El poeta irremediable
Edgar Allan Poe (1809-1849), el "poeta irremediable", busca una luz fatídica y misteriosa para iluminar sus portentosas experiencias y para profundizar en los abismos del alma humana.
En 1842 publicaba uno de sus poemas, en que figuraba este fragmento:
las fibras de cuyo corazón forman un laúd.
Nadie canta tan asombrosamente bien
como el ángel Israfel
y las indecisas estrellas —según dicen—
cesan en sus himnos, presas por el encanto
de su voz, enmudecidas....
...Si yo pudiera residir
donde Israfel
reside y se personifica en mí,
quizá no cantase tan singularmente bien
una melodía humana,
y una nota más intensa que ésta
volara de mi lira hasta el cielo.
En este poema se reconoce en el acto un tono y una vibración
espirituales ausentes en toda la versificación americana anterior.
Poe escribió, además, otros poemas, una novela, Las aventuras de Arthur Gordon Pym
(1838), y numerosos cuentos y relatos, reunidos ahora bajo el título de
Historias Extraordinarias,
que Baudelaire comenzó a traducir a partir de 1848, aunque los críticos
americanos seguían y siguen permaneciendo indiferentes a ellas. "Es un
mal escritor, que debe su popularidad a un accidente pasajero", dice
Yvor Winters, comentario que sólo concierne a Poe como poeta. Sus
historias no son más que relatos populares. En cuanto al hombre en
sí... Dos días después de su muerte, el New York Tribune
publicaba un artículo bilioso que decía: "pocos le echarán de menos,
pues aunque tenía algunos lectores, contaba con pocos o con ningún
amigo". En su opinión, la sociedad sólo estaba compuesta de canallas.
No soportaba la contradicción. Ignoraba la delicadeza moral. En
resumen, era un vulgar ambicioso, un hombre "diferente" y, por lo
tanto, peligroso, en doloroso desacuerdo con su país, al que osaba
juzgar y condenar.
Baudelaire presentía en Poe a un poeta de vida espiritual intensa en
exceso, de una lucidez demasiado grande, para que pudiera acomodarse a
"esta inmensa barbarie alumbrada con gas" que era América. En julio de
1856, los hermanos Goncourt descubrían su obra artística y declaraban:
"Una literatura nueva, la literatura del siglo XX... Por fin la novela
del futuro dedicada a contar más la historia de cuanto ocurre en el
cerebro de la humanidad que lo que siente su corazón". Y más tarde, el
francés-norteamericano Julien Green escribía unas frases que plantean
de modo definitivo el caso trágico de un hombre que se sabía "poeta
irremediable" en un país que negaba al poeta el derecho a profetizar.
Su vida es una novela trágica y desconcertante. Hijo de actores,
huérfano a los tres años y adoptado por una familia burguesa de
Richmond, recibe una educación distinguida en colegios ingleses y
norteamericanos, y rompe al fin sus relaciones con su familia adoptiva.
A los dieciocho años de edad se alista en el ejército, es sargento
mayor apenas cumplidos veinte años e ingresa en la Academia de West
Point, pero al fin es expulsado de allí. Comienza entonces una dolorosa
existencia de vagabundo elegante, periodista, poeta y narrador de
cuentos, perpetuamente borracho y quizá también entregado a los
estupefacientes. Se casa a los veintisiete años de edad con una
muchacha que sólo contaba catorce y, cuando ella muere diez años
después, debe defenderse de vagas acusaciones de crueldad. Colabora en
diversas publicaciones, alcanza el éxito e incluso la fama, pero se
arruina, bebe incesantemente y cae en una manía persecutoria, intenta
suicidarse, pierde cada vez más su equilibrio mental, si no el juicio,
y muere de "delirium tremens" en el hospital de Baltimore el 9 de
octubre de 1849.
Edgar
A. Poe, un escritor maldito
Aun con toda su aridez, los citados datos biográficos señalan un
destino: un hombre afectado por circunstancias particulares, pero que
no logró hallar en la sociedad en que viviía las respuestas, los
valores, el contorno que le hubieran permitido reconstruirse tal como
él desearea: feliz y equilibrado, dueño de su vida y de su pensamiento.
Se percataba de ello y en toda su obra intenta explicarlo: no deleitándose
en la descripción de su infierno, sino poniendo de relieve sus
esfuerzos para salir de él.
Poe navega contra la corriente literaria de su época. Hace justicia a
Cooper y a Irving, aunque no crea en su genio, pero debate contra sus
epígonos Cooke, Coob, Southworth, Holmes e Ingraham, simples románticos
aficionados, que mezclan lo real, lo novelesco y los convencionalismos.
