Me acabo de comprar Muertes paralelas,
libro en el que Fernando Sánchez Dragó reconstruye la muerte de su
padre Fernando (Sánchez) Monreal, asesinado por los falangistas en el
verano de 1936, y vuelve sobre la manera en que ese hecho ha marcado su
vida irremediablemente.
Me lo he
comprado porque mi abuelo, Ángel García Benedito, maestro nacional y
hombre bueno, fue también asesinado por los falangistas ese mismo
verano de 36, dos meses antes, a pocos días del infame 18 de julio.
Promete ser una lectura interesante. Todas las familias españolas están
marcadas por la Guerra Civil, así que no creo que haya una afinidad tan
espectacular en este caso, ni en el paralelismo de su padre con José
Antonio Primo de Rivera que da título al libro de Sánchez Dragó. Pero
sí hay claro, elementos en común. También cosas que matizar.
Se pregunta Sánchez Dragó por los asesinos de su padre:
¿De qué Falange estamos hablando? ¿En qué medida eran falangistas auténticos, camisas viejas,
los energúmenos y recién llegados que impusieron por doquier, en toda
la extensión de la zona nacional, durante los dos primeros meses de la
guerra, su inicua ley del gatillo? ¿A qué tipo, a qué facción, a qué
clase de Falange, en suma, pertenecían los asesinos de Fernando Monreal
y Luis Carreño?
Responde
Julián Casanova, catedrático de Historia Contemporánea en la
Universidad de Zaragoza y autor de varios libros sobre la guerra civil
(Entre ellos, escrito a medias con Santos Juliá, Víctimas de la Guerra Civil, Madrid, 1999), en una entrevista de enero de 2003 recogida por Montse Armengou y Ricard Belis en su obra, ya citada por mí, Las fosas del silencio. Éste es su testimonio:
"Cuando
se produce la sublevación militar en julio del 36, Falange es un grupo
minoritario que, a diferencia de otros partidos fascistas europeos,
como el italiano y el alemán, no ha creado una organización de masas ni
ha tenido éxito en la movilización política dentro del sistema
democrático. A partir de julio del 36, Falange es un partido que crece
en tromba, porque mucha gente —católicos, ex-votantes de la CEDA, etc.—
se sienten protegidos por este partido que crea una imagen de violencia
y exterminio de los rojos. Hay una parte de imagen y otra que es real.
Sin ninguna duda, Falange es un partido de promoción de la violencia,
que la pone en práctica durante el llamado terror caliente del verano
del treinta y seis. Actúan de verdugos de muchas de las víctimas que
estamos analizando en los últimos años. El ejército tiene que
intervenir algunas veces, porque los falangistas se están
extralimitando en sus funciones." (Ob. cit., pp. 53 y 54).
Y añaden de su cosecha los autores del libro citado:
"Falange
Española era un grupúsculo político que en las elecciones de febrero de
1936 recibió tan sólo cuarenta y cinco mil votos y no obtuvo ningún
diputado. Su estética uniformada, el culto a José Antonio Primo de
Rivera y la utilización que Franco hizo de ella inflaron la presencia y
la influencia de la formación. No es de extrañar que algunos
investigadores opinen que aquel partido de estilo fascista y
paramilitar se creó a medida para el golpe del 18 de julio. Ello
resulta verosímil si pensamos en el papel que los camaradas de Falange desempeñaron en detenciones, torturas, violaciones, paseos, mareos, limpias
y toda la terminología inventada para designar una sola cosa:
asesinatos en los cuales se disputaban el protagonismo con los
militares y la Guardia Civil. Joan M. Thomas, historiador que ha
investigado a fondo la Falange, cree que una mayoría del partido
participó con entusiasmo y por iniciativa propia en la represión, sobre
todo en los primeros tiempos de la guerra." (Ob. cit. pp. 54 y 55).
