Un par de notas sobre la retrospección crítica en el "Juicio crítico de las obras de Feijóo" de Concepción Arenal (1877). La primera, sobre la distancia temporal que separa al crítico del autor que critica:
Para disminuir la responsabilidad del crítico y su vanagloria, para salvarle de las sospechas de osado y recordarle el deber de la modestia, debemos observar que la superioridad, cuando la tiene respecto del criticado, no suele ser suya sino del tiempo en que vive. El crítico, pues, cuando no es mordaz ni apasionado, ni ligero, no puede considerarse como un individuo aislado, sino como el poderhabiente de una época, con la superioridad de todos los conocimientos acumulados hasta ella, de modo que, sin dejar de ser modesto, proclama con firmeza las verdades que él sabe tal vez con poco trabajo suyo, que no pudieron saber aquellos a quienes juzga.
Así, pues, nuestra personalidad desaparece al hacer el juicio crítico de Feijóo, y casi estamos por decir que también la suya con ser tan fuerte y marcada, transformándose de un hombre en un siglo. Tal vez no ha existido escritor que, más que Feijóo, haya dado idea de su país y de su época.
Y una observación sobre la autojustificación o disonancia cognitiva que lleva a autores como Feijóo a erigir un sistema (sistema incoherente, o delirio de la razón) a partir de una serie de incoherencias insalvables, en este caso entre el dogma religioso y el razonamiento crítico:
Cuando un hombre tiene un noble corazón, una conciencia recta, un claro entendimiento, es difícil, si no imposible, esterilizar estas grandes cualidades y extinguir para siempre la luz que le ilumina.
He aquí, a nuestro parecer, por qué Feijóo, se eleva y cae, incurre en extrañas contradicciones, despide resplandores y nos deja en oscuridad.
El hombre, entre sus nobles condiciones, tiene una que en gran manera le distingue y le enaltece: es naturalmente razonador. En los manicomios, puede observarse que hasta los dementes procuran explicar y razonar sus locuras. El espíritu humano, unidad poderosa que armoniza sus varias facultades, es influido a la vez que influye en ellas, determinando su ejercicio tendencias, resoluciones, hábitos. Cuando se somete la conciencia y el entendimiento a la autoridad, la razón quiere abonar aquello que se recibe como bueno. Nuestra naturaleza activa y racional, no puede resignarse a vivir pasivamente y obrar fuera de razón, y después de haber tenido la desdicha de admitir el error, siente el fuerte impulso de probar que no lo es, y la necesidad de creerlo; es noble condición suya el deseo de legitimar sus actos. Así sucede a veces, que cuando más discurre, más se extravía; cuando más se eleva, cae de más alto; y la razón sucumbe, como esos hombres que, por salvar a otro perecen ellos también en una atmósfera irrespirable; así sucede también que una práctica predispone a una teoría, una opinión a un sistema, y la marcha del espíritu por vía determinada, a encaminarse siempre en aquella dirección y a la creencia de que es la mejor o la única.
Comprendiéndolo así, comprendemos a Feijóo...
El estudio de esta personalidad enérgica y poderosa, nos demuestra los estragos intelectuales que puede hacer la autoridad en un alma que a ella se somete incondicionalmente, y cuán necesario es que todo entendimiento y toda conciencia sean respetados en su derecho y libres en su esfera de acción; nos demuestra que la obediencia no debe convertirse nunca en servidumbre, ni el tributo en vasallaje, ni el respeto en idolatría; porque si en la sumisión sin límites quedan tan deformados los espíritus fuertes, ¿qué no debe temerse de los débiles?....
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