La vida del hombre en sociedad,
igual que la vida de otras especies, es
una lucha por la existencia y, por lo tanto, es un proceso de
adaptación selectiva. La evolución de la estructura social ha sido un
proceso de selección natural de instituciones. El progreso que se ha
hecho y que continúa haciéndose en las instituciones humanas y en el
carácter humano puede ser atribuido, de una manera general, a una
selección natural de los hábitos de pensamiento mejor capacitados y a
un proceso de adaptación forzosa de los individuos a un medio que ha
cambiado progresivamente con el crecimiento de la comunidad y con las
cambiantes instituciones bajo las que han vivido los hombres. Las
instituciones no sólo son ellas mismas el resultado de un proceso
selectivo y adaptativo, que modela los tipos prevalecientes o
dominantes de actitud y aptitudes espirituales; son al mismo tiempo
métodos especiales de vida y de relaciones humanas y, por tanto, son a
su vez factores eficaces de selección. De tal manera que las
instituciones cambiantes realizan a su vez una ulterior selección de
individuos dotados del temperamento más adecuado y una ulterior
adaptación de los temperamentos y hábitos individuales al medio
cambiante, recurriendo a la formación de nuevas instituciones.
Las fuerzas que han dirigido el desarrollo de la vida humana y de la
estructura social son, sin duda, reductibles en último extremo a
términos de tejido vivo y medio material; mas para el propósito que
aquí nos ocupa, es posible hablar de esas fuerzas, de manera
aproximada, en términos de un medio—en parte humano y en parte no
humano—y de un sujeto humano con una constitución física e intelectual
más o menos definida. Tomado en conjunto y como término medio, este
sujeto humano es más o menos variable; principalmente, sin duda, por
obra de una regla de conservación selectiva de variaciones favorables.
La selección de variaciones favorables quizá sea, en gran medida, una
conservación selectiva de tipos étnicos. En la historia de la vida de
cualquier comunidad cuya población se componga de una mezcla de
elementos étnicos diversos, uno u otro de los diversos tipos
persistentes y relativamente estables de cuerpo y de temperamento
asciende a una posición de dominio en un momento determinado. La
situación, incluyendo las instituciones en vigor en cualquier momento
dado, favorecerá la supervivencia y el predominio de un tipo de
carácter con preferencia a otro; y el tipo de hombre así seleccionado
para continuar y elaborar más las instituciones heredadas del pasado
modelará en una medida considerable esas instituciones según lo que él
mismo sea. Pero aparte de la selección que se da entre tipos de
carácter y hábitos de pensamiento relativamente estables, no hay duda
de que se produce simultáneamente un proceso de adaptación selectiva de
hábitos de pensamiento dentro de la gama general de aptitudes, que es
característica del tipo o los tipos étnicos dominantes. Puede haber
variación en el carácter fundamental de un pueblo mediante la selección
entre tipos relativamente estables; pero hay también una variación
debida a la adaptación en detalle dentro del ámbito general del tipo, y
a la selección hecha entre específicos puntos de vista habituales
acerca de una determinada relación social o de un grupo determinado de
relaciones.
Para el propósito presente, sin
embargo, la cuestión relativa a la
naturaleza del proceso de adaptación —ya sea principalmente una
selección entre tipos estables de temperamento y carácter, o
fundamentalmente una adaptación de los hábitos de pensamiento humanos a
las circunstancias cambiantes— es de menos importancia que el hecho de
que, por un método u otro, las instituciones cambian y se desarrollan.
Las instituciones deben cambiar conforme cambian las circunstancias,
pues son, por naturaleza, un método habitual de responder a los
estímulos que esas cambiantes circunstancias presentan. El desarrollo
de esas instituciones es el desarrollo de la sociedad. Las
instituciones son, en lo sustancial, hábitos de pensamiento comunes con
respecto a relaciones y funciones particulares del individuo y de la
comunidad; y el esquema de la vida, que está constituido por el
conjunto de instituciones en vigor en un momento dado o en un punto
determinado del desarrollo de cualquier sociedad, puede caracterizarse,
de manera general, por el lado psicológico, como una común actitud de
espíritu o una común teoría de la vida. Por lo que se refiere a sus
características genéricas, esa actitud espiritual o teoría de la vida
es reductible, en su último análisis, a términos de un tipo común de
carácter.