(Sánchez Dragó, Muertes paralelas 222-24)
Sobre la
descripción de Casanova, aclararé que no la cito, (ni yo ni Sánchez
Dragó, supongo) con ánimo de negar que grupos criminales/terroristas
del bando contrario hayan cometido actos comparables— probablemente
incluso más numerosos antes de la guerra, y menos reprimidos ésos por
las autoridades del Frente Popular. Sí matizaría, estando de acuerdo
con esta descripción en términos generales, que el calificativo de
"verdugo" (aplicado hoy con frecuencia también a los terroristas
etarras o islamistas) está invariablemente mal empleado. Un verdugo
ejecuta a un reo por mandato legal tras un proceso judicial; estos
falangistas eran grupos terroristas no amparados por ninguna legalidad
que ni yo, ni Casanova, ni Sánchez Dragó supongo, reconozcamos. De ahí
que el término esté mal utilizado para describir a esas pandillas
falangistas: eran asesinos, no verdugos. Un verdugo es lo que hubieran merecido ellos, en un mundo mejor ordenado.
Continúa inmediatamente Sánchez Dragó, comentando la exposición de Las fosas del silencio:
Bien.
. . o mal. O las dos cosas. Separemos el trigo de los datos de la paja
de las opiniones. Todo lo que dice Julián Casanova es cierto, o lo
parece, aunque no sobraría recalcar que la promoción de la violencia llevada a cabo por la Falange fue posterior al Alzamiento [tch tch, ese lenguaje . . . ] y no —en contra de lo que la propaganda izquierdista, [sic la coma] ha conseguido infundir en muchas molleras de ésas, tan abundantes, a las que nada importa deglutir ruedas de molino- anterior a él. Al Alzamiento, decía. . . [re-sick] (Sánchez Dragó, 224).
Supongo que
cada uno cuenta la guerra según le va. Pero debería informarse más
Sánchez Dragó antes de pontificar así sobre la inocencia original de la
Falange. A mí desde luego me deja un tanto escéptico . . .
Tampoco
es de recibo, sino que antes bien suscita indignación, la mía al menos,
lo que Armengou y Belis hacen al dar por buena —no es de extrañar, dicen— la delirante opinión, sostenida, al parecer, por algunos investigadores,
cuyos nombres no citan (aunque con esta observación no esté poniendo yo
en duda su existencia, seguro que los hay, y a chorro) de que la
Falange se creó, vivir para oír, ¡a medida para el golpe del 18 de julio! Ni que decir tiene que los signos de indignación, que no, en modo alguno, de admiración, son míos. (Sánchez Dragó, 224)
Aquí critica Sánchez Dragó el hindsight bias
que supone el ver en la fundación de la Falange una prefiguración de la
Guerra Civil. Y pasa a culpar al vandalismo del Frente Popular el
crecimiento del desorden que llevó a la espiral de violencia. Bien,
desde luego la fecha del 18 de julio no aparece en el acta fundacional
de la Falange. Pero, habida cuenta de los precedentes fascista y nazi,
¿alguien puede dudar que estaba entre los sueños, delirantes quizá
entonces, de la Falange, el hacerse con el poder al estilo camisa
parda, negra, o azul, y arramblando con el régimen, comunista o
demócrata, que hubiese en su momento? ¿Se iban a suprimir los partidos,
y "el capitalismo", y se iba llevar a cabo el programa joseantoniano,
sin usar la violencia? Vamos, hombre. . . menos
indignación, y más clarividencia, que estás escribiendo memoria
histórica, no desmemoria. Los demócratas escaseaban en el 36, tanto en
la derecha como en la izquierda; ambas estaban más que dispuestas a
hacerse con el poder por la fuerza, y a llevar a cabo lo que ambas
denominaban una Revolución—que ya se sabe que no son pacíficas. Y
quienes sí eran demócratas en teoría, y debían haber sabido mantener la
ley y gobernar con justicia, tampoco lo supieron hacer, y se dejaron
llevar por sectarismos y favoritismos. E indultaron a golpistas de toda
especie.
Pero lo de
Sánchez Dragó es un caso de trauma político profundo—para acabar en
este libro declarando su admiración a la Falange actual y a la de José
Antonio, a las que por una extraña maniobra mental no asocia apenas con
la Falange que realmente existía en 1936. Sobre las raíces de esta
pirueta conceptual, y de la simbología traumatizada que subyace a ella,
puede verse mi comentario en el artículo "Paralelismos traumáticos".
