutivo, sin embargo, nadie pone en duda, pero cuya filiación no queda establecida de hecho por ningún documento preciso. Un lingüista ilustre me hacía observar últimamente que no sabemos cómo se han gestado las lenguas romances, de tal manera que, estrictamente hablando, no podemos demostrar con documentos escritos que el francés proceda del latín.










 

 

 

 

(Continuará....)

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