La situación de hoy modela las instituciones de mañana mediante un
proceso selectivo, coercitivo, que actúa sobre la opinión habitual que
el hombre tiene de las cosas, alternando o fortificando de este modo un
punto de vista o una actitud mental heredada del pasado. Las
instituciones —es decir, los hábitos mentales— bajo cuya guía viven los
hombres, son, pues, heredadas de un pasado anterior; éste puede ser más
o menos remoto, pero en cualquier caso, dichas instituciones han sido
elaboradas y transmitidas por el pasado. Las instituciones son un
producto de procesos pasados, están adaptadas a las circunstancias
pasadas y, por tanto, no están de pleno acuerdo con los requisitos del
presente. Por la naturaleza misma del caso, este proceso de adaptación
selectiva no puede nunca ponerse a la par con la situación
progresivamente cambiante en que se encuentra la comunidad en cualquier
momento dado; pues el medio ambiente, la situación, las exigencias de
la vida que hacen forzosa la adaptación y realizan la selección,
cambian de un día a otro, y cada situación sucesiva de la comunidad
tiende, a su vez, a quedar en desuso tan pronto como ha sido
establecida. Cuando se ha dado un paso en el desarrollo, ese paso
constituye por sí mismo un cambio de situación que exige una nueva
adaptación; se convierte en el punto de partida de un nuevo paso en el
ajuste, y así sucesivamente.
Es, pues, de notar, aunque ello pueda resultar en una tediosa
perogrullada, que las instituciones de hoy—el esquema de vida
actualmente aceptado— no se adaptan enteramente a la situación de hoy.
Al mismo tiempo, los actuales hábitos de pensamiento tienden a
persistir indefinidamente, excepto cuando las circunstancias fuerzan un
cambio. Esas instituciones que nos han sido así transmitidas, esos
hábitos de pensamiento, puntos de vista, actitudes y aptitudes
mentales, etcétera, son, pues, por sí mismos, un factor conservador.
Éste es el factor de la inercia social, de la inercia psicológica, del
conservadurismo.
La estructura social cambia, se desarrolla y se adapta a una situación
alterada, sólo mediante un cambio en los hábitos de pensamiento de las
variadas clases de la comunidad, o, en último análisis, mediante un
cambio en los hábitos de pensamiento de los individuos que constituyen
la comunidad. La evolución de la sociedad es sustancialmente un proceso
de adaptación mental por parte de los individuos, bajo la presión de
las circunstancias que no tolerarán por más tiempo hábitos de
pensamiento formados bajo un conjunto de circunstancias diferentes en
el pasado, y adaptándose a ellas. Para el propósito inmediato que aquí
nos interesa, no es una cuestión de grave importancia la de si este
proceso de adaptación es un proceso de selección y supervivencia de
persistentes tipos étnicos, o un proceso de adaptación individual y una
herencia de rasgos adquiridos.