Pero quieras que no, tiene que reconocer Sánchez Dragó algunas dur’simas verdades . . . que de eso va su libro, se supone:
Pero
es, efectivamente, y por desgracia, exacto lo que los dos autores en
cuestión dicen acerca del triste y bárbaro papel que motu propio [proprio, más propriamente] desempeñó la Falange, o quienes por falangistas se despachaban [¿¿?? —ah. ¿igual eran rojos, o esperantistas?], en los primeros meses del conflicto.
Será,
concluyen Armengou y Belis, "posteriormente cuando comiencen las
discrepancias al ver algunos falangistas que el objetivo de Franco de
exterminar al enemigo se perpetúa: algunos camisas azules creen que esa aniquilación puede ser contraproducente para el partido y para su proyecto de España, más integrador [tras la desintegración del enemigo y del chivo expiatorio, será];
el propio Manuel Hedilla, jefe de la Junta Provisional de Falange,
dirige a sus subordinados una circular en la que les advierte:
’Insisto
con el máximo interés en que las operaciones de represión se controlen
con todo celo, no cumpliendo otras órdenes que las dictadas por las
autoridades competentes [tiene chiste esto de las ’autoridades competentes’]. Es
menester evitar que sobre la Falange se eche una fama sangrienta que
pueda perjudicarnos en el porvenir. No se castigará a nadie sin
averiguación de sus antecedentes y sin orden de la autoridad
competente’." (Ob. cit., p. 55)
Lo
malo —lo malo, se sobrentiende, para mi padre y, en consecuencia,
también para mí —es que la circular de Hedilla no se cursó hasta el 29
de septiembre. ¡Demasiado tarde, una vez más, para que de ella se
beneficiaran Monreal y Carreño! [¿y
más gente, se sobreentiende? Aunque los criterios de Hedilla para el
asesinato organizado administrativamente eran también muy inclusivos].
Pero, en todo caso, y por eso cito lo que cito, siguen cuadrando al
dedillo las cuentas relativas a lo cerca —horas, días, dije— que anduvo
mi padre de salvar el pellejo. Ya sé que los quejíos
de plañidera emitidos a pitón pasado no sirven para nada, ni, menos
aún, resucitan al difunto, pero una y otra vez, tenaz, machacona,
estalla y tabletea, dentro de mí esa pueril exclamación, más propia de
espectadores de partidos de fútbol o de jugadores de lotería que de
adultos dotados de sentido común y criterio, que reza:
—¡Huy! ¡Por un pelo!
O por un palo: el de la portería.
En el caso de
mi abuelo, ni pelo ni cabellera. Fue el primer asesinato de la comarca.
Quizá hubiera podido escapar a Francia, como mi otro abuelo, con la
cuadrilla de requetefachas pisándole los talones. . . Pero claro, no tenía ninguna razón para escapar de nadie—de nadie racional. Y
mucho confía Sánchez Dragó en el "orden" que puso Hedilla (ná menos . .
. ). No debería. Los fusilados por orden de la Autoridad golpista están
igual de fusilados.
Y
es que, por infantil que parezca mi reacción, eso es exactamente lo que
me sugiere el cúmulo de datos y opiniones, procedentes de los dos
bandos en liza, con los que sin proponérmelo, y en desorden, al hilo de
la concepción y la elaboración de este libro, me he ido topando hasta
llegar a la convicción —la tengo— de que en la zona nacional, como
mínimo y quizá tambien en la otra, pero de eso hoy por hoy no estoy
seguro (más bien me inclino por lo contrario), la represión ciega,
indiscriminada, injustificada, indocumentada, de quienes no eran
combatientes sino pueblo a secas, y vestían de paisano, se detuvo muy
pronto, en la segunda mitad del mes de septiembre, debido a la
confluencia de tres vectores: la llegada a las cárceles de los
efectivos de la Cruz Roja, el férreo control establecido a partir de un
determinado momento por las fuerzas armadas y la toma de conciencia de
los mandos de la Falange genuina [¿¿los buenos?? ¿¿ya había dos Falanges??] respecto a las atrocidades que como perros rabiosos sin correa, vacuna ni bozal estaban perpetrando sus supuestos conmilitones. [El supuestos juro que es de Sánchez Dragó; el Times 18 es mío).
