Cada día salen (cada vez más)
noticias sobre el
proceso de Bolonia en el periódico. Estos días
por
ejemplo esta de José
Luis García Garrido en La
Gaceta, crítica con las "reformas
adicionales" que se han metido en el paquete de Bolonia, esta
confrontación de opiniones en El Periódico,
entre un probolonio de nuestro rectorado y la Asamblea Contra la
Privatización de la Universidad Pública, y (muy
sintomático...) esta
columna de opinión de El País donde se
niega que haya ninguna obligación por normativa europea de
hacer la reforma de Bolonia. En el blog sobre la
universidad Fírgoa
tienen
amplias colecciones de artículos—la
mayoría
bastante críticos con el proceso. En cuanto a la rectora de
la
Universidad Europea de Madrid (una joven de edad coquetamente
desconocida para El Economista),
opina que la Universidad ha vivido demasiado tiempo de espaldas a la
sociedad, y que es hora de que "las universidades escuchen al entorno y
hagan lo que se espera de ellas"... hombre, sí, voy a
preguntarle a Botín, que es mi entorno, o si no al Panishop
de
enfrente, sobre qué debo escribir mi próximo
artículo. Aunque creo que la rectora no está
pensando
para nada en investigación, sólo en la FP.
Los defensores de Bolonia
acusan a los antibolonios
de manipulación y desinformación, y de ignorar el
problema de la "sostenibilidad" de la Universidad; los antibolonios
se quejan de la insuficiente financiación
pública, de la
invasión de los especialistas en didáctica, y de
la
subordinación de los estudios universitarios a los intereses
de
la formación profesional.
Por compensar todas las
cosas negativas
que he visto en mi propia experiencia de la reforma
boloñesa, o
en la manera en que se ha ido llevando hasta ahora, me he
leído
un libro de uno de los inspiradores de esta reforma, Francisco
Michavila, que la defiende en todos sus términos y a diestro
y
siniestro en una serie de artículos recopilados en su libro La Universidad,
corazón de Europa (Tecnos / Gobierno de
Aragón, 2008).
Francisco Michavila estuvo al frente del Consejo de Universidades entre
1995 y 1997, y es autor, coautor y editor de varios libros sobre la
Universidad española y su reforma, como
La salida del
laberinto: Crítica
urgente de la universidad (Madrid:
Universidad Complutense, 2001), o Contra
la contrarreforma
universitaria: Crónica esperanzada de un tiempo convulso
(Madrid:
Tecnos, 2004). Hay que decir que esta contrarreforma, de la
cual se ocupa también en el primer artículo de
este
libro, es la reforma universitaria del Partido Popular, al que trata
Michavila con invariable menosprecio y en clave de consigna, "la
convulsa y oscura legislatura pasada"... (144).
Algo
injusto, habida cuenta de que en la reforma de la universidad
según el plan Bolonia ha habido una continuidad sin
badén
apreciable entre las legislaturas del PP y las del PSOE. (Aunque no
dudo
que si ahora se echa atrás o se aparca algún
aspecto de
la reforma, ante las protestas crecientes, seguro que se
achacará ese aspecto al oscurantista PP...). El
prólogo
del libro lo escribe nada menos que José Luis
Rodríguez
Zapatero. Por cierto que lo último que se ha oído
decir a
Zapatero sobre el plan Bolonia (ante la ola de protestas) es que
habrá que aumentar las becas en vista del aumento de costes,
y
ser cuidadosos con carreras "amenazadas" como las de Humanidades.
La idea central del libro de Michavila es la de una Universidad que nos
acerque al tradicional ideal europeo de progreso y racionalidad, y que
a la vez sea moderna, competitiva, eficaz y acorde a las exigencias del
mundo que la rodea. "El Espacio Europeo", nos dice, "es una
oportunidad, una extraordinaria oportunidad, para que nuestra
educación superior dé un salto gigantesco hacia
adelante
en los próximos años" (18).
Tendrá que ser
una universidad menos ensimismada en sus dinámicas
tradicionales
y más atenta a las necesidades de su entorno: "El avance
tecnológico y la generación de riqueza de una
sociedad
están estrechamente vinculados con la respuesta
académica
de su universidad a las demandas sociales, en cuanto a
cración y transmisión de los conocimientos"
(145).
Michavila escribe como un apasionado reformador de la Universidad,
constructivo y optimista, a la vez que envía
pequeñas
señales identificativas de hombre de partido:
así, habla
de grandes pensadores europeístas españoles como
Ortega y
Gasset o Negrín (¡uf, que se me vuelca la balanza!
