Los demás forman al hombre; yo lo describo y represento un
ejemplar particularmente mal formado y al que si hubiera de modelar de nuevo,
haría muy otro del que es. Ahora ya está hecho. Y los trazos de mi pintura no se
tuercen aunque cambien y varíen. El mundo no es sino perenne agitación. Muévese
todo sin cesar: la tierra, las rocas del Cáucaso, las pirámides de Egipto, con
el vaivén público y con el suyo propio. La misma constancia no es sino
movimiento más lento. No puedo asegurar mi tema. Va confuso y vacilante con
embriaguez natural. Tómolo en ese punto tal y como está en el instante en el
que me ocupo de él. No pinto el ser. Pinto el paso: no el paso de una edad a
otra, o, como dice el pueblo, de siete años en siete años, sino día a día,
minuto a minuto. He de adaptar mi historia al momento. Podré cambiar dentro de
poco no solo de fortuna sino también de intención. Es un registro de diversos
hechos y de ideas indecisas cuando no contrarias; ya sea porque soy otro yo
mismo, ya porque considere los temas por otras circunstancias y en otros
aspectos. El caso es que quizá me contradiga, mas la verdad, como decía
Demades, no la contradigo. Si mi alma pudiera asentarse, dejaría de ensayarme y
decidiríame; mas está siempre aprendiendo y poniéndose a prueba.
(Montaigne, Ensayos
III.2)
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