Wikipedia: En 1944 fuentes del Ministerio de Justicia aseguraron que unos 190.000 prisioneros murieron o fueron ejecutados en prisión. Como
se ve, hay opiniones para todo. . . La represión y exterminio, ya no
desorganizados, sino sistemáticos, continuaron durante años. A mí el
convencimiento aparente de Sánchez Dragó de que tras unos meses sólo
hubo muertos en combate, o la cortina de humo que se echa ante los ojos
con las ejecuciones legales del franquismo, no sé, me parecen un tanto pasmosos.
"¿Conmilitones? Bueno, bueno . . . Dejémoslo, con grima y rima fácil, en matones, en killers, en
sicarios a sueldo, que en muchos casos, aunque no, desde luego, en
todos, ni siquiera podían esgrimir en su descargo el nauseabundo
atenuante de que obedecían órdenes o la coartada ideológica, aún más
repulsiva, de que actuaban así para extirpar la mala hierba del país,
orear la atmósfera y salvar la patria. Lo digo con la autoridad que
para ello me confiere otro dato, otra certeza casualmente aportada por
el zigzagueo de las lecturas, conversaciones e investigaciones que
preceden o corren paralelas al alumbramiento de este libro. Me refiero
a la horripilante hoja de pagos reproducida por Armengou y Belis en su
tantas veces por mí citada obra y relativa a la contabilidad llevada a
cabo por la delegación de Falange Española en el pueblo sevillano de
Los Corrales durante varias semanas del año de 1936 (Ob. cit., p. 264).
En ella, taxativa y contundentemente, con modos, modales, pelos y
señales que no dejan mucho espacio para la duda, se incluyen "listados
con nombres de personas que reciben dinero de la tesorería local de la
Falange. Llama la atención que algunas personas percibieran en
distintas épocas unas cantidades que eran considerables en la éoca,
pero aún sorprende más que la cifra de treinta y cinco pesetas, que se
repite con frecuencia, fuera el precio que se consideraba que
correspondía cobrar por asesinar a alguien. Si tenemos en cuenta que en
Los Corrales murieron asesinadas setenta y ocho personas y que los
nombres de quienes cobran son los que distintos testimonios apuntan
como los de quienes se ocupaban de llevar a los detenidos al cementerio
—donde los ejecutaban después de haberles hecho cavar su propia fosa—
el documento resulta revelador en lo tocante a la responsabilidad de
elementos de la Falange en aquellos crímenes". (Ob. cit., p. 56)
¡Siete
duros! Un pastón. Se entiende que hubiese tantos animales dispuestos a
convertirse en asesinos. Todo necio confunde valor y precio.
¡’No,
no! ¡qué digo! ¿Siete duros? Muchos más, porque ése era el precio per
cápita, y podían ser bastantes las cabezas de ganado —como a tales, de
hecho, las consideraban y trataban— que en cada limpia, en cada operación de higiene ideológica, eran conducidas al matadero.
Me
pregunto si cobraron los asesinos de mi padre esa u otra cantidad y lo
que, caso de ser así, hicieron con ella. . . ¿Irse de putas? Seguro que
no. Iban, entonces, muy baratas, y para eso, además ya dispon’an, y por
añadidura gratis, de sus respectivas madres.
Aunque fuesen unas santas.