—Negrín sería europeísta de
la Europa de muy
al
este, en todo caso... ). También nos
asegura el autor, arrebolado, que "Con el paso de los años,
cada
vez
más encuentro mi patria en Homero y en Dante. En Beethoven y
en
Kant. En Galileo y en Cauchy. En Descartes y en Giner. En Danton y en
Azaña" — una serie ésta sabiamente
descendiente,
para hacerla mínimamente plausible y clavar a
Azaña en el
énfasis final. Y esto lo repite (18, 130)—
¿Azaña, a quien sin duda
todos tendríamos que estar agradecidos por su buen gobierno?
Podía haber seguido la serie con Felipe González
y
Roldán, ya puestos. En fin, que dentro del
universo
imaginario del libro, el acercamiento a Europa es un proyecto
tradicional de la ilustración española, encarnada
hoy en
el PSOE, mientras que el pasado, el oscurantismo irracional, y la
lección magistral, gravitan hacia el campo de influencia del
PP.
Simplifico, pero es que la tesis subyacente es simple.
Así pues hay que tener en cuenta esta tendencia a la hora de
interpretar las interpretaciones de Michavila sobre "Veinte
años
de reformas universitarias"; los datos y el panorama son muy
útiles y clarificadores, pero hay que tener en cuenta desde
qué punto de vista se nos ofrecen. Michavila pide en la
reforma
actual suficientes recursos para la Universidad y una
gestión
eficaz de los mismos, un mayor énfasis en la excelencia,
mediante la creación de redes docentes y
científicas, y
una mayor apertura a otras instituciones a nivel internacional. Ve muy
positivo el papel de evaluación de la calidad de la
investigación, los famosos sexenios, y en cambio considera
que
la evaluación de la docencia ha fracasado, al generalizarse
los
quinquenios de evaluación docente a todo el profesorado sin
premiar a los mejores. Propone añadir otro
complemento—que
ya se va haciendo en algunos casos a través de las
Comunidades,
pero tiende a convertirse en una subida de sueldo general. Llama la
atención sobre el bajo porcentaje de recursos que destina
España a su universidad, poco dinero público,
pero sobre
todo insiste en la falta de dinero privado, la poca sinergia de la
enseñanza superior española con el mundo
empresarial.
Pero también es insatisfactorio el gasto en
investigación: 1,03 por 100 del PIB, muy por debajo del 1,93
por
100 del PIB que es el valor medio de la Unión Europea, o de
l2,7
por 100 del PIB de Estados Unidos, o del 3,4 por 100 del PIB de
Finlandia. (...) Peor aún es el dato de que menos del 9 por
100
de la actividad investigadora es financiada por las empresas. (47).
Sobre la financiación universitaria, opina Michavila que
No hay reforma creíble si no va acompañada de
recursos
adicionales para acometerla. ¿De dónde sacarlos?
Sólo del incremento de los fondos públicos no
parece
viable. Hay que explorar otras vías complementarias de
financiación universitariaDesde la oferta de
enseñanzas ad
hoc
con los intereses del sector productivo del entorno hasta el
estímulo al mecenazgo y la creación de redes de
cátedras-empresa, pasando por la cofinanciación
de
proyectos socio-académicos y el aumento de las
transferencias de
resultados de investigación y los servicios de
asesoramiento.
Así podrían obtenerse fondos adicionales por
importe de
una o dos décimas del PIB, al menos. (142)
Y por allí pasamos a la famosa "privatización" de
la
universidad pública que tanto preocupa a los estudiantes
antibolonios y a críticos del proceso como José
Luis
Pardo. A Michavila no: sólo parece ver bienes y beneficios
en el
desarrollo de estas dinámicas y de la implicación
de los
empresarios y banqueros en los Consejos Sociales de las
universidades—las volverá mejor financiadas y
más
realistas. Extraña que no aparezca asomo de duda sobre algún posible aspecto
negativo
de estas transformaciones; pero nada, parece claro que aquí
estamos ante un puntal teórico de la relación
banca /
PSOE.
"La
educación universitaria ha de contribuir a la
consolidación de
una ciudadanía europea activa, con la extensión y
ejercicio de los
valores europeos: la democracia y la diversidad impregnada de humanismo
y de racionalidad" (120).
—esta línea de pensamiento, también
recurrente, no queda muy claro cómo casa con lo de la
formación
profesional orientada a la empresa; son en todo caso dos
líneas de
ataque que el autor ve necesarias en esta reforma. En esto de la
ciudadanía responsable también
tenemos un apunte bastante línea PSOE, de defensa de Europa
como una
"potencia tranquila", sabia y tolerante con la diversidad, frente a lo
que Michavila denomina el "monolitismo americano"—lo que le
deja a uno
preguntándose si, abogando por un modelo de universidad tan
integrada
con la empresa como aboga el autor, conoce efectivamente la universidad
americana, que será todo menos monolítica.
