martes, 10 de septiembre de 2019

Dingley Dell, y centro de gravedad permanente


Mi primer Macintosh, mac cúbico, lo vi como curiosidad en el año 85, fascinado por él y su ratón.... cuando el departamento de Ingeniería aún estaba en el Interfacultades—y cuando Mackintosh se escribía en general con ce-ka, Mackintosh. Me pasé a los Mac enseguida, a los de aquí y a los de América, cuando aún no tenían ni disco duro dentro. He sido Macperson desde hace más de treinta años, pasando por varios modelos, cúbicos y menos cúbicos primero luego cada vez más delgados y filiformes.... hasta hoy.

Macintosh acaba de perder un cliente, al menos de momento, al menos mientras no enmienden sus feas maneras de adelantarse al futuro demasiado, y de traerlo por la vía de fumigar el presente, no digamos ya el pasado. A base de diseño, digo. 

Resulta que el portátil en el que escribo (un MacBook) está a punto de fenecer, y a la hora de cambiarlo no me gustan los nuevos Macs. Muy bonitos y demás, pero aun estando dispuesto a pagar el precio, no me gustan los nuevos teclados sin apenas relieve. Si quisiera un teclado virtual o algo parecido me compraría una tablet, entérense. ¿No tiene gama, semejante compañía, para ofrecer dos tipos de teclado, si tanto les gusta el nuevo? Pues no. Tampoco les da la inteligencia comercial para poner un mísero USB de los de antes, por cortesía al usuario, ya que quieren meternos con un calzador los micro USBs nuevos. Que sí, que dentro de dos años los emplearemos todos. Pero es que no estamos dentro de dos años. Yo en concreto estoy hace cuatro años, o catorce, que ya pierdo la cuenta.

Y el hecho es que aparte del diseño bonito pero antipático, si comparamos prestaciones en relación capacidad y velocidad / precio, me sale mucho mejor un ordenador Dell que me acabo de comprar. Que sí, señores de Mac, que han perdido un cliente de los persistentes desde los ochenta. "Háganselo mirar", aunque ya me imagino que no soy el perfil de cliente que buscan. A mí no me han encontrado ya. 

Tanto dar vueltas para acabar con un PC trastoso y retro, como Wall-E, en lugar de la Eva futura que nos ofrece Apple. En esta ocasión la manzana se quedó sin morder.  No crean que no me fastidia algo, por supuesto... puestos en plan retro, ahora me acuerdo que en los setenta íbamos cantando por ahí "Iremos esta noche / a la fiesta del Pé Cé". Y hasta íbamos e íbamos, cuando nadie sabía aún qué era un PC, y mucho menos qué era un Mac.





En otro orden de cosas, o en el mismo, me leía ahora una reseña del último libro de Muñoz Molina, Un andar solitario entre la gente (ojo, producto catalán; busque, compare, y si encuentra otro mejor, compre el otro). La reseña se titula "Caminando sin rumbo por la ciudad del deseo", y la firma Julio Baquero Cruz en la revista Claves ("Memoria", abril de 2019). Nos dice que mediante su dispositivo narrativo, Muñoz Molina "nos hace pasear no solo ni principalmente por esas ciudades que recorre. Asistimos, fundamentalmente, a los destellos de su conciencia, reflejo de la conciencia fragmentada del ser humano de estos tiempos." ....
Iba a escribir "nuestros tiempos", lo había llegado a escribir, pero luego he tachado y he escrito "estos tiempos", y ahora, al transcribirlo, he estado a punto de escribir "de todos los tiempos." Si pudiera escribirse, la historia de la conciencia humana pertenecería al género épico. La narración de su lento surgimiento evolutivo, de su maduración, y de su actual fragmentación y declive. No puede decirse "de todos los tiempos." Hubo tiempos, no muy lejanos, en los que la conciencia humana era muy distinta por varias razones, y sobre todo porque tenía o creía tener un punto de apoyo y una razón de ser, aunque no fuera más que una ilusión. Hoy ya no es así. Esa conciencia clásica o moderna parece haberse vuelto desadaptada. Su fragmentación casa mejor con las nuevas tecnologías, si no se debe a ellas.
      Todo ese proceso nos hace sentirnos anacrónicos, como le pasa al narrador, seres que no pertenecen a estos tiempos que  ya no son nuestros, a veces levemente, otras intensamente, como si los cambios acelerados que han tenido lugar en unos pocos años y siguen haciéndolo nos hubieran desplazado y marginado de una contemporaneidad que repele mucho más que fascina, aunque también fascina. La palabra anacronismo se repite mucho en este libro. Hombres de otros tiempos, viviendo en la ilusión de una juventud perpetua pero descubriendo continuamente que ya no son jóvenes, aquejados de obsolescencia, orgullosos de ella, también, obsoletos a mucha honra, como debe sentirse bastante gente y acabarán sintiéndose todos en este mundo en el que los sistemas evolucionan a su propio ritmo mientras vamos quedando atrás cada vez más deprisa, dudando entre dejarnos llevar por la corriente, como el corcho que flota en el río, o resistir a todo cambio, cultivando hábitos periclitados (como la lectura y la escritura).

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