"Pablo
Uriel tenía veintidós años y la carrera de médico recién acabada
cuando, aquel aciago julio de 1936, se desencadenó la guerra. . . "
Pertenecen estas líneas al prólogo añadido por Ian Gibson a la excelente obra de narrativa autobiográfica No se fusila en domingo
(Pre-Textos, Valencia, 2005), en la que el médico citado —que era, por
cierto, de Soria, como yo llegué a serlo, ya talludo, por vía de
generosa decisión municipal— evoca las vicisitudes de su existencia, y
algunas de las de España durante el mismo período, en los años de la
guerra civil. Viene a cuento, me parece, reproducir ahora algunos
párrafos de su libro: (Sánchez Dragó, 226-28)
Con este
testimonio de Pablo Uriel narra Sánchez Dragó, por vía interpuesta, el
asesinato de su padre, mejor que en propia voz. Es sorprendente en el
texto que sigue, valiente y estremecedor, y a la vez consciente de la
importancia del lenguaje, cómo continúa, sin embargo utilizando el
vocabulario de los terroristas para describir sus crímenes, a la vez
que denuncia esa infección del lenguaje ("verdugos", "paseos",
"ejecuciones"). Y con esos párrafos de No se fusila en domingo termino yo este post tan largo y tan hablado por vía interpuesta. Son éstos:
"El
papel de verdugos y ejecutores se asignó en Zaragoza a los falangistas
y a la Guardia Civil. En la ciudad existían pocos falangistas antes del
18 de julio, pero sus filas fueron engrosadas rápidamente por miembros
de otras organizaciones de derechas. Se podía seguir muy bien el
proceso mental que les conducía a la pendiente de las ejecuciones. En
la práctica, todo falangista intervino alguna vez en esos asesinatos,
considerados por sus jefes como actos de servicio a la patria. Si el
acto daba lugar a una conmoción psíquica de rechazo o repulsión, el
hombre se enrolaba en seguida en alguna unidad combatiente y marchaba
al frente, ansiando una lucha más noble. Aquellos que descubrían en
disparar sobre un hombre indefenso una fuente de placer quedaban
adscritos de modo permanente a las escuadras de verdugos. [Verdugos a sueldo de un régimen fascista, asesino y traidor, repito: no verdugos sin más]. Poco
a poco, por un mecanismo de selección, fueron quedando en la
retaguardia agrupaciones de jóvenes sádicos a los que se dio amplios
poderes para la limpieza. Ellos usaron y abusaron de estos poderes,
entre la complacencia hipócrita de las personas de orden, que no
mancharon sus manos de sangre pero señalaron a las víctimas,
desentendiéndose luego de la suerte que pudieran correr.
"En
sus cuartelillos, estos jóvenes degenerados elaboraban la lista de sus
víctimas cada noche; a estas listas se añadían otras, facilitadas por
la policía o el ejército. Al anochecer iniciaban sus correrías,
recogiendo de las cárceles o de sus domicilios a las piezas sobre las
que iban a disparar. Al volante de sus camiones o de grandes turismos
Buick o Chrysler de los años treinta, disfrutaban en sus cortos viajes
del contacto estremecedor con sus víctimas, en un placer anticipado del
agudo y supremo goce de disparar sobre aquellos hombres, mujeres o
niños que morían de una manera tan fácil.
"Al
principio quedaban los cuerpos allí, en las canteras o en las cunetas
de las carreteras, a la vista de todos. Luego intervino ya la máquina
administrativa y esos cuerpos eran recogidos y enterrados en los
cementerios próximos o llevados a la fosa común del de Zaragoza.
"Otros
pasaron antes por la sala de anatomía de la Facultad de Medicina de
Zaragoza, donde sus datos fueron registrados, y de allí salieron en su
último viaje al cementerio o la incineración Los que dejaban su nombre
en el registro necrológico de la facultad tenían siempre el mismo
diagnóstico: traumatismo craneal.
"Todos
los vencedores colaboraron con los verdugos falangistas con su
conformidad. Los muertos no tenían un nombre, ni unas circunstancias
personales; eran ’rojos’. Las muertes no eran muertes, eran ’paseos’. Y
la fuerza de las palabras desempeñó un buen papel en aquella
conformidad.
"Los
hombres que no ejecutaban denunciaban, y, al enterarse de que el
denunciado hab’a sido paseado, imaginaban en seguida que su denuncia
habría servido para descubrir en la víctima otros horrendos delitos.
Aquel denunciado había resultado ser un rojo perdido, y la hora de la
justicia había sonado en España.
"La
aquiescencia de la Iglesia costó miles de vidas. Conocía mejor que
nadie la cuantía de víctimas cada noche, puesto que los sacerdotes
asistían a las ejecuciones. Jamás se preguntó si aquellas muertes
ilegales eran o no lícitas. No se habló de ello en los púlpitos, y si
algún sacerdote lo hizo fue pronto llamado al orden por sus superiores.
Si reincidió fue detenido. Algunos religiosos de un convento próximo a
la cárcel ingresaron en las celdas porque se habían permitido pedir
clemencia desde sus púlpitos y porque sus palabras llenaron el templo
de fieles que buscaban un consuelo.