En cualquier caso muchos
aspectos de esa universidad "a la americana" sí le parecen
deseables al
autor, empezando por la mayor difusión de la
enseñanza superior y de la
"educación a lo largo de la vida" en los USA.
También el mayor
espíritu empresarial de los EE.UU. le parece
deseable—dato triste es
que
"Entre
los ciudadanos de los veinticinco países de la
Unión
Europea, los españoles son los menos emprendedores: el 70
por 100 de
los nuestros jamás ha pensado en crear su propia empresa
(el valor
medio en la Unión de esa magnitud es del 57 por 100)" (146).
En cuanto a estructuras anquilosuriadas que hay que reformar, aboga
Michavila por la inmersión en las nuevas
tecnologías, que
han de cambiar la relación profesor-alumno y la
dinámica
del trabajo en clase. Menos teoría y más
práctica
formativa quiere Michavila, hay que "quitar paja": las clases
habrán de ser más prácticas, y
aquí las
lecciones magistrales no tienen sino palabras de crítica
(son de
esa España rancia)—y el trabajo en equipo, el aprender a aprender son
las claves de la universidad del futuro. También las
tutorías, un seguimiento mucho más personalizado.
Eso
requerirá, dice Michavila, entrar en la cuestión
de
volver a recalcular el cómputo de las horas docentes de un
profesor—aunque evita entrar en la cuestión de si
los
profesores van a tener más horas "de fichar" ya se llamen
clases
o tutorías. Supongo que la deducción es que
sí, y
que parte de la reforma de eficacia pasa por tener más
controlada la actividad de los profesores. Para empezar, que se
refugien menos en la investigación: ya nos dice el autor que
habría de computarse cerca de un tercio de la
dedicación
como dedicada a la investigación (cuando yo hasta ahora me
venía haciendo un cómputo de un 50% docencia /
investigación). Otra cosa anquilosada es el exceso de
normativa
para Michavila: habla de agilizar, dejar la cosa a la
dinámica
interna, quitar leyes que constriñen.... De lo
cual
podría deducirse que nuestro rectorado de Zaragoza, dejando
que
nuestro departamento organice el máster con los criterios
que le
vengan en gana, aunque vulneren la ley de la función
pública y la propia normativa del Rectorado, está
muy en la onda.
Francamente, creo que Michavila no tiene muy estudiadas las
consecuencias de lo que significa suprimir normas comunes de
funcionamiento, en un sitio tan podrido de feudalismo como la
Universidad—donde leyes superiores son lo único
que pone
coto mínimo a la dinámica de grupillos y corros.
De esto
hay poca crítica en el libro—más bien,
cada vez que
sale el tema de la "endogamia" nos dice que se exagera, y que en todos
los ambientes laborales hay endogamia en España. Propone
sustituir la reglamentación inicial por la
valoración de
resultados... digamos que importan los fines y no los medios, si cazan
ratones. (Y sin embargo sí aprecia Michavila
algunas
normas de carácter general como muy positivas, como esa que
establecía que la valoración de
méritos en las
oposiciones debía valer el doble que la
exposición de
docencia o investigación del segundo ejercicio).
Otra
hojarasca que quiere quitar es "el catálogo de
áreas de
conocimiento" para favorecer la transversalidad y la
interdisciplinariedad.... o no queda muy claro, propone sustituirlo por
una estructura en árbol que agrupe áreas
próximas
(algo así como las macroáreas que organizaron la
última ley sobre diseño de grados, supongo). A
veces esto
lo dice un tanto alegremente, como si los profesores fuesen a ser
especialistas en cualquier cosa o en su transversalidad. O
quizá
animadores pedagógicos, es una duda con la que se queda uno.
A
veces la reforma propuesta recuerda inquietantemente al Bachillerato:
"El
desarrollo de un modelo educativo propio de la universidad
corresponderá a la voluntad de dar a sus estudiantes una
formación integral, no unidimensional por medio de una
excesiva
especialización en las disciplinas cursadas. Los alumnos
vistos
desde la óptica amplia antes enunciada no pueden acabar su
período de formación superior sin la
adquisición
de una visión de la ciencia, la técnica, el
humanismo o
las materias jurídico-económicas suficiente para
que su
incorporación al mundo laboral se haga desde una
posición
más favorable, como profesional y como ciudadano a la vez"
(174).
