martes, 20 de mayo de 2014

Dinámica de la evolución social según Veblen

Trátase en el capítulo 8 de la Teoría de la Clase Ociosa de Thorstein Veblen (1899), imprescindible contribución a la sociología y al evolucionismo cultural. La cultura humana resulta de la selección natural... pasada por el hombre, es decir, de un proceso de selección y adaptación en el que la selección deliberada por parte de los humanos es un factor importante, sin que por eso el proceso social sea el resultado de las intenciones de nadie, dada la dinámica compleja de retroalimentación que se da entre las instituciones existentes y el uso que se les da. Más bien son las propias intenciones, criterios, modales y maneras sociales los que son producto de este desarrollo evolutivo.

Una vez sentados los principios de la teatralidad de la vida social y de la indignidad del trabajo productivo, así como la ley del derroche ostentoso que rige ese teatro, pasamos a tratar en este capítulo la relación entre la Exención de trabajo industrial y conservadurismo. Pero casi me interesa más la teoría evolucionista y adaptacionista del desarrollo social que abre el capítulo, pues se sienta allí el principio crucial de la inestabilidad de las estructuras sociales (instituciones, relaciones, modalidades de comportamiento). Hay que señalar que el término institución usado por Veblen cubre un ámbito mucho más amplio de lo que podríamos suponer por el uso habitual del término, e incluye desde las instituciones formales hasta rituales o modos de relación, o incluso lo que Goffman llama marcos de referencia (frames). Estas instituciones se rigen por la selección natural y son inestables, dinámicas y cambiantes debido precisamente a la dialéctica adaptativa que las gobierna. 

Obsérvese cómo Veblen, en línea con la sociobiología actual, centra como puntos clave de los procesos de transformación social el uso y explotación de los recursos naturales, el desarrollo de la organización y el conocimiento, y el aumento de la población. Quizá no pone bastante énfasis, resultado de la época desarrollista en que vivió, en el agotamiento de los recursos. Que va a tener efectos espectaculares próximamente.

Ecce.


La vida del hombre en sociedad, igual que la vida de otras especies, es una lucha por la existencia y, por lo tanto, es un proceso de adaptación selectiva. La evolución de la estructura social ha sido un proceso de selección natural de instituciones. El progreso que se ha hecho y que continúa haciéndose en las instituciones humanas y en el carácter humano puede ser atribuido, de una manera general, a una selección natural de los hábitos de pensamiento mejor capacitados y a un proceso de adaptación forzosa de los individuos a un medio que ha cambiado progresivamente con el crecimiento de la comunidad y con las cambiantes instituciones bajo las que han vivido los hombres. Las instituciones no sólo son ellas mismas el resultado de un proceso selectivo y adaptativo, que modela los tipos prevalecientes o dominantes de actitud y aptitudes espirituales; son al mismo tiempo métodos especiales de vida y de relaciones humanas y, por tanto, son a su vez factores eficaces de selección. De tal manera que las instituciones cambiantes realizan a su vez una ulterior selección de individuos dotados del temperamento más adecuado y una ulterior adaptación de los temperamentos y hábitos individuales al medio cambiante, recurriendo a la formación de nuevas instituciones.

Las fuerzas que han dirigido el desarrollo de la vida humana y de la estructura social son, sin duda, reductibles en último extremo a términos de tejido vivo y medio material; mas para el propósito que aquí nos ocupa, es posible hablar de esas fuerzas, de manera aproximada, en términos de un medio—en parte humano y en parte no humano—y de un sujeto humano con una constitución física e intelectual más o menos definida. Tomado en conjunto y como término medio, este sujeto humano es más o menos variable; principalmente, sin duda, por obra de una regla de conservación selectiva de variaciones favorables. La selección de variaciones favorables quizá sea, en gran medida, una conservación selectiva de tipos étnicos. En la historia de la vida de cualquier comunidad cuya población se componga de una mezcla de elementos étnicos diversos, uno u otro de los diversos tipos persistentes y relativamente estables de cuerpo y de temperamento asciende a una posición de dominio en un momento determinado. La situación, incluyendo las instituciones en vigor en cualquier momento dado, favorecerá la supervivencia y el predominio de un tipo de carácter con preferencia a otro; y el tipo de hombre así seleccionado para continuar y elaborar más las instituciones heredadas del pasado modelará en una medida considerable esas instituciones según lo que él mismo sea. Pero aparte de la selección que se da entre tipos de carácter y hábitos de pensamiento relativamente estables, no hay duda de que se produce simultáneamente un proceso de adaptación selectiva de hábitos de pensamiento dentro de la gama general de aptitudes, que es característica del tipo o los tipos étnicos dominantes. Puede haber variación en el carácter fundamental de un pueblo mediante la selección entre tipos relativamente estables; pero hay también una variación debida a la adaptación en detalle dentro del ámbito general del tipo, y a la selección hecha entre específicos puntos de vista habituales acerca de una determinada relación social o de un grupo determinado de relaciones.