"Aunque
es muy triste decirlo, muchos de estos sacerdotes encontraron en las
ejecuciones un placer inconfesable. Algunos por curiosidad, otros por
deleite y unos pocos por cumplir allí una misión trascendente, acudían
de buena gana a presenciar los asesinatos. Esta
colaboración gustosa sólo se vio enfriada por algún incidente
peligroso, como el ocurrido durante unas ejecuciones en las canteras de
Casablanca. Uno de aquellos rojos, en el momento crítico, pasó sus
manos esposadas por encima del haz de los faros del coche que iluminaba
la escena. Los verdugos, ya nerviosos por la ceremonia, se asustaron
ante aquel revuelo inesperado, y dispararon generosamente sus fusiles.
Aquel sacerdote murió abrazado a su rojo.
"Algunos
de estos falangistas, al regreso de sus orgías, acudían a un confesor
ya designado para ellos. Allí vertían la confidencia de sus pecados de
esa noche y recibían la absolución. No eran confesiones muy ortodoxas,
puesto que no se les exigía la contrición indispensable, pero la
conciencia quedaba así adormecida y las orgías podían continuar en
noches sucesivas. El confesor solía preguntar a su confidente si había
sentido odio hacia aquellos hombres que se había visto obligado a matar
en cumplimiento de su deber patriótico. La respuesta era siempre
negativa, ¿por qué razón iba a sentir odio por aquel desconocido?
"El
ejército, salvo en los pocos casos de consejos de guerra, no intervino
directamente en las ejecuciones, al menos en Zaragoza. Pero cuando
deseaba deshacerse de algún soldado políticamente desafecto, no
vacilaba en entregárselo a la Falange para que lo castigase de la única
forma como sabía. El Ejército sí es culpable del asesinato de
prisioneros de guerra, sobre todo si éstos pertenecían a las Brigadas
Internacionales. En este caso el fusilamiento era inmediato y
automático. (Ob. cit., pp. 63 y 66)
[Sánchez Dragó: ] Hasta aquí, la de cal. Más adelante, en el mismo libro, la de arena . . .
"Las
primeras horas ese día habían sido una confirmación gozosa de todas mis
previsiones. El comportamiento del ejército republicano con sus
prisioneros era exactamente el que yo había esperado: el que había
anunciado a todos los que temían caer en manos del enemigo.
"Pero
a partir de las nueve o nueve y media de la maana, me enfrenté de
pronto con unos hechos para los que no estaba preparado. El
comportamiento bochornoso del ejército republicano me proporcionó una
decepción que es, sin duda alguna, la mayor que he sufirdo en mi vida.
Yo estaba preparado psicológicamente para soportar la crueldad de los
franquistas; la encontraba consecuente con los esquemas previos. Pero
encontrar esa misma brutalidad en el campo de mis amigos fue una
experiencia cuyas consecuencias pesaron sobre mí durante muchos años."
(Ob. cit., p. 371)
Sobran las apostillas. Sobran también, y más, si cabe, las banderías, los sectarismos, los posicionamientos ideológicos.
’¡Qué asco!
(Sánchez Dragó, Muertes paralelas 226-31, citaba No se fusila en domingo, de Pablo Uriel)
Sobre el
paralelismo de las muertes, comparto y respeto la voluntad de Vd. de
evitar partidismos, cainismos, etc. etc. y dar estopa a ambos bandos,
que en ambos hubo muchos que la merecen.
Sin
embargo, creo que los paralelismos están mal elegidos, y más para
elegir figuras emblemáticas para la portada. Es excesiva la desigualdad
entre una pandilla de fascistas dando "paseos", es decir, asesinando a
ciudadanos no combatientes, y un poder legítimamente elegido, en tiempo
de guerra, condenando a muerte al líder de una banda fascista, golpista
y terrorista. Aunque se esté en contra de la pena de muerte; aunque el
juicio no tuviese garantías.
No es lo mismo, y no es un
paralelismo aceptable. A mi abuelo también lo asesinaron los
falangistas, y si escribiese un libro podría ponerlo en la portada, en
"paralelo", con algún pobre cura asesinado por milicianos, pongamos.
