Ha estado mi tío Agustín toda la vida en nuestras vidas, en los mejores años, los que nos hicieron poco a poco lo que somos. Era uno de los mayores que cuando éramos pequeños parecían torres que sostenían el mundo. Y pasó la vida siempre ayudándonos, siempre alegrándonos el día con su buen humor —enseñándonos, sin dar lecciones, a ser forever young, en la medida en que se puede hacer tal cosa. Él lo consiguió, ser joven toda la vida, hasta los ochenta y tantos. Y seguirá estando en nuestro recuerdo en esta última parte de la vida, cuando ya todo ha pasado mayormente—cuando ya sabemos lo que iba a ser de nosotros, y de los que nos precedieron. Ahora que todas las vidas de los que conocimos, y la nuestra propia, se convierten poco a poco en una especie de vida póstuma.
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