martes, 8 de agosto de 2023

La herejía alemana

Según Ramiro de Maeztu, en La Crisis del Humanismo (1916):


"Si me pedís que explique la razón de que hombres cultos se dejaran arrojar como piedras a las trincheras de Verdun, sin que les estimulase el convencimiento de que peleaban por una causa justa, como en la guerra contra Napoleón, os responderé en dos palabras: la herejía de Hegel.

En el pasaje más grandioso de San Pablo, que la Iglesia ha recogido en el dogma de la resurrección de la carne, se nos promete que, en el día del Juicio el hombre carnal resurgirá convertido en el hombre espiritual. Intrigado por este misterio del hombre espiritual, Irineo dijo que el espíritu es la unidad del cuerpo y del alma. Esta unidad es el eterno ideal del cristiano. Mas para Hegel no es un ideal, sino una realidad. Su filosofía es la del espíritu; el espíritu es ya un hecho: se afirma a sí mismo en el hombre, se objetiva en el Estado, y se hace absoluto en el arte, en la filosofía y en la religión. A esta afirmación central de Hegel no es posible hallar origen científico. Y por ello ha de emplazarse en la historia de las grandes herejías.

A ella pertenece también el error inicial de Kant. Según Kant es heterónoma la acción que el Estado nos impone, por contraste con la acción autónoma o libre del individuo. La razón de este contraste es que Kant cree en la existencia de cosas en sí. Ello le hace distinguir entre los actos que ejecutamos espontáneamente y los que ejecutamos por presión externa. Estos son legales; aquéllos, morales. En el idealismo (o espiritualismo) absoluto de Hegel no hay cosas en sí. Por eso su ética empieza en la legalidad y culmina en el Estado. Todo es autónomo.Las cosas mismas no son más que la negación de la idea al salir de sí misma. Pero el inventor de este concepto de autonomía no fue Hegel, sino Kant, al afirmar que la ética no se fundaba en el concepto de lo bueno, sino en la autonomía de la voluntad, es decir, al identificar la bondad con la libertad del agente y mantener, frente a toda evidencia, que toda acción libre es buena porque es libre.

Es característico de toda ética formal, sea de Kant, sea de Hegel, el valorar las acciones no por la propiedad que tengan éstas de ser buenas o malas, sino porque el actor es o no libre. Si el actor, individuo o Estado, es libre, la acción es buena. Ya se ha dicho que esta moral ensoberbece y desmoraliza al hombre, haciéndole imaginarse que no necesita más que sacudirse los obstáculos que se oponen a la realización de su albedrío, para convertirse en un arcángel. Lo que no se ha dicho, que yo sepa, es que esta ética formal, con su culto de la autonomía, tiene por consecuencia necesaria el culto de la fuerza. ¿Por qué? Porque autonomía es la facultad de obrar con espontaneidad, lo que supone capacidad de resistir los impulsos externos. Esta capacidad supone fuerza. Es verdad que la ética formal puede ser interpretada en un sentido individualista. En este caso nos moverá a desear no que el individuo haga el bien, sino que sea el amo, que tenga fuerza. El resultado práctico de esta moral será una sociedad en la que los individuos sólo se cuiden de aumentar su fuerza, y como a cada individuo no le interesa más que la suya propia, y ésta se aumenta más fácilmente que de otro modo obligando al prójimo a servirla, llegaremos por este camina a la guerra de cada uno contra cada uno, que es el carácter distintivo, según Hobbes, del Estado natural. Pero si damos a la ética formal la interpretación hegeliana, nuestro ideal será un Estado que tampoco se cuidará de hacer el bien, sino únicamente de ser amo, de asegurar su autonomía y de aumentar su poder. Y como el Estado no tiene voluntad, ni aun existencia, el resultado práctico de este ideal será una sociedad en que la voluntad de los gobernantes—que llamarán a su ambición voluntad de Estado—reinará despóticamente sobre la de los gobernados, ya que éstos no solamente se hallarán materialmente sujetos a la maquinaria gobernante, sino que también estarán sujetos a ella moralmente, porque habrán sido educados en la idea de que la primera de las virtudes es la obediencia al Estado, cosa que en realidad no significa más que obediencia a los gobernantes.

Ahora bien, un estado basado en la suprema autonomía de los gobernantes, que implica la absoluta obediencia de los gobernantes, acabaría inevitablemente por destruirse a sí mismo si se hallase solo en el mundo, porque sus masas populares se sentirían aniquiladas no tanto por la opresión, como por la falta de esperanza de mejorar jamás su suerte, y una vez que las masas populares se sintieran descorazonadas, los gobernantes se quedarían sin gobernados o con una multitud de parias tan completamente desalentados por la carencia de esperanza de llegar a ser nunca gobernantes, que no les quedaría ni la ambición ni la vitalidad necesarias para ejecutar los menesteres de la vida industrial cotidiana. No hay hombre capaz de servir una máquina ocho horas diarias durante diez años si no le alienta la vaga esperanza de salir de su cárcel algún día. Un Estado semejante no puede mantenerse sino en lucha constante contra otros Estados, y alimentando incesantemente entre las clases gobernadas el ideal de conquistar e incorporarse otros Estados, porque es sólo con el progresivo ensanche de sus fronteras como se hace posible la extensión de sus clases gobernantes, con lo cual se puede dar a los oprimidos la esperanza de que se conviertan algún día en opresores de los extranjeros conquistados. Tal ha sido el secreto de la vitalidad de Prusia. Su historia es una sucesión de expansiones, en círculos concéntricos de dominación, que abre hasta a los prusianos peor tratados el horizonte de llegar a convertirse en tiranos de los países que serán objeto de la próxima conquista. Y la ética formal contribuye también a la realización de esta expansión incesante, en cuanto que contribuye a unir a los gobernados bajo el poder de los gobernantes, y es sabido que la unión hace la fuerza, sobre todo en la guerra.

Tenemos, frente a frente, dos interpretaciones posibles de la ética formal: la autoritaria o "estatista" y la liberal o individualista. La primera producirá sociedades que sólo pensarán en aumentar el poder del Estado, es decir, de los gobernantes, y la segunda, sociedades que sólo pensarán en aumentar el poder de los individuos en general. En caso de conflicto entre ambos tipos de sociedades, la victoria sería indefectiblemente para la autoritaria, y la derrota para la individualista, por la sencilla razón de que las fuerzas de la primera estarían unidas y las de la segunda, desunidas. Pero este conflicto es imaginario, porque una sociedad puramente individualista no ha existido nunca, ni es posible que exista."


 

 

(Ed. Almar, 101) 

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