Dice mi chica rusa Retrospection,
"Я и не догадывалась, что есть такая примета: Когда ты резко вздрагиваешь, значит, кто-то думает о тебе."
En Rusia te estremeces de repente cuando piensan en ti (o cuando coges frío, supongo); aquí te pitan los oídos cuando hablan de ti. Debemos tener un pitido de fondo continuo, algunos, una música cósmica de esas que ya no se oyen, igual que no se oye lo que dicen de uno, aunque nos rodee como una nube espesa esa masa de palabras y comentarios, justo fuera de nuestro alcance.
Ahora las Redes Sociales (las electrónicas, digo, además de las otras) mantienen o potencian la ilusión de que sabemos lo que se dice o se piensa de nosotros. Tanto más que nos engañamos. Es la ilusión de todos los días, como la ONCE (la organización de ciegos, o de ciegos simulados). La ilusión que se cumple certeramente. Pero ya se sabe, o se ejerce cuando no se sabe: "Where ignorance is bliss, 'tis folly to be wise."
Y es que no podríamos soportarlo, si supiésemos realmente lo que se dice por allí de nosotros, las opiniones que se vierten de boca a oído nuestros conocidos y medio conocidos y remotos orbitantes. Y los íntimos y familiares. Por no hablar de lo que piensan y no dicen—ahí sí que se aplica eso de T. S. Eliot de que los humanos no podemos soportar demasiada realidad. Por suerte vivimos en una versión de la realidad más a nuestra medida, recortadita, una burbuja de información que confundimos con la información realmente existente. De la que nadie dispone, por otra parte.
Pero los efectos nos llegan, si bien atenuados. No es otra la misión de las opiniones sobre nosotros—el Castigo. El castigo infligido por los demás, que oscila, según los sociobiólogos, entre la pena de cotilleo y la pena de muerte.
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