Hoy se ha roto una tradición de siglos; nos ha llegado una nueva normativa universitaria y he sido el primer profesor de mi departamento que la ha aplicado, para sorpresa de la secretaría y de los colegas. Pues resulta que ya no se pueden publicar las notas de los alumnos en el tablón de anuncios - bueno, sí se puede, pero no con su nombre. Hay que publicar el NIP oséase el número de identificación personal junto a la nota. (no se especifica si en orden alfabético o no). Esto, mientras se implementa un sistema por el cual las notas se pondrán en red y cada alumno podrá acceder a las suyas con su clave personal, fuera tablones. Es, naturalmente, una medida de protección a la intimidad. Nadie tiene por qué saber las notas de nadie. Se acabaron los lloros frente al tablón, ahora procede la cara de esfinge, que nadie se entere de que "te han suspendido", o de que "has suspendido", según el caso. Claro que más eficaz aún sería dar la clase en cabinas separadas, en plan laboratorio de idiomas, y con cascos; así nadie sabría si alguien dice una tontería, o (aún peor) una genialidad, o no se ha leído la lección. Tampoco sabremos ya quiénes son los cerebritos de la clase, lástima para lo de pedirles apuntes. Los estudios de uno son ahora, aunque lleven a un título público, algo privado, una cuestión en la que nadie tiene derecho a meter las narices. Igual es que nos vamos acercando al concepto de la universidad como empresa privada, que debe mantener confidenciales todos los datos de sus clientes. En la universidad medieval de siempre, los demás alumnos también podían advertir si existía una desproporción entre lo que de un alumno se apreciaba en clase y las notas que sacaba luego; ahora es algo que no les incumbe; la carrera de cada cual es privada. Claro, que de momento no se saben el NIP, y miran la lista de notas desconcertados... pero enseguida nos haremos a este brave new world, donde cada vez nos parecemos más a un código de barras, para mal y para bien.
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