domingo, 24 de diciembre de 2023

Unamuno evolucionista

Vemos al evolucionista biológico y cultural Miguel de Unamuno en un fragmento de su artículo sobre "La enseñanza del latín en España." No sólo tenía leído a Spencer, sino que incluso habla de ese principio evolutivo tan poco teleológico al que Stephen Jay Gould denominaría "exaptación." Sin el nombre, claro.

Del por qué de las cosas suele depender su para qué; de su razón suficiente, ignorada a menudo al hombre, saca éste su inalidad, lo cual quiere decir lisa y llanamente que cuando algo persiste, el hombre busca en qué aprovecharlo, aun cuando persista sólo en virtud de inercia, así como se suele hallar nuevo empleo a un órgano que perdió su función congénita. Difícilmente se renuncia a lo que ha costado trabajo adquirir. Una de las mayores abnegaciones y de las más útiles en la ciencia es la abnegación de saber olvidar, porque sin olvido no hay progreso ni ciencia posibles. A todas horas se oye el fatal aforismo de que "el saber no ocupa lugar", al cual, aun cuando no fuera error a la letra, porque el saber ocupa lugar, se podría siempre oponer este otro: "El aprender ocupa tiempo", y el tiempo es oro. Una vez recibido el legado del latín, no había más remedio que hallarle finalidad; la generación que lo había aprendido no podía renunciar a enseñárselo a la siguiente.

(...)

La tradición de la enseñanza del latín, bastante debilitada y desprestigiada en la conciencia de la opinión pública se remozó, cobrando nueva vida, al nacer la lingüística histórico-comparativa. El pasado ha recobrado nuevo interés como germen y razón de ser del presente, la tradición como base de todo progreso. La doctrina de la evolución ha hecho que se considere todo momento como punto de un proceso en que halla su justificación, todo hecho como un producto y que se busque en el génesis de las cosas la explicación de éstas. Exponer cómo se formó esto o lo otro es dar su razón de ser y desplegar su contenido. El principio de unidad y la doctrina de la evolución son hoy las ideas madres en la ciencia. Se ha ensanchado y robustecido el concepto de la vida introduciéndose,  así como el de organismo, por todas partes; hasta tal punto de abuso, que pasan no pocas veces por explicaciones meras metáforas tomadas de la fisiología.

Las lenguas se nos han mostrado como organismos vivos, aplicándose al estudio de su proceso de vida las doctrinas generales de la evolución y el más riguroso método inductivo. Todo esto se pasa hoy de puro sabido, nadie desconoce en principio el desarrollo que alcanza el método histórico-comparativo de la filología. Y así como el Derecho romano, destronado de su posición de acabado tipo en la ideología jurídica, recobró nueva importancia merced a los trabajos de la escuela histórica, singularmente los de Savigny, y gracias no ya al Digesto, sino a su proceso de formación y a la historia del derecho, así ha adquirido la lengua latina nuevo interés al ser estudiada en su proceso formativo.

Al mismo tiempo, el proceso lingüístico refleja el del pensamiento; la gestación y crecimiento de los vocablos, los de las ideas que expresan, y hasta hay más, y es la parte principalísima que la lengua juega en la formación del pensamiento humano. La lingüística ha de ser uno de los instrumentos más eficaces, el más eficaz acaso, de la investigación psicológica, allí donde cesa el concurso de la fisiología; en la lingüística ha de buscarse una de las primeras fuentes del estudio del Allgeist, del espíritu colectivo, del alma de los pueblos y del desarrollo superior psíquico del hombre, del que debe a la sociedad (41), pues si los movimientos físicos del cuerpo son cuerpo de las sensaciones, los vocablos son cuerpo de las ideas.

Esta manera de considerar al lenguaje desde un punto de vista científico trae sus peligros, y entre ellos, el principal, que, como dice Spencer, muchos filólogos han hecho de las lenguas, queson, en fin de cuenta, instrumentos, lo que los indios asombrados de la labor del arado inglés hicieron de éste, pintándolo y erigiéndolo para adorar como ídolo un instrumento. Pero éste es mal que la ciencia misma lo cura, pues hay una verdadera virtus medicatrix scientiae y es la ciencia como la lanza aquella que curaba las heridas que hacía.