Para el propósito presente, sin embargo, la cuestión relativa a la naturaleza del proceso de adaptación —ya sea principalmente una selección entre tipos estables de temperamento y carácter, o fundamentalmente una adaptación de los hábitos de pensamiento humanos a las circunstancias cambiantes— es de menos importancia que el hecho de que, por un método u otro, las instituciones cambian y se desarrollan. Las instituciones deben cambiar conforme cambian las circunstancias, pues son, por naturaleza, un método habitual de responder a los estímulos que esas cambiantes circunstancias presentan. El desarrollo de esas instituciones es el desarrollo de la sociedad. Las instituciones son, en lo sustancial, hábitos de pensamiento comunes con respecto a relaciones y funciones particulares del individuo y de la comunidad; y el esquema de la vida, que está constituido por el conjunto de instituciones en vigor en un momento dado o en un punto determinado del desarrollo de cualquier sociedad, puede caracterizarse, de manera general, por el lado psicológico, como una común actitud de espíritu o una común teoría de la vida. Por lo que se refiere a sus características genéricas, esa actitud espiritual o teoría de la vida es reductible, en su último análisis, a términos de un tipo común de carácter.

La situación de hoy modela las instituciones de mañana mediante un proceso selectivo, coercitivo, que actúa sobre la opinión habitual que el hombre tiene de las cosas, alternando o fortificando de este modo un punto de vista o una actitud mental heredada del pasado. Las instituciones —es decir, los hábitos mentales— bajo cuya guía viven los hombres, son, pues, heredadas de un pasado anterior; éste puede ser más o menos remoto, pero en cualquier caso, dichas instituciones han sido elaboradas y transmitidas por el pasado. Las instituciones son un producto de procesos pasados, están adaptadas a las circunstancias pasadas y, por tanto, no están de pleno acuerdo con los requisitos del presente. Por la naturaleza misma del caso, este proceso de adaptación selectiva no puede nunca ponerse a la par con la situación progresivamente cambiante en que se encuentra la comunidad en cualquier momento dado; pues el medio ambiente, la situación, las exigencias de la vida que hacen forzosa la adaptación y realizan la selección, cambian de un día a otro, y cada situación sucesiva de la comunidad tiende, a su vez, a quedar en desuso tan pronto como ha sido establecida. Cuando se ha dado un paso en el desarrollo, ese paso constituye por sí mismo un cambio de situación que exige una nueva adaptación; se convierte en el punto de partida de un nuevo paso en el ajuste, y así sucesivamente.







Es, pues, de notar, aunque ello pueda resultar en una tediosa perogrullada, que las instituciones de hoy—el esquema de vida actualmente aceptado— no se adaptan enteramente a la situación de hoy. Al mismo tiempo, los actuales hábitos de pensamiento tienden a persistir indefinidamente, excepto cuando las circunstancias fuerzan un cambio. Esas instituciones que nos han sido así transmitidas, esos hábitos de pensamiento, puntos de vista, actitudes y aptitudes mentales, etcétera, son, pues, por sí mismos, un factor conservador. Éste es el factor de la inercia social, de la inercia psicológica, del conservadurismo.

La estructura social cambia, se desarrolla y se adapta a una situación alterada, sólo mediante un cambio en los hábitos de pensamiento de las variadas clases de la comunidad, o, en último análisis, mediante un cambio en los hábitos de pensamiento de los individuos que constituyen la comunidad. La evolución de la sociedad es sustancialmente un proceso de adaptación mental por parte de los individuos, bajo la presión de las circunstancias que no tolerarán por más tiempo hábitos de pensamiento formados bajo un conjunto de circunstancias diferentes en el pasado, y adaptándose a ellas. Para el propósito inmediato que aquí nos interesa, no es una cuestión de grave importancia la de si este proceso de adaptación es un proceso de selección y supervivencia de persistentes tipos étnicos, o un proceso de adaptación individual y una herencia de rasgos adquiridos.

