Este texto lo escribió Pierre Teilhard de Chardin en 1926, pero no se publicó hasta 1958 en La Visión du Passé. La traducción española de Carmen Castro, La visión del pasado, apareció en Taurus en 1966.
Es una lástima que no esté accesible en Internet este capítulo crucial sobre el desarrollo de las ideas evolucionistas, y por eso lo transcribo. Aparte, tiene conexiones muy interesantes, en concreto, con ideas sobre evolucionismo cósmico a las que les he ido dando vueltas, en concreto las de historicidad, de anclaje narrativo, y también atañen sus reflexiones a la realidad inclusiva del tiempo. Eso aparte de la cuestión más evidente sobre la que versa el ensayo, a saber, el evolucionismo en biología y sus posibles implicaciones teológicas.
Vamos, que noventa años después iba yo siguiendo algunos caminos ya transitados por Teilhard de Chardin sin saberlo yo. Al final del artículo añado algunas referencias a mis ensayos sobre evolucionismo cósmico que pueden hilarse fácilmente con las reflexiones de Teilhard de Chardin en este capítulo de La visión del Pasado.
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LOS FUNDAMENTOS Y EL FONDO DE LA IDEA DE LA EVOLUCIÓN
Pierre Teilhard de Chardin
(Escrito en el Golfo de Bengala, el día de la Ascensión de 1926. Inédito hasta 1958)
Cuanto más se profundiza para uno mismo, y cuanto más se exponen al público las perspectivas del evolucionismo biológico, más sorprenden su simplicidad, su magnitud y su evidencia: más todavía sorprende la lentitud que muestran sus adversarios para desprenderse de problemas accesorios, o mal planteados, y para considerar exactamente ya sea problemas, ya las respuestas de fondo que importaba ver.
En estas páginas voy a intentar plantear de nuevo lo que pudiera llamarse la esencia del Transformismo; a sabe, el conjunto de hechos, los puntos de vista, de actitudes, que constityuen los fundamentos y el fondo de la mentalidad evolucionista; y me propongo mostrar que, retrotraído a esta esencia (sea cual fuere el nombre que entonces haya de dársele), el Transformismo se confunde de tal manera con la masa de tendencias y de ideas que caracterizan a la ciencia y a la conciencia modernas, que es preciso ver en él, no sólo una conquista definitiva, sino una forma inevitable del pensar humano, a la que están sometidos, sin duda, los más resueltos fijistas.
A) ESTRUCTURA DEL MUNDO VIVIENTE Y EXIGENCIA EVOLUCIONISTA FUNDAMENTAL
La prueba más general (podría decirse, la prueba única, inagotable) de una evolución de la Materia organizada ha de buscarse e las huellas indiscutibles de estructura que manifiesta, en su análisis, el Mundo viviente considerado como formando un Todo.
Debido a la costumbre muy natural que nos lleva a medir las cosas a la escala de nue stro cuerpo, la idea y la comprensión de organismos pluri o supraindividuales nos son menos familiares que las de los vivientes aislados. Y, sin embargo, la existencia en la Naturaleza de amplios complejos animados, se manifiesta a nosotros por fenómenos precisos, tan indiscutibles como los que caracterizan las relaciones de las partes en el interior de cada planta o de cada animal tomado separadamente. Hay una distribución y una interunión naturales de los elementos vivientes del Mundo en el tiempo y en el espacio: he aquí la constatación, cada vez mejor verificada, a la que llegan los naturalistas y los biólogos de todo orden, silocitados por los innumerables caminos de esta vieja ciencia, hoy en plena renovación, que se llama Historia Natural, y también por las demás disciplinas, todavía anónimas, o disimuladas bajo nombres filiales (Geografía botánica, Biogeografía, Química o Sociología de los grupos vivientes...), cuya lenta convergencia prepara el advenimiento de una ciencia de la Biosfera.
