Ayer, durante el alarde independentista catalán, la million men march de Mas y Pujol,
se reunían unos centenares de melancólicos intelectuales Madrid, como
parte de la escasa respuesta al baño de muchedumbres por parte de la
supuesta mayoría. Decía Cayetana Álvarez de Toledo en su alocución, "A
estas horas desfilan las masas en Barcelona formando una V gigantesca. Victoria, dicen. Vergüenza,
decimos." Fue en efecto
una ocasión bastante propicia para la vergüenza, propia y ajena. Un
montaje digno de la China de Mao, con los capos y Grandes Timoneles
contemplando el acto (sin asistir a él) y viendo por la tele cómo sus masas uniformadas
hacen figuritas de colores, movidas a distancia, con el cerebro
perfectamente lavado. Bien, siempre llega un día después, y hay que
aterrizar en la realidad cotidiana, y Cataluña no ha despegado del suelo en una apoteosis de autoidentidad, ni se ha ido
flotando por el aire. Hale, a currar.
Pero también
da vergüenza, y algo de pena, la nula reacción, la indiferencia total,
de quienes ven que pasan estas cosas y se creen que no pasa nada, y que piensan que con ignorarlas está todo arreglado. Semejantes patologías sociales
son señales de que algo va muy mal, y de que puede acabar peor aún.
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