Trabajarán los universitarios en equipos
organizados, y no
sólo los investigadores: también se requiere
más
organización de equipo entre los docentes—"no
porque quieran, sino porque
lo prevea la función docente" (171). Y atenderán
los
profesores (esto ya me parece más optimista, demasiado
bonito) a
la formación humana y madurez emocional, intelectual y moral
de
los estudiantes. (Supongo que no por iniciativa propia, sino con
protocolos administrativos como Programa Tutor de nuestra universidad,
supongo—o poniéndoles una Educación
para la
Ciudadanía como asignatura obligatoria en todas las carreras
quizá). Estaría bien, dice, un 80% de
créditos
sobre la especialidad estudiada, y un 20% de formación
transversal en otros campos científicos. Propone
también
Michavila reconocer los méritos docentes más que
en la
actualidad, y critica el sistema de acceso vigente, por el cual la
provisión de plazas la dicta la docencia pero se hace con
criterios predominantemente de excelencia investigadora.
Sobre las torpezas y tropiezos de la reforma en su desarrollo hasta
hoy, sobre la confusión
y caos reglamentario a la hora de ponerla en camino, de eso poco tiene
que decir Michavila. Durante años se tuvo a la gente
trabajando con proyectos organizadísimos en unos "libros
blancos" para las titulaciones que luego quedaron en agua de borrajas,
al suprimirse la idea de un listado oficial de titulaciones y caer el
ministerio de Sansegundo. Y entonces lo critica Michavila—a
posteriori (en Expansión
& Empleo,octubre
de 2007)—"La idea de un listado oficial, común,
rígido, uniforme, para todas las universidades del Estado
tenía el tufo de lo antiguo..." —Oye, pues
¡qué poco criticarlo cuando estaba todo el Consejo
de
Coordinación Universitaria elaborando esta lista corta, y
rediseñando las titulaciones en petí
comité,
con los rectores metidos a expertos de sus áreas de
conocimiento respectivas! Tuvo que petar la cosa por su
dinámica
propia. De la implicación de los estudiantes en la reforma
tiene
alguna alusión Michavila, pero ninguna crítica a
la
manera en que se les venía puenteando, a ellos y a todos los
sectores universitarios, en esa reforma hecha desde arriba, para el
pueblo pero sin el pueblo.
Otro personaje recurrente en el libro, aparte de Negrín, es
Cadmo, con quien se
identifica el autor, Cadmo en busca de Europa ("Deseos y
realidades")—lástima que se nos dice que por fin
no la
encontró, así que no parece muy bien elegido el
mito para
fomentar el europeísmo. Espero que esta vez tengamos
más
suerte, pero no deberíamos olvidar que no se trata de que
tengamos que hacernos más europeos, porque ya estamos en en
el
corazón de Europa, por así decirlo, y no en su
periferia.
Quizá lo que quiere decir Michavila (pero no le sale decirlo
así) es que tenemos que hacernos más americanos
en la universidad. Pero está difícil la cosa,
entre
Escila y Caribdis, entre la universidad integrada en su entorno
económico-laboral (tan deseable) y la afirmación
de que
sería absurdo "programar las enseñanzas
más
demandadas y abandonar las restantes"; entre el extremo de los
estudiantes obligados a estudiar carreras que no desean, y la
indeseable postura "ultraliberal" de dar un cheque escolar al
estudiante para que elija libremente carrera y que sobreviva la
universidad más apta para atender a este mercado.
Bueno, un libro en suma "de la reforma de Bolonia", que encarna al
milímetro el espíritu de la misma, con las
ventajas
(entusiasmo, eficacia, modernización) e inconvenientes
(precipitación y un cierto simplismo) de esta reforma.
Ofrece un
plan de acción y una dirección en la que
trabajar, y
diagnostica muchos de los males de la universidad actual (menos atento
está, quizá, a sus aspectos positivos...).
"Amateurismo
por todas partes,
repetición rutinaria de lo que otros ya hacen.
Así
generación tras generación. ¿Hay
actividad humana
que haya evolucionado menos en el último siglo?
En la creación
científica se habla con
satisfacción de la organización de grupos de
investigación y de equipos de trabajo. Por el contrario, en
las
tareas docentes impera el individualismo. Salvo en casos aislados, tras
la asignación de asignaturas, o partes de ellas, o de grupos
de
alumnos, se acomete esta actividad por parte de cada profesor en
solitario, sin que dé grandes explicaciones a sus colegas
sobre
lo que hace ni de cómo lo hace. No hay transparencia, ni
nadie
la reclama. No se rinde cuenta de los objetivos de aprendizaje
alcanzados, más allá de las calificaciones
otorgadas a
los alumnos, tras unos exámenes cuyo formato es igualmente
tradicional. Quien se ampara en la repetición de lo ya hecho
no
suele tener problemas. A quien pretende innovar, ensayar nuevos
métodos, reformular sus objetivos docentes, acaso le surjan
algunas dificultades imprevistas." (194).
¿Quién dirá que le falta
razón? —Pues
hay que tener más previsión, con las dificultades
esas.
—oOo—