El avance social, sobre todo si se mira desde el punto de vista de la
teoría económica, consiste en un continuo acercamiento progresivo a un
ajuste más o menos exacto "de las relaciones internas a las relaciones
externas", pero este ajuste no llega nunca a establecerse
definitivamente, ya que las "relaciones externas" están sujetas a un
cambio constante, como consecuencia del cambio progresivo que tiene
lugar en las "relaciones internas". Pero el grado de aproximación puede
ser mayor o menor, según sea la facilidad con que se hace un ajuste. Un
reajuste de los hábitos de pensamiento mentales de los hombres para
conformarse a las exigencias de una situación alterada sólo se produce,
en cualquier caso, tardíamente y a disgusto, y sólo bajo la coerción
ejercida por una situación que ha hecho que las opiniones establecidas
llegaran a ser insostenibles. El reajuste de las instituciones y las
opiniones habituales a un medio alterado se hace como respuesta a una
presión exterior; es de la naturaleza de una reacción a un estímulo. La
libertad y la facilidad de reajuste, es decir, la capacidad de
crecimiento de la estructura social, depende, pues, en gran medida, del
grado de libertad con que en un momento dado la situación actúe sobre
cada uno de los miembros individuales de la comunidad, es decir, del
grado de exposición de cada uno de los miembros individuales a las
fuerzas limitadoras del medio. Si una porción o clase de la sociedad
está resguardada de la acción del medio en cualquier aspecto esencial,
esa porción de la comunidad o esa clase adaptará más tardíamente sus
conceptos y su esquema de vida a la nueva situación general; y tenderá
en la misma medida a retrasar el proceso de transformación social.
La clase ociosa opulenta se halla, así, en una situación protegida con
respecto a las fuerzas económicas que favorecen el cambio y el
reajuste. Y puede decirse que las fuerzas que contribuyen a un reajuste
de las instituciones, especialmente en el caso de una comunidad
industrial moderna, son, en último término, casi enteramente de
naturaleza económica.
Cualquier comunidad puede ser vista como un mecanismo industrial o
económico cuya estructura está compuesta por lo que se denomina sus
estructuras económicas. Esas instituciones son métodos habituales de
llevar adelante el proceso vital de la comunidad, en contacto con el
medio material en que ésta vive. Cuando unos métodos dados de desplegar
la actividad humana en ese medio determinado han sido elaborados de
esta manera, la vida de la comunidad se expresa a sí misma con cierta
facilidad en esas direcciones habituales. La comunidad utilizará las
fuerzas del medio para los propósitos de su vida, de acuerdo con los
métodos aprendidos del pasado y encarnados en esas instituciones. Pero
conforme aumenta la población, y conforme se va ampliando el
conocimiento y la habilidad de los hombres en la dirección de las
fuerzas de la naturaleza, los métodos habituales de relación entre los
miembros del grupo y el método habitual de continuar el proceso vital
del grupo como un todo, no dan ya el mismo resultado de antaño; y
tampoco las condiciones de vida resultantes se distribuyen y reparten
entre los diversos miembros del mismo modo ni con el mismo efecto que
antes. Si el esquema general de vida conforme al cual se desarrollaba
el proceso vital del grupo bajo las condiciones anteriores daba el
resultado más alto que—dentro de las circunstancias— se podía alcanzar
en lo referente a la eficiencia o facilidad del proceso vital del
grupo, ese mismo esquema de vida, si no es modificado, no producirá,
una vez alteradas las condiciones, el resultado más alto que se pueda
conseguir a este respecto. Bajo las nuevas condiciones de población,
habilidad y conocimiento, la facilidad de la vida con arreglo al
esquema tradicional puede que no sea más baja de lo que era en las
condiciones antiguas; pero siempre existe la posibilidad de que sea
inferior a lo que pudiera ser si se hubiera alterado el esquema para
adaptarlo a las condiciones alteradas.
El grupo se compone de individuos, y la vida del grupo es la vida de
los individuos vivida por cada uno de un modo independiente siquiera en
apariencia. El esquema de vida aceptado por el grupo es el consenso de las opiniones mantenidas por el grueso de esos
individuos respecto a qué sea lo bueno, justo, conveniente y bello en
la vida humana En la redistribución de las condiciones de vida que
proviene del nuevo, modificado método de enfrentarse con el medio, el
resultado no es un cambio equivalente en la facilidad de la vida de
todos y cada uno de los miembros del grupo. Puede que las nuevas,
modificadas condiciones aumenten la facilidad de vida del grupo tomado
en conjunto, pero la redistribución producirá normalmente una
disminución en la facilidad o plenitud de la vida de algunos miembros
del grupo. Un avance en los métodos técnicos, en la población o en la
organización industrial requerirá que, por lo menos, algunos de los
miembros de la comunidad alteren sus hábitos de vida para poder
adaptarse con facilidad y eficacia a los modificados métodos
industriales; y al hacerlo así no podrán seguir viviendo de acuerdo con
las nociones por ellos recibidas acerca de cuáles son los correctos y
bellos hábitos de vida.