El conocimiento científico de una lengua, en su génesis y vida, hace que nos demos conciencia de lo inconciente en nosotros, y si bien es cierto que la gramática científica no nos enseña a hablar, como la fisiología no enseña a digerir, ésta sirve de base a la higiene y a la patología, que enseñan a preservar y curar enfermedades, como sirve aquélla de base a verdaderas higiene y patología lingüísticas. Esto aparte de que robustece y eleva a la inteligencia el que se dé cuenta de su íntimo funcionamiento. 

La instrucción filológica sirve para vigorizar la mente de los jóvenes y contribuye a dotarles de uno de los dones más raros, del sentido científico: pero tal instrucción hay que darla, para que sea provechosa, en concreto y en vivo, sobre hechos inmediatos, aplicada la idioma propio, al español en nuestra Patria.

El estudio del latín puede ser hoy provechosísimo si se le endereza al mejor conocimiento de nuestra propia lengua. Por esto es de alabar el que el señor ministro diga en el nuevo decreto que el objeto de los estudios de latín y castellano es de adquirir "el dominio teórico y práctico, fundado sobre el conocimiento de la matriz latina, del idioma patrio, ya en su origen y estructura íntima, ya en la composición del discurso o elocución (42), ya en el juicio elemental de las obras literarias y que introduzcan un curso de gramática comparada hispanolatina en que se desarrolle" un estudio de la derivación general fonológica y morfológica del castellano con respecto al latín. ¡Bien por el señor ministro!

Hasta ahora se llegaba a España hasta obtener el grado de doctor en Filosofía y Letras sin haber estudiado de hecho y oficialmente más castellano que el de la escuela de primeras letras, a pesar de haber en la segunda enseñanza una cátedra de Latín y Castellano, en que se repeetía el estudio de la gramática empírica de nuestra lengua. Se cursaba latín, francés, griego, hebreo o árabe y sánscrito, y apenas se oía una palabra sobre el proceso de formación de la lengua en que se pensaba. Algunos suplían de por sí la deficiencia oficial: en la Universidad Central ha venido dedicando el señor Sánchez Moguel gran parte de sus cursos de historia de la literatura española al estudio de la historia de la lengua en que esa literatura está escrita, labor benemérita, perseguida con ahínco y premiada con frutos.

Y no sólo no se estudiaba oficialmente filología románica, ni aun española, sino que en oposiciones de Latín se daba más a menudo el caso de que un opositor se corriera por los cerros de Úbeda, remontándose en comparaciones y filologiquerías más  menos aventuradas hasta las alturas del sánscrito o a las casi inaccesibles de la madre lengua ariana que el que bajara del latín al castellano; era más frecuente ascender al latin pre-clásico que descender al bajo latino; se oía hablar alguna vez del canto de los sacerdotes salios, no de los juramentos de Luis el Germánico. Y es que las maravillas de la filología comparada empezaron a descubrirse por arriba, y que antes de enseñarnos cómo se formó nuestra conjugación castellana nos hablaron de aquella tan linda tricotomía del monosilabismo, la aglutinación y la flexión, que puso en moda un filólogo hegeliano, Schleicher; y era que al saber que éramos arios nos encontramos como niños con zapatos nuevos y sin saber dónde meter nuestro arianismo.

Hay muchos que creen que la mayor utilidad científica del latín aplicado al castellano es la de hallar las etimologías de los vocablos de éste. Y aquí conviene que paremos la atención a esto de las etimologías, pues lo merece.

Está muy arraigada la manía de las etimologías y es muy frecuente creer que sin ellas apenas hay definición posible. Es tal la maldita influencia del nombre, que enquista el concepto que expresa, lo ahoga y casi mata después de haberle dado vida y no pocas veces oímos dar como objeción, en contra de una manera de entender un concepto, la de que ha roto con la etimología de su nombre. Una de las mayores ventajas del empleo del griego en el tecnicismo científico es que, como están en griego los vocablos, no sirven de ancla que sujete la idea a su primera forma, impidiéndole el desarrollo. El nombre estética se aplica hoy a una idea que no corresponde a la originaria, y es indudable que si el psico de psicología evocara en nuestra mente espontánea e inmediatamente asociaciones de ideas tan vivas, arraigadas y tenaces como las que evoca el nombre alma, la psicología habría perdido parte de sus progresos. En el nombre, que es su carne, llevan los conceptos la mancha del pecado original.