Nunca, por supuesto, con José Antonio Primo de Rivera, jefe de los que
tanta gente asesinaron. En fin, prefiero pensar que es un exceso de
ecuanimidad por su parte, si tales excesos son posibles.
_____________________________________
post-scriptum, 2009. Setenta años después:
El eco de las descargas
Si los asesinos de las milicias de izquierdas se
ensañaron con los curas, los falangistas y demás fascistas escogieron a
los miembros de los sindicatos y a los maestros como víctimas favoritas
para su campaña de terror. Estas sí son muertes parelelas—las
historias de asesinatos de maestros guardan un triste parecido. Hace
poco se hizo en Zaragoza un pequeño acto de homenaje a los maestros asesinados en Aragón.
Entre ellos estaba mi abuelo Ángel García Benedito, residente en
Biescas y por entonces maestro de Escuer. Había sido el gran impulsor
del traslado del pueblo de Escuer Alto y su refundación en el valle,
ayudando y aconsejando a los vecinos que se reubicaban allí, para
intentar mejorar sus penosas condiciones de vida. Otros muchos maestros
se implicaron en mejoras sociales más de lo que gustó a los caciques,
poderosos y conservadores, y su papel ejemplarizador hizo que los
fascistas decidiesen utilizarlos para dar la última lección, como decía Castelao:
Fueron, como dice el título del libro de María Antonia Iglesias sobre
ellos, "los otros santos, los otros mártires" de la guerra.
Uno de los relatos del asesinato de mi abuelo apareció en un libro que describe la represión en la Jacetania y el alto Gállego—El eco de las descargas, de Esteban C. Gómez, editado por el autor (Barcelona, 2002). Aquí hay unos pasajes.
Tras ver frenado su
Golpe de Estado contra la República por la actuación del pueblo y de
las instituciones republicanas, los militares sediciosos, lejos de
deponer las armas, comienzan a organizar con métodos fascistas la vida
municipal de los lugares caídos bajo su dominio; asimismo se disponen a
controlar la retaguardia ediante la violencia y el terror.
Aunque sus afines gozaban de una autonomía casi
ilimitada para organizar y reprimir, en última instancia todo se
subordinaba a los dictados de los militares. La jerarquía, la
disciplina y la exaltación de la violencia eran los valores imperantes.
Inmediatamente comienza la movilización para la guerra.
EL PIRINEO ARAGONÉS, con fecha 01-08-1936, desvela lo que se avecina:
"Llegaron
varias escuadras fascistas de Logroño y requetés de Pamplona, que, en
entusiasta colaboración con las fuerzas militares, hacen los servicios
correspondientes y atrevidas exploraciones por la comarca.
(...)
Regimiento de Galicia, Guardia Civil, Carabineros, policía, voluntarios
de Jaca y veraneantes, milicias fascistas de Logroñ y requetés de
Pamplona siguen circulando con ávido entusiasmo por las calles de
nuestra ciudad. Muéstranse incansables en sus respectivos servicios
dentro de la población y en sus constantes excursiones de vigilancia
por alejados lugares de nuestra comarca".
(...)
El domingo día 2, después de haber oído ’misa de campaña’, entre soflamas y cantos, un grupo de aquellos falangistas que mencionaba EL PIRINEO ARAGONÉS colaboraban
entusiastas con las fuerzas militares para suministrar y nutrir a las
fuerzas sublevadas acantonadas en Biescas y desplegadas en Gavín. Al
llegar a Escuer uno de los autos se detiene y de él descienden requetés
y falangistas en alegre camaradería siendo recibidos, brazo en alto,
por el nuevo alcalde (Inocencio Púertolas). Otros convecinos los rodean
y asaetean a preguntas en demanda de información. Allí, una persona ’de orden’ y entusiasta del ’movimiento salvador de España’, les da el ’soplo’
de que el maestro, Ángel García Benedito, es de Izquierda Republicana y
de ideas muy progresistas. Los falangistas, al llegar a Biescas, donde
también les han dicho que vive el maestro de Escuer, preguntan por
éste. La plaza del Ayuntamiento se encuentra muy animada, con la
presencia de soldados, requetés y falangistas entremezclados con
algunos vecinos del pueblo que la transitan. Las autoridades
democráticas han huído; muchos jóvenes han ido a Yésero, donde los
primeros focos de resistencia se organizan. El capitán Cabrerizo, jefe
militar de la plaza, ha reemplazado a las autoridades civiles con gente
de su absoluta confianza, resucitando el antiguo caciquismo. Ahora,
quienes hacen y deshacen dejando su impronta en los designios de la
villa son: Salvador Lacasa, nombrado Alcalde; José María Estaún;
Lorenzo Ipiéns; Antonio Rosalí; Antonio Marcos Boira; y mosén José
Aranda.
