El Nuevo Régimen de la escritura pública
Publicado en Netiqueta. com. José Ángel García Landa
Interesante artículo en el New York Times sobre
los rectores y directores de centro que abren un blog. A veces hasta
con comentarios; qué atrevidos. Claro que van con bastantes pies de
plomo en lo que escriben, faltaría más.
Un
blog puede ser cualquier cosa, o sea que "abrir un blog" en sí no
quiere decir nada. Puede ser desde una sonrisa profidén que muestre la
cara oficial (y perfecta por tanto) de la Universidad, hasta una cosa obscena,
impresentable en público, y que metería a un personaje con cargo de
gobierno académico en una serie de problemas que harían parecer
chiquitos a los que ya tienen de entrada.
Yo
no tengo ningún cargo, y sin embargo sé que llegará el momento en el
que el blog me cree algún tipo de problemas profesionales, no sé si
serios o no. Para saberlo no hay que ver sino la hiperprudencia con la
que un medio de comunicación tan fascinante como éste (me refiero ahora a
los blogs en general, no sólo al mío) ha sido recibido en la pacata
universidad. Los académicos, con muy contadas excepciones, no se abren
blogs. Y de hacerlo, optan naturalmente por el blog especializado en un
tema (en los blogs, por ejemplo, o en los libros), no por el blog blog,
esa cosa que va de todo y de nada. Supongo que mucho es cuestión de
carácter, o de unos rituales de vigilancia mutua que ya se internalizan
desde los tiempos del aula. Vigilancia mutua, digo, y a la vez miedo a
la vigilancia mutua, que las dos cosas van juntas. Tampoco creo que sean
cosas exclusivas de los académicos, claro. En cualquier pequeña
sociedad laboral puede resultar la convivencia alterada cuando no se
observan de la manera acostumbrada las pequeñas hipocresías que hacen
tolerable la vida en sociedad y van engrasando los mecanismos del trato
comunicativo.
No
digo que los blogs escapen a este régimen de vigilancia, secretismo, y
de verdades oficiales. Lo observan a su manera, por supuesto. Yo, por
ejemplo, no me pongo aquí a pregonar todo lo que se me pasa por la
cabeza ni a decir lo que pienso de todo el mundo con nombres y
apellidos, faltaría más. Se siguen protocolos. A lo que voy es que la
existencia de los blogs hace que los protocolos se desplacen, siquiera
ligeramente (ligeramente de momento, al ser pocos los blogs; más a
medida que vaya cogiendo fuerza este nuevo régimen de la escritura pública).
Como
sucedió con el correo electrónico, los blogs alteran el orden existente
entre la oralidad y la escritura. Hay dos dimensiones importantes:
cuestiones de tono, informalidad e intimidad, y cuestiones de
accesibilidad y publicidad. En el caso del e-mail, se ha comentado mucho
la manera en que se incorpora de una nueva manera el lenguaje hablado a
la escritura; los protocolos escritos tradicionales de las cartas
quedan trastocados, y a veces los intercambios se aproximan mucho más a
una conversación informal. Lo cual puede acarrear problemas de protocolo
comunicativo, cortesía... También en los blogs la informalidad
espontánea con que se redactan puede resultar ofensiva o descortés para
muchos, aunque no sea más que por la superposición de temas y de
perspectivas que se dan en el blog blog, y no digamos por la posibilidad
de comentarios anónimos públicos... Los trolls, desde luego, explotan
todas las posibilidades de descortesía que tiene el medio, dándole al
bloguero, digamos, taza y media de su propio caldo.