La verdadera etimología consiste en estudiar el proceso de significación de un vocablo, su semiótica, la evolución de su sentido (43). Pero, desgraciadamente, así como ha progresado tanto el conocimiento de la fonética y de la morfología de las alteraciones de los sonidos y las formas, ha adelantado poco el de la semiótica, de las alteraciones del significado. 

Es tal la preocupación por la etimología entendida a la antigua, que he oído decir a persona cultísima que es más útil el estudio del griego que el del latín, porque de aquél se sacan los términos científicos, ¿cómo si nos importara más conocer la formación, tantas veces caprichosa (44) de la jerga científica que la formación espontánea y fresca de la lengua común y cotidiana, la de las necesidades de la vida! Si el griego no sierviera más que para el tecn icismo científico, aviado estaba. 

Y dejando esta digresión, paso a indicar, lo más brevemente que pueda, los resultados, tanto generales como especiales, que produciría en la cultura de los jóvenes la enseñanza científica del proceso formativo del castellano.

Como resultados generales tendríamos su efecto en la cultura y gimnasia del espíritu. Sería un curso de verdadera lógica inductiva aplicada. A partir de hechos fácil e inmediatamente asequibles, de la lengua misma que habla, se ejercitaría al alumno en el saludable rigor del método inductivo. Así se despertaría, si es que dormía en él, el sentido científico, que, brotando del común se le opone no pocas veces, y tal vez se lograra quebrantar en él ese empeño de apelar a cada paso al sentido común, con el cual se pone en ridículo en una sociedad en la que nadie mira más que a simple vista a aquel que exponga lo que vió al microscopio (45). 

Iría a la vez aprendiendo el alumno a sujetarse a los hechos, a los hechos vivos, a buscar en ellos mismos su razón de ser, a comprender que la ciencia exige saber observar, tener paciencia y esperar a que las cosas se expliquen a sí mismas, sin forzarlas; a penetrarse, sobre todo, de esta verdad tan desconocida: que la ley no es cosa distinta del hecho. Aprendería a no deformar los hechos para plegarlos a sus ideas, sino éstas a aquéllos. ¡Como se entusiasman algunos de aquella antigua etimología de intelligere  sacándola de  intus legere, leer dentr; o de la de lex de ligare, atar, porque cuadran con sus conceptos! Y, sin embargo, tales etimologías son, científicamente, incorrectas. ¡Qué lección de método la de ver que basta ordenar las formas sucesivas de un vocablo para ver su origen, que no hay que fiarse del oído, que la apariencia engaña! (46).

El estudio de la evolución lingüística serviría, además, para sacudirse de la ideología lingüística, lo cual contribuiría a quebrantar el prestigio de toda ideología. El darse cuenta de que la relación entre el género gramatical y el sexo de los animales es una relación secundaria y accidental, ¿no es una brecha abierta en la ideología?

Además de todo esto, los principios de la evolución orgánica, la lucha por la vida, la adaptación al medio, la selección, la desaparición de los intermedios, la correlación de partes, la instabilidad de lo homogéneo, etc., todo ello se ve en la lingüística con menos trabajo que en la botánica o en la zoología, porque se dispone más a mano de elementos más manejables. Con un encerado y una colección de textos basta para las experimentaciones y observaciones que conducen a conocer en vivo la ley de la evolución. ¡Qué fecundas enseñanzas las que se desprenden del estudio de los sufijos de derivación muertos y vivos, de los sufijos latinos que al perder su función, su aplicabilidad a nuevos casos se han atrofiado en castellano, donde forman con el nombre a que se unen una compacta unidad indisoluble!

Y si vamos al estudio de la evolución del sentido de los vocablos, se abren nuevos horizontes. Aquí los hechos son palpitantes de vida, los cambios se verifican ante nosotros, en pocos años.

Tomemos un ejemplo, el vocablo persona: ¡qué de enseñanzas en el proces ode su significación desde que se designaba una bocina de resonancia, luego lo que iba unido a la careta que usaban los actores romanos y la careta misma, más tarde el personaje representado en el drama, después el papel que representamos en la escena de la sociedad humana y, por último, en el escenario de nuestra propia conciencia.


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