Lo curioso del caso de este lío de banderas es que a nadie le importa si los catalanes van a ir con su bandera, la que se han pasado cincuenta años agitando, la que llamaban algunos la "señera", y que ya no la quiere nadie ni para limpiarse el culo. De repente, tras mucho agitar la una, resulta que la que les gusta es la otra. Pero no para hacerla bandera oficial, no, qué va... —que nadie lo ha propuesto ni tiene intención de hacerlo—sino precisamente como símbolo de la negación de la ley—símbolo de que aquí las leyes se las salta quien le dé la gana, si lo bendicen los popes del nacionalismo. Para eso la bandera tiene que ser constitucionalmente ilegal, aun en Cataluña, y símbolo de la ilegalidad.
Pues por mí qué quieren que les diga, que sí, que prohíban la bandera, y ya puestos, que echen de la liga al Barcelona, un club oficialmente independentista, que por tanto no tiene ningún sitio en la liga española. Representa a un país, la Cataluña naci, que no existe, a no ser como enemigo o parásito de España. Es un club emblema también de falsarios, trincones y traidores por allá, y por acá es el club favorito para ciegos voluntarios, que no quieren ver los problemas aunque les exploten en las narices. Como el memo aquél que decía que era el Barcelona el mejor representante de la marca España, tócate las narices, cuando se había negado explícitamente a serlo. Una frase para la historia, ésa, por lo que revela de cómo se ha ascendido en política, en este país: ondeando la bandera de la traición, y de la ceguera selectiva, como requisito previo.
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