A las "novelas-río" de moda, Poe opone "la literatura de revista", o
semanario, cuyo éxito popular, según él, no significa, "como suponen
algunos críticos, una decadencia del gusto", sino que es "un genio de
nuestro tiempo, de una época en que los hombres sienten necesidad de
cosas breves, escuetas y bien digeridas". En este caso no se trata
simplemente de una estética de la concisión opuesta a una estética de
la incontinencia verbal, sino del papel que debe desempeñar el escritor
ante las necesidades del público.
El mundo norteamericano en erupción, creador y destructor, triturador de cuerpos y almas, hace sentir como nunca lo que la vida acarrea consigo de misterio, de desorden y de abismos aparentemente insondables. Describir y amplificar no sirve para nada e incluso perjudica y mixtifica. En lugar de dejarse arrastrar por las olas, es preciso dominarlas, explicar su poder y su pretendida fantasía. No es tarea fácil y el público se resiste a ello. A partir de aquí, lo fantástico, casi el mundo del ocultismo, los prolegómenos de la ciencia-ficción, permiten al autor expresar libremente —aunque esta libertad procura revestirse prudente y púdica de complejos simbolismos— cosas que de otra manera desencadenarían sobre él la reprobación pública y quizá la cárcel. El lector, por su parte, puede no comprender nada o fingir que no lo entiende, al propio tiempo que se divierte con la fantasía y la habilidad asombrosas del prestidigitador.
Siendo tan compleja la realidad y los medios de tener contacto con ella tan difíciles de dominar, el poeta compone "una crónica de sensaciones más que de hechos", como dice el propio Poe en Berenice, renunciando a analizar despiadadamente las sensaciones. En La esfinge, el héroe divisa un monstruo que desciende por la colina: es un insecto deslizándose sobre un cristal. Rasgo que bien pudiera ser una de las claves principales de la obra de Poe. Se le considera, además, acertadamente, como uno de los patriarcas de la novela policíaca clásica: aquella en que el autor expone un enigma aparentemente insoluble que resolverá más tarde, únicamente mediante la inteligencia y la lógica, y demostrando que, de hecho, el lector disponía, desde la exposición de los datos, de todos los elementos necesarios para para solucionarlo por sí mismo.
Su novela Doble asesinato en la calle Morgue encaja perfectamente en esta idea, si bien sus demás relatos lo confirman: Ligeia, El escarabajo de oro, La caída de la casa Usher, El corazón revelador, El gato negro, William Wilson, El descenso al Maëlstrom, La carta robada, citando a propósito los que el propio Poe señaló como mejores. Nada hay en ellos sobrenatural ni fuerzas ocultas o misteriosas al margen del espíritu y la voluntad del ser humano. El hombre es libre y su destino aparece siempre determinado por la calidad de su raciocinio. El El escarabajo de oro, el protagonista razona adecuadamente y es recompensado por el triunfo y la fortuna; en El gato negro no lo hace así y es castigado con la muerte. Poe intenta demostrar y demostrarse a la vez que el destino es un mecanismo; ahora bien, un mecanismo estropeado puede ser reparado. Con una audacia que no excluye el terror, sino que lo incluye, por sentise débil, vulnerable y desarmado. Poe se enfrenta con lo desconocido, se deja fascinar por ello y lo expresa, en consecuencia.
Se podrá argüir que se trata sólo de símbolos, pero éstos son a veces tan densos y abrumadores que el espíritu del poeta irremediablemente escapa al dominio del "racionalista irremediable" y la lógica matemática ya no basta. Entonces todo aparece blanco como en Gordon Pym. El blanco es el color del vértigo, y Poe explica en vano que es una ilusión óptica y el resultado aparente de la fusión de los demás colores cuando se mueven con mucha rapidez. También procura evadirse: en la poesía que con él deja de ser discurso coherente, versificación y juego lírico, para convertirse en ejecutoria de la locura; evasión en el alcohol y finalmente en aquella muerte tan evocada. Poe muere vencido, o quizá debiera decirse, más exactamente, reducido a la impotencia, aunque sin haber cedido: como lo había escrito simbólicamente en Gordon Pym, convertido en libro de lectura para jóvenes a consecuencia—como en caso del Gulliver de Swift—de un malentendido:
Podría considerarse a Poe como un "caso" literario y patológico, si fuera el único en navegar en esta misteriosa embarcación arrastrada por una misteriosa corriente hacia la inmensa figura blanca que no sabemos si representa a Dios o a algún abominable cero matemático. Pero Poe tenía otros compañeros: prácticamente, todos los grandes escritores de su época.
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