Publicado en Personales. com. José Ángel García Landa
(25 de julio de 2007)
Que
otros por aquí dicen que en realidad empezó la cosa con Prisciliano,
porque Santiago está en la tumba de Tierra Santa. Todo un cuento, vamos,
el camino, y el contracamino del cuerpo santo de Padrón, y el que va
desde Finisterre.
El
caso es que empezamos el día de Santiago viajando a medianoche. A los
Eduardos y las Montses los hemos dejado camino de Panxón; y nosotros nos
volvemos conduciendo demasiado tarde, recorriéndonos toda la costa
norte de Galicia con vueltas y revueltas. Con una escala más que
indeseable en La Coruña, que está pésimamente señalizada para los
forasteros y cada vez que venimos nos tiene dando vueltas como peonzas
hasta que conseguimos salir, qué cruz, y eso que se supone que tenía un
alcalde cojonudo.
Y
eso, tras salir de la autopista vamos desgranando los infinitos nombres
de pueblos gallegos a cincuenta kilómetros por hora: Álvaro, Cerdido, O
Barqueiro, Mosende, Negradas, o cualquiera que te puedas inventar,
seguro que existe por ahí perdido—Ronquido, pongamos. Al fin llegamos a
Viveiro como a la una y media o las dos, y despertamos a Chelo, con
quien habíamos quedado hacía horas, y se había quedado dormida en el
coche delante de casa.
El
día se nos va en desfasar el horario durmiendo hasta mediodía, luego
charrar charra que te charra, sin salir a ver un día radiante que hacía
(que para eso ya nos habíamos quemado en Fisterra, y ahora hay que ir
con cuidado).
Creíamos
que por los etarras, que suelen dejar alguna bomba puesta tras pasar
unos días de vacaciones por aquí. Pero parece ser que son igual de
temidos los islamistas, por lo del emblema de Santiago—Santiago
matamoros, el patrono un tanto vergonzante de España, y todavía
celebrado multitudinariamente en Galicia. No mola Santiago en la España
andalusí y multicultural, y menos aún le mola a Al Quaeda, en la medida
en que existan. Guerras celestiales.
Y
a la caída de la tarde nos vamos a la playa de Covas, a darnos un
chapuzón en un agua buenísima y tranquila ("la piscina más grande del
mundo") con el sol casi de medianoche dando aún en las colinas una luz
casi verde de tan amarilla. Y lo a gusto que se estaba, sin nadie más
que había en todos los kilómetros de playa, vamos, ni un moro en la
costa.
Ni
tampoco hay por cierto aquí ni crimen ni nada, menuda diferencia con
Barcelona, me decía un policía con quien me paseaba en el coche patrulla
el otro día. Viveiro está lejos de todas partes, pero compensa.
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