El avance social, sobre todo si se mira desde el punto de vista de la teoría económica, consiste en un continuo acercamiento progresivo a un ajuste más o menos exacto "de las relaciones internas a las relaciones externas", pero este ajuste no llega nunca a establecerse definitivamente, ya que las "relaciones externas" están sujetas a un cambio constante, como consecuencia del cambio progresivo que tiene lugar en las "relaciones internas". Pero el grado de aproximación puede ser mayor o menor, según sea la facilidad con que se hace un ajuste. Un reajuste de los hábitos de pensamiento mentales de los hombres para conformarse a las exigencias de una situación alterada sólo se produce, en cualquier caso, tardíamente y a disgusto, y sólo bajo la coerción ejercida por una situación que ha hecho que las opiniones establecidas llegaran a ser insostenibles. El reajuste de las instituciones y las opiniones habituales a un medio alterado se hace como respuesta a una presión exterior; es de la naturaleza de una reacción a un estímulo. La libertad y la facilidad de reajuste, es decir, la capacidad de crecimiento de la estructura social, depende, pues, en gran medida, del grado de libertad con que en un momento dado la situación actúe sobre cada uno de los miembros individuales de la comunidad, es decir, del grado de exposición de cada uno de los miembros individuales a las fuerzas limitadoras del medio. Si una porción o clase de la sociedad está resguardada de la acción del medio en cualquier aspecto esencial, esa porción de la comunidad o esa clase adaptará más tardíamente sus conceptos y su esquema de vida a la nueva situación general; y tenderá en la misma medida a retrasar el proceso de transformación social.

La clase ociosa opulenta se halla, así, en una situación protegida con respecto a las fuerzas económicas que favorecen el cambio y el reajuste. Y puede decirse que las fuerzas que contribuyen a un reajuste de las instituciones, especialmente en el caso de una comunidad industrial moderna, son, en último término, casi enteramente de naturaleza económica.

Cualquier comunidad puede ser vista como un mecanismo industrial o económico cuya estructura está compuesta por lo que se denomina sus estructuras económicas. Esas instituciones son métodos habituales de llevar adelante el proceso vital de la comunidad, en contacto con el medio material en que ésta vive. Cuando unos métodos dados de desplegar la actividad humana en ese medio determinado han sido elaborados de esta manera, la vida de la comunidad se expresa a sí misma con cierta facilidad en esas direcciones habituales. La comunidad utilizará las fuerzas del medio para los propósitos de su vida, de acuerdo con los métodos aprendidos del pasado y encarnados en esas instituciones. Pero conforme aumenta la población, y conforme se va ampliando el conocimiento y la habilidad de los hombres en la dirección de las fuerzas de la naturaleza, los métodos habituales de relación entre los miembros del grupo y el método habitual de continuar el proceso vital del grupo como un todo, no dan ya el mismo resultado de antaño; y tampoco las condiciones de vida resultantes se distribuyen y reparten entre los diversos miembros del mismo modo ni con el mismo efecto que antes. Si el esquema general de vida conforme al cual se desarrollaba el proceso vital del grupo bajo las condiciones anteriores daba el resultado más alto que—dentro de las circunstancias— se podía alcanzar en lo referente a la eficiencia o facilidad del proceso vital del grupo, ese mismo esquema de vida, si no es modificado, no producirá, una vez alteradas las condiciones, el resultado más alto que se pueda conseguir a este respecto. Bajo las nuevas condiciones de población, habilidad y conocimiento, la facilidad de la vida con arreglo al esquema tradicional puede que no sea más baja de lo que era en las condiciones antiguas; pero siempre existe la posibilidad de que sea inferior a lo que pudiera ser si se hubiera alterado el esquema para adaptarlo a las condiciones alteradas.