(Nota 1). No hace falta decir que por Biosfera no entendemos "un gran animal" destructor de las espontaneidades individuales, sino una asociación natural de individuos en una unidad cualquiera de orden superior, que sólo puede imaginarse por analogía con los que conocemos en materia de unidades naturales. La Biosfera no podrá ser más que una realidad "sui generis", a la que debe elevarse mediante un esfuerzo positivo nuestra mente para concebirla; esfuerzo análogo al que, por ejemplo, en Matemáticas ha hecho admitir (¡y con qué escándalo para la geometría euclidiana!) las magnitudes irracionales y además inconmensurables al lado de los números enteros.
Es claro que no podemos pensar en desarrollar aquí este inmenso testimonio. Pero nos contentamos con recordar sumariamente lo que se ha dicho muchas veces sobre la forma que adquiere gradualmente a nuestros ojos la Vida pasada. Hoy nadie intenta ya negar qu: de arriba abajo de la inmensa historia que se reconstituye, punto por punto, bajo el esfuerzo continuado de la Paleontología, descubrimos lo Orgánico—o, si se prefiere, la Organización de lo Organizado.
Lo Orgánico aparece primero en las relaciones aprehensibles entre el Mundo llamado puramente material y la capa viviente terrestre tomada globalmente. En efecto, por su estructura, y no por una especie de reconstrucción, la materia organizada se halla ligada a la propia arquitectura de la Tierra. Localizada en la Hidrosfera, y en la Atmósfera, es decir, en la zona del agua, del oxígeno y del ácido carbónico, hunde sus raíces en lo más hondo de las condiciones geoquímicas, nacidas de la propia evolución de nuestro planeta. En la constitución y en las leyes de los elementos celulares, vemos cómo las grandes leyes cósmicas de la gravedad, de la capilaridad, de las fuerzas moleculares, se matizan hasta adquirir modalidades particulares, en las que se señala en cierto modo la individualidad de la Tierra. Las fases originales de esta ligazón no las percibimos. Pero, a partir del momento en que la Geología nos revela las primeras huellas de la Biosfera, y podemos seguir el extraordinario ensamblaje de las dos Materias, la bruta y la organizada—ésta infiltrándose continuamente en aquélla para modificar los ciclos químicos, o conquistar las capas físicas mediante una sinergia (puesto que todavía no nos atrevemos a decir simbiosis) continua. Desde la Bacteria más microscópica a la provincia faunística mayor, la Vida nos aparece constantemente trenzada, hasta lo más hondo de sí misma, con los micro o los macro-diastrofismos de la Tierra. Se dice a menudo que la Paleontología debería separarse de la Geología y confundirse con la Zoología. ¿No será más bien la Zoología la que, absorbida por la Geología, debería ser comprendida y tratada como una Bioestratigrafía, o como una Biogeología? Esta concrescencia de la Vida y de la Materia ha sido señalada desde hace mucho tiempo, desde siempre, sin duda. Pero estamos todavía muy lejos de haber comprendido las consecuencias enormes de este hecho, tan simple y tan compacto y, sin embargo, tan misterioso como el movimiento de los astros o la distribución de los Océanos.
Constituida en zona natural (y no como anexo parasitario) de nuestro planeta, la Vida global tiene una fisonomía de conjunto que no es fácil de dominar, y que, además, no sabríamos como apreciar, a falta de términos de comparación. En su distribución presente, sin embargo, podemos al menos distinguir algunos caracteres generales, en los que se expresan, sea un poder de expansión y de plasticidad sorprendente, sea una ascensión general hacia más conciencia y más libertad. La Vida llena todos los dominios de sus ramos, y termina generalmente estos ramos suyos por formas en las que el sistema nervioso adquiere un máximo de complicación y de concentración. Hay ya, en este trazo general de la Biosfera, considerada en la medida de lo posible fuera y en oposición con la Materia simple, un índice muy señalado de estructura. Se descubrirá ésta con mayor claridad para nosotros si tratamos de seguirla por espacios menos extensos.
Dejemos a un lado, para mayor simplicidad, el Universo infinitamente complejo, y tan ingenuamente simplificado por nosotros, de los seres unicelulares; y superando incluso la segregación primitiva de los Metazoarios en Plantas, Celentéreos, Insectos, etc. (otros tantos mundos entrelazados, cuyas auténticas "paralajes" todavía no hemos aprehendido), de los Vertebrados.