Todo individuo a quien se le pida cambiar sus hábitos de vida y sus
relaciones habituales con sus prójimos, sentirá la discrepancia entre
el método de vida que las nuevas exigencias recientemente surgidas
requieren de él, y el tradicional modo de vida a que está acostumbrado.
Son los individuos puestos en esta situación los que tienen el
incentivo más vigoroso para reconstruir el recibido esquema de vida, y
los que son persuadidos con mayor facilidad de lo imprescindible que es
aceptar normas nuevas; y es por la necesidad de conseguir los medios de
vida indispensables, por lo que los hombres se hallan en una situación
así. La presión ejercida por el medio sobre el grupo, la cual hace que
tenga lugar un reajuste del esquema de la vida de dicho grupo, actúa
sobre sus miembros en forma de exigencias pecuniarias; y debido a este
hecho —debido a que las fuerzas externas se traducen en gran parte en
exigencias pecuniarias o económicas— podemos ver que las fuerzas que
cuentan para el reajuste de las instituciones en cualquier comunidad
industrial moderna son principalmente fuerzas económicas; o más
específicamente, que esas fuerzas adoptan la forma de presión
pecuniaria. Un reajuste tal y como el que aquí se está considerando es,
en sustancia, un cambio en las opiniones de los hombres acerca de lo
que es bueno y justo; y el medio por el que se produce un cambio en la
idea que tienen los hombres de lo bueno y de lo justo es, en gran
parte, la presión de las exigencias pecuniarias.
Cualquier cambio en las opiniones de los hombres acerca de lo que es
bueno y justo en la vida humana sólo se abre camino de manera tardía y
eso en el mejor de los casos. Esto es especialmente cierto en cualquier
cambio que tiene lugar a favor de lo que denominamos progreso; es
decir, en dirección divergente de la situación arcaica—la situación que
puede ser considerada como punto de partida de cualquier paso que se dé
en la evolución social de la comunidad—. El retroceso, el regreso a un
punto al que la especie ha estado habituada por mucho tiempo en el
pasado, es más fácil. Esto es particularmente cierto en el caso en que
el desarrollo a partir de ese punto no se ha debido de modo principal a
una sustitución de tipo étnico por otro cuyo temperamento es ajeno al
anterior punto de partida.
La etapa cultural que precede inmediatamente a la presente en la
historia de la civilización occidental es la que hemos denominado
estadio quasi-pacífico. En ese estadio quasi-pacífico, la ley del status
es la característica dominante en el esquema de la vida. No hay
necesidad de señalar cuán inclinados están los hombres de hoy a volver
a la actitud espiritual del señorío y del servilismo personal que
caracteriza esa etapa. Quizá pueda decirse más bien que dicha actitud
se encuentra como en suspenso debido a las exigencias económicas de hoy
y que no ha sido definitivamente suplantada por un hábito mental que
esté en completo acuerdo con esas exigencias más recientemente
desarrolladas. Los estadios depredador y quasi-pacífico
de la evolución económica parecen haber sido de larga duración en la
historia de todos y cada uno de los principales elementos étnicos que
constituyen los pueblos de la cultura occidental. El temperamento y las
propensiones propios de esos estadios culturales han alcanzado, por
tanto, una tal persistencia que hace inevitable una rápida reversión a
las características generales de la correspondiente constitución
psicológica, en el caso de que una clase o comunidad esté alejada de la
acción de esas fuerzas que favorecen el mantenimiento de los hábitos de
pensamiento más recientemente desarrollados.
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