Pero
aún más que las cuestiones de tono, el régimen de las comunicaciones
queda alterado por el nuevo acceso a la comunicación múltiple y masiva
por parte de los individuos. Aún recuerdo la ira de un anterior director
de departamento nuestro al descubrir que no tenía manera de controlar
las comunicaciones por correo electrónico, y que de la misma manera que
él podía enviar a todos los colegas una circular, podía hacerlo yo mismo
con un mensaje que quisiese comunicarles, y sin solicitar su
autorización. Casi temor reverencial despiertan las posibilidades de
esta nueva situación: de ahí que sean contadísimos los casos, por
ejemplo, en los que alguien envía una comunicación de carácter dudoso o
problemático a una lista de distribución. (Un problema de esa índole dio
lugar a la creación del Rincón de Opinión de la Universidad de
Zaragoza, donde casi nadie menos yo mismo opina). Otro ejemplo de este
temor reverencial al nuevo régimen comunicativo podría ser que a pesar
de ventilarse en mi blog cuestiones polémicas a veces sobre cuestiones
de trabajo, y ser bastante bien conocido (y el único medio público en el
que se habla de estas cuestiones) jamás ningún colega pone comentarios
ni a favor ni en contra de mi opinion (ni siquiera anónimamente, creo).
Podría interpretarse como un caso de "a palabras necias, oídos sordos",
claro, pero creo que no cabe la cuestión en esos términos únicamente.
Existe miedo, miedo por una parte a la opinión libre en la Universidad, y
miedo por otra al nuevo régimen de comunicaciones, por lo que tiene de
desconocido, de protocolos fluidos, de identidades problemáticas, de
consecuencias imprevisibles.
Hasta
hace poco, que algo apareciese por escrito y en público requería que el
interesado dispusiese de imprenta y servicio de distribución propio, o
que fuese el director de un periódico—o que el escrito fuese filtrado
previamente por los protocolos editoriales y censura preventiva de los
periodistas y editores. Por ejemplo, a mí hace unos años, durante una
huelga, un grupo de matones sindicales bloqueó la entrada a la Facultad y
me impidió entrar. Yo dirigí una carta de protesta al Rector, que fue
ignorada, y al director del Heraldo de Aragón; también fue ignorada, a pesar de que al director del Heraldo,
que era profesor de la Facultad, le podía haber preocupado que grupos
de matones bloqueasen la entrada a su Facultad. O el Rector podía haber
protestado ante los sindicatos en cuestión, como yo le sugería. El caso
es que se consideró irrelevante (—matones, pschá); y ahí quedó la cosa, y
yo con mi enfado. Hoy por lo menos lo ventilaría en mi blog, y con eso
que me quedaría probablemente, pero al menos mi narración de los hechos
no habría sufrido la censura previa a su publicación.
Claro
que aunque en los blogs la expresión sea más libre, no es que carezcan
por completo de mediación. Y también antes uno podía fotocopiarse
octavillas, o escribirlas a mano, y repartirlas en la vía pública para
dar a conocer sus opiniones, con lo cual se convertía en un personaje
mentalmente desharrapado y de dudosa reputación. Los blogueros que
despotricamos demasiado nos vemos relegados un tanto a ese papel, sobre
todo si nuestras quejas se vuelven personales. Una nueva tecnología no
supone de por sí una alteración súbita del sistema de jerarquización del
valor de las enunciaciones. Y
sin embargo el nuevo régimen de la escritura y de las comunicaciones
existe, y no puede sino influir en ese orden público de la comunicación.
Los blogs no van a desaparecer: en todo caso se van enriqueciendo,
volviéndose multimedia, incorporando sonido, imágenes, con sistemas de
tratamiento también cada vez más personalizados (como ha sido
personalizado el sistema de publicación). Así que me temo que la
estrategia de hacer como que no existen... tiene un recorrido limitado.
Predigo, en su lugar, que pasaremos a una mayor regulación de los
protocolos, como ha hecho la BBC (Pink Blogging Allowed). Los profesionales viviremos en China,
con obligación de identificarnos in propria persona en los blogs. Y se
establecerá de modo detallado qué tipo de expresiones, contenidos,
alusiones, imágenes y temáticas son aceptables.
Los
pies de plomo con los que la academia (y la empresa, pronto lo mismo)
han recibido las nuevas tecnologías (ni hablar, ni ver, ni oír), son ya
una anticipación de ese Nuevo Orden, que será, en muchas cosas básicas,
parecido al viejo. El Gran Hermano de Orwell no es una cosa del pasado,
de 1984. Es, como bien sabía Orwell, una cosa del presente, y del futuro
que nos espera siendo el presente el que es.
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