El
maestro de Escuer, que vivía en la misma plaza, tras ser detenido, fue
vejado, pateado y humillado entre crueles risotadas y cantos
patrióticos. Quienes podían hacer algo por él, no lo hicieron: lo
aceptaron y callaron. Cuando los falangistas retornaron a Jaca, lo
tomaron consigo y a 2 km lo asesinaron a orillas de la carretera en las
inmediaciones del barranco de Arás. Era el segundo maestro que
ejecutaban y el primero del mes más sangriento de toda la guerra, con
79 fusilados.
Ese mismo día escribía en su diario el profesor Florentín Ara:
"Qué
concepto de la vida y de la moral tienen estas gentes que hoy nos
esclavizan? Misas, novenas, medallas, escapularios, pláticas, mentiras,
robos, atropellos, asesinatos, crueldades, insultos, violencias,
blasfemias, suciedades y cantos con la música de la ’Cucaracha’: ese es
el programa de los de ’Dios, Patria, Familia, Orden...’
Todo el programa y toda la realización de una España de Inquisición y
Pandereta; de curas, chulos y prostitutas, de rosario y navaja; de
sangre y de cieno; de vergüenza y lenocinio. ¡Ah! el gran pecado de las
izquierdas ha sido siempre [—no siempre, no siempre, ay las
generalizaciones....—] el respeto a la legalidad y el afán de
convivencia, evitando rozamientos y gestos agrios. La lección que
estamos recibiendo es demasiado seria para que la olvidemos. ¿Qué
respeto tienen ellos por la propiedad, por la vida humana, por la
conciencia individual, hacia nada de lo que significa conquistas de
nuestro tiempo? Espada para hacer y deshacer y altar para purificar lo
que la razón, la justicia y el derecho condenan. ¡Esas son las derechas
españolas, hechas a la más negra obstinada reacción, sin sentido, ni
idea de que el tiempo corre! ¡Qué bien va esto!: misas al aire libre y
música a todo pasto; mientras tanto, las ejecuciones en masa".
En una pensión de Jaca se alojaron los falangistas que mataron
a mi abuelo, esos luceros de la patria. Uno de ellos al parecer estaba
avergonzado de sí mismo y arrepentido. Los otros seguían "enteros", le
contaron a una tía mía quienes supieron de ellos. Mi abuela nunca
superó el golpe. Además fue expulsada del cuerpo de maestros, como
todos los demás. Luego reingresaría como maestra, pero vivió sin
asimilar nunca lo sucedido, traumada para siempre por este episodio—por
así llamarlo, pues es un episodio de esos en los que se para el tiempo.
Aunque quizá sí lo superó a su manera, usando las fuerzas que tuvo,
para abrirse camino en la nueva y siniestra España por la única vía que
encontró— sacando adelante a sus tres hijos, y dándoles estudios.
Denuncias por asesinato no hubo ninguna. Aquí no vale la pena
quejarse a las autoridades por estas cuestiones. A los Nacionales,
mucha gracia les hubiera hecho la denuncia. De hecho, ya reposada la
cosa, en 1966 se molestó el gobierno franquista en declarar prescritos
por decreto todos los delitos cometidos con anterioridad al 1 de abril
de 1939. Luego, en la Transición, la amnistía general volvería a
decretar que estas cuestiones no eran investigables ni penables. A los
asesinos, por lo que se ve, no les ha faltado apoyo desde arriba,
nunca, y menos en aquellos años de posguerra. La "Justicia" siempre ha
estado de su parte.
Muchos más años tendrían que pasar hasta que se recordase
debidamente la memoria de mi abuelo, tanto marcaba la época. Y de hecho
el eco de esos disparos llega, más de setenta años después, hasta aquí
mismo.