La
conclusión final es que la ciudadanía "ha pasado olímpicamente" de
la élite política catalana que se embarcó en la aventura del Estatut. Y
eso demuestra que hay un vacío político enorme entre los ciudadanos de
Cataluña que podría ser liderado por un nuevo partido que se erigiera
en defensor de los derechos individuales cívicos y en contra de los
míticos derechos colectivos de las supuestas naciones. Por ejemplo,
Ciutadans.
Pero
con vistas al futuro que parece que pasa por la candidatura de Montilla
por el PSC, me gustaría destacar una de las frases más venenosas que le
he leído a Pedro Jota, lo que ya tiene mérito, publicada el domingo
pasado:
"Al
margen de que esta crisis haya servido para demostrar que mientras el
ofuscado Maragall es mucho mejor persona que político, el atravesado
Montilla todavía resulta peor persona que político"
Lo
más grave de este comentario es que, además de tener mala intención, es
una verdad como una catedral. Lo peor que hay es la fe del converso, y
el nacionalismo es una fe, y el de Iznájar es un converso, un pobre
obseso con su sangre impura que tiene que quemar en la hoguera política
a los que defienden la Razón frente al instinto de territorialidad de
los mamíferos.
Por
eso tuvimos durante la campaña electoral a Montilla, como Torquemada,
enardeciendo a las masas para que arrojaran a las tinieblas exteriores
a "populares" y "ciudadanos" como si fueran brujas y judíos.
Y yo le
comento:
Muy
bueno tu comentario al comentario sobre Montilla. "Que además es
cierto". En cuanto al comentario sobre los resultados, dos comentarios:
el Estatut sí que ha sido, lamentablemente, votado por la mayoría de
los votantes. Los abstencionistas, ciudadanos de segunda por elección,
o súbditos autodesignados, delegan su voto por oficio a la mayoría de
votantes. Que en este caso han aprobado el Estatut.
Y,
lo más triste: que esa situación no tiene remedio. Ciutadans va a tener
tan poco arrastre como se muestra en esta votación: su postura no ha
sido apoyada más que por una minoría incapaz de cambiar el signo
nacionalista que parece preferir contra viento y marea (por razones que
a mí se me escapan) la mayoría opinante de la sociedad catalana.
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