Inmediatamente nos sorprende un primer hecho: en este conexionarse (el departamento más fresco de la Vida, y aquel, por tanto, cuyo estudio debe servir de clave y de modelo para la comprensión de todos los demás grupos vivientes), las formas que catalogamos se disponen en capas sucesivas, cada una de las cuales ocupa por turno el conjunto de la Biosfera, antes de desaparecer más o menos completamente, sustituida por la capa siguiente. Algunas formas acorazadas pisciformes (impropiamente confundidas con los Peces), los Anfibios, los Teriomorfos, los Reptiles, los Mamíferos, y debe añadirse el Hombre (más importante que una clase, o incluso que una conexión en el equilibrio biológico), constituyen otras tantas expansiones, o mares de la Vida sobre la totalidad del Globo—expansiones distintas las unas de las otras, pero obedientes, a pesar de las discontinuidades sobre las que volveremos largamente, a una ley indiscutible de distribución. En nuestras perspectivas, por limitadas que se hallen por la brevedad del tiempo explorable, la Biosfera se renueva al menos seis veces sobre el dominio zoológico a que nos hemos limitado, lo cual supone, al menos, seis pulsaciones vitales de primer orden sobre el eje de la vida vertebrada.
Limitémonos al estudio asilado de un de estas pulsaciones. Advertiremos que se presta, a su vez, a una descomposición o distribución en partes absolutamente naturales, de las cuales las más inmediatamente aparentes son las que resultan de la armonización con un medio distinto (aire, agua, tierra, plantas, árboles, etc.), de tipo morfológico fundamental. Así se dibuja en cada engarce o clase, en respuesta a las provocaciones del medio, un sistema de líneas ("radiaciones" de los autores americanos), cuyo verticilo, especialmente reconocible en los Reptiles, los mamíferos (y en formas llamadas "artificiales", en el hombre mismo), aparece ya en los grupos menos conocidos, o más pobres, de los Teriomorfos y de los Anfibios. En realidad, los verticilos de que aquí halamos son muy complejos. Cada radio de su corona descubre, en el análisis, hallarse formado por un haz de rayos paralelos, conectado cada uno de ellos a subverticilos cada vez más elementales, producidos por la floración de los grupos de segundo, tercer orden, etc., en los que se descomponen los engarces o claves zoológicas.
De este modo, entre los Mamíferos, los cavadores pueden ser Marsupiales, Insectívoros o Roedores; los nadadores, Sirénidos, Cetáceos o Carnívoros; los solípedos, Equidos o No-ungulados (o Ungulados terciarios de América del Sur)... Pero dejemos a un lado, de momento, esta complicación, para dedicarnos al estudio de una radiación sola, lo más simple posible, en un solo Verticilo. Sigamos en el tiempo a una o a otra de estas descendencias. Comprobaremos que el tipo zoológico sobre el eje escogido varía regularmente y se especializa en un determinado sentido. Es el caso particular de las líneas filéticas (Caballos, Camellos, Elefantes, etc.), clases de curva a la que se ha venido reduciendo demasiado estrechamente el dibujo general de las transformaciones vitales.
Capas sucesivas en el seno de un mismo conjunto general, verticilos en las capas, radios filéticos en los verticilos... acabamos de pasar revista a los principales tipos de agrupación ofrecidos por las unidades vivientes complejas. Se trata ahora de entender bien esto: la ley de composición o de descomposición a la que hemos llegado, como las leyes que regulan la disposición de las redes en un cristal o la repartición de las hojas o de los reamos sobre un vegetal, es sólo una ley de recurrencia. La hemos estudiado en el caso de unidades mayores o medianas de la vida. Pero, en algunos casos favorables, es posible seguirla hasta mucho más abajo (y probablemente hasta mucho más arriba), hasta reconocer en ella una disposición "congénita" y estructural de la materia misma organizada. Cuanto mejor conocemos el grupo animal, más lo vemos resolverse en un número creciente de sucesivos abanicos, cada vez más pequeños.
(Continuará....)