Esta tarde. Y yo le contesto así a Actividades Culturales de nuestra universidad:
¿Qué razón hay para invitar a un personaje que, cuando le entregan
un premio nacional, lo recoge por la pasta, pero aclara que desprecia a
quienes se lo dan, es más, que es enemigo suyo? Que está con el
enemigo—como si los españoles no tuvieran enemigos, o fuese cosa de
chiste.
Lo que se ventila en el (irrelevante de por sí) "caso Trueba" que tanta tinta virtual ha hecho correr últimamente, no es si su película es buena o mala—como que no hay películas buenas que fracasan, y malas que tienen éxito, y como que la publicidad escandalosa no puede llevar público a la sala en lugar de detraerlo. Eso es, insisto, irrelevante.
Lo que se ventila es un asunto de si existen unos mínimos de dignidad y de decencia política en España. Trueba declaró no sólo que España le es indiferente y que no va con él, excepto a la hora de llevarse el dinero, haciendo un feo explícito, y a la hora de exigir más subvenciones para su cine. Vamos, España como pagafantas.
Lo que se ventila es si el antiespañolismo fashion va a ser reído, aplaudido y premiado (como lo fue en esta innoble ceremonia del País Vasco, con un pusilánime ministro del PP). Si el país en el que tenemos que vivir en común, incluyendo a Trueba, que no quema su DNI y pide más subvención, está ahí sólo como mono de goma para darle leña. Si el antiespañolismo es un proyecto que haya de ser viable, vitoreable, y premiable en España.
Yo opino que NO. Porque la opinión contraria no es sólo indecente—es una contradicción en términos, como este sujeto cuya estrábica mirada parece el símbolo mismo de la contradicción y sesgo insufrible de sus planteamientos.
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