Aventuras en Bañales
Publicado en Personales. com. José Ángel García Landa
Hoy nos ha dado la ventolera y nos hemos ido de excursión domiguera a las Cinco Villas, con la idea de visitar unos restos arqueológicos del año la polca que por ahí guardan (mal señalizados, por cierto, pues en la carretera no había ningún cartel que indicase que metiéndose por tal camino, llega usted a las ruinas de tal ciudad romana).
La primera cosa excepcional que hemos visto ha sido una bandada de cientos de cigüeñas—pero cientos— posadas en tierra, delante de nuestras narices. Había oído que la especie iba a más, pero desde luego nunca había visto tantas juntas. Ni las volveré a ver. Luego nos hemos parado en el castillo de Sádaba, que estaba cerrado... y hemos hecho un picnic en una especie de mazmorra muy bonita que tiene delante (—"bonita, y lóbrega" puntualiza Álvaro). Siguiendo camino, nos hemos pasado de las ruinas romanas (por la falta de cartel) y nos hemos ido hasta Uncastillo ("otro castillo" que dice Otas), a donde nos hemos prometido volver con más tiempo; es un pueblo precioso con otro castillo, claro, iglesias románicas preciosas, una cantidad impresionante de caserones antiguos, y una judería que ocupa medio pueblo... se ve que prosperó durante la Edad Media, y más, todo lo que quiso.
Y luego hemos llegado volviendo camino a Layana, cerca de Sádaba, donde está la estela funeraria de los Atilios, en medio de ninguna parte. No se sabe si impresiona más la voluntad de perdurar, o el hecho de que haya perdurado, o el hecho de que todavía se pueda leer la inscripción dedicada por Atilia "al mejor de los padres" hace dos mil años. Lo que impresiona debe ser el conjunto, la combinación: la casualidad de este monumento aislado en medio del campo, sosteniendo su dedicatoria durante milenios, cuando de tantas otras cosas de su época no queda ni rastro. Nuestra interpretación del monumento, y de la inscripción: que Atilia, probablemente heredera soltera (pues no aparece etiquetada como "vxor" de nadie), al quedarse huérfana de padre, hizo erigir el monumento uniéndola a ella todavía viva a la memoria de su padre, y de su abuelo, seguramente grandes terratenientes, como a modo de cédula de propiedad y garantía de pedigrí, mostrando de dónde venían sus derechos a la propiedad, más cuestionables siempre para las mujeres. Lo cual no quita para que echase de menos a Atilio padre, claro... Pero vamos, que hizo el monumento porque era mujer, y necesitaba sentar sus reales.
Cruzando Layana se llega a las ruinas de la ermita de Bañales, construida seguramente con piedras de las ruinas romanas (ruinas de ruinas, y llena de cuervos que escapan al acercarnos). Y lo que queda de la ciudad romana, de nombre desconocido (Bañales la llaman ahora, antes Atilia, antes quién sabe). Quedan los restos de la columnata del Foro... y un pequeño trozo que excavaron los arqueólogos de la Universidad hace veinticinco años, aunque de cualquier otro trozo excavado saldrían los mismos cimientos de viviendas, de hecho se ven por todas partes.
- ¡Mira, papá, hemos encontrado restos romanos!
- Sí, mira, aquí en esta roca está la cara de un romano.
- ¡Jaja! Pues sí que le han puesto cara de romano, mira el perfil... pero esto lo hizo, seguro, un estudiante bromista del Dr. Beltrán. En esa roca de allá también hay otra, se nota que las han tallado hace poco.
- Vamos a subir arriba, que allí está la ciudad antigua, seguramente esa era ya prerromana, y luego los romanos hicieron el barrio nuevo aquí abajo, cuando la cosa estuvo ya más calmada.
- Ay. Oscar me ha pegado una patada en la cara mientras trepaba.
- ¿Cuándo se extinguieron los romanos?
Por todas partes se ven montículos que son casas derruídas, a veces el trazado de las calles, hasta las habitaciones, bases de columnas, goznes de piedra para las puertas, aljibes, mesas de piedra o (quizá) un altar, esquinas... muchas piedras de las mejor talladas se han ido sin duda a Sádaba, pero quedan los restos de centenares de viviendas. Ni un habitante desde hace muchos siglos, por razones desconocidas. De sus huesos tampoco queda ni rastro; de sus palabras sólo la inscripción de Atilia hija. Las Ruinas, o meditaciones sobre las revoluciones de los imperios. Paseamos hasta las ruinas del acueducto, va lloviznando, no se ve a nadie en todo el horizonte, y es amplio.
- Las ascuas de un crepúsculo morado.
- Mira cuantas huellas de jabalí.
- Pues ahora ya se hace de noche, mira que si viene uno y se lleva a Otitas colgado del colmillo.
- ¿Pasarías la noche en esa ermita en ruinas, Álvaro? ¿Con los cuervos?
- Ni loco. Igual me hablaban—me dirían "Nunca más." Bueno, eso lo diría yo si me quedase.
- Tú nos haces andar demasiado, mamá. Hemos andado más que en la plaza. Yo estaría muy bien como una ostrita jugando al Tzar con mi ordenador. Como una auténtica ostrita.
- Pues por eso os hacemos andar, hala.
Volvemos sin incidentes a Zaragoza, ya de noche cerrada a las siete. Pibo nos anuncia que va a comer como un tiranosaurio.
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