El grupo se compone de individuos, y la vida del grupo es la vida de los individuos vivida por cada uno de un modo independiente siquiera en apariencia. El esquema de vida aceptado por el grupo es el consenso de las opiniones mantenidas por el grueso de esos individuos respecto a qué sea lo bueno, justo, conveniente y bello en la vida humana En la redistribución de las condiciones de vida que proviene del nuevo, modificado método de enfrentarse con el medio, el resultado no es un cambio equivalente en la facilidad de la vida de todos y cada uno de los miembros del grupo. Puede que las nuevas, modificadas condiciones aumenten la facilidad de vida del grupo tomado en conjunto, pero la redistribución producirá normalmente una disminución en la facilidad o plenitud de la vida de algunos miembros del grupo. Un avance en los métodos técnicos, en la población o en la organización industrial requerirá que, por lo menos, algunos de los miembros de la comunidad alteren sus hábitos de vida para poder adaptarse con facilidad y eficacia a los modificados métodos industriales; y al hacerlo así no podrán seguir viviendo de acuerdo con las nociones por ellos recibidas acerca de cuáles son los correctos y bellos hábitos de vida.

Todo individuo a quien se le pida cambiar sus hábitos de vida y sus relaciones habituales con sus prójimos, sentirá la discrepancia entre el método de vida que las nuevas exigencias recientemente surgidas requieren de él, y el tradicional modo de vida a que está acostumbrado. Son los individuos puestos en esta situación los que tienen el incentivo más vigoroso para reconstruir el recibido esquema de vida, y los que son persuadidos con mayor facilidad de lo imprescindible que es aceptar normas nuevas; y es por la necesidad de conseguir los medios de vida indispensables, por lo que los hombres se hallan en una situación así. La presión ejercida por el medio sobre el grupo, la cual hace que tenga lugar un reajuste del esquema de la vida de dicho grupo, actúa sobre sus miembros en forma de exigencias pecuniarias; y debido a este hecho —debido a que las fuerzas externas se traducen en gran parte en exigencias pecuniarias o económicas— podemos ver que las fuerzas que cuentan para el reajuste de las instituciones en cualquier comunidad industrial moderna son principalmente fuerzas económicas; o más específicamente, que esas fuerzas adoptan la forma de presión pecuniaria. Un reajuste tal y como el que aquí se está considerando es, en sustancia, un cambio en las opiniones de los hombres acerca de lo que es bueno y justo; y el medio por el que se produce un cambio en la idea que tienen los hombres de lo bueno y de lo justo es, en gran parte, la presión de las exigencias pecuniarias.

Cualquier cambio en las opiniones de los hombres acerca de lo que es bueno y justo en la vida humana sólo se abre camino de manera tardía y eso en el mejor de los casos. Esto es especialmente cierto en cualquier cambio que tiene lugar a favor de lo que denominamos progreso; es decir, en dirección divergente de la situación arcaica—la situación que puede ser considerada como punto de partida de cualquier paso que se dé en la evolución social de la comunidad—. El retroceso, el regreso a un punto al que la especie ha estado habituada por mucho tiempo en el pasado, es más fácil. Esto es particularmente cierto en el caso en que el desarrollo a partir de ese punto no se ha debido de modo principal a una sustitución de tipo étnico por otro cuyo temperamento es ajeno al anterior punto de partida.

La etapa cultural que precede inmediatamente a la presente en la historia de la civilización occidental es la que hemos denominado estadio  quasi-pacífico. En ese estadio quasi-pacífico, la ley del status es la característica dominante en el esquema de la vida. No hay necesidad de señalar cuán inclinados están los hombres de hoy a volver a la actitud espiritual del señorío y del servilismo personal que caracteriza esa etapa. Quizá pueda decirse más bien que dicha actitud se encuentra como en suspenso debido a las exigencias económicas de hoy y que no ha sido definitivamente suplantada por un hábito mental que esté en completo acuerdo con esas exigencias más recientemente desarrolladas. Los estadios depredador y quasi-pacífico de la evolución económica parecen haber sido de larga duración en la historia de todos y cada uno de los principales elementos étnicos que constituyen los pueblos de la cultura occidental. El temperamento y las propensiones propios de esos estadios culturales han alcanzado, por tanto, una tal persistencia que hace inevitable una rápida reversión a las características generales de la correspondiente constitución psicológica, en el caso de que una clase o comunidad esté alejada de la acción de esas fuerzas que favorecen el mantenimiento de los hábitos de pensamiento más recientemente desarrollados.








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