Que hay una dialéctica entre el sujeto y su realidad es algo
que se puede decir de muchas maneras, aunque no siempre se llegan a
percibir todas las dimensiones y la intensidad de esa implicación
mutua. Lo podemos decir en lenguaje heideggeriano, o a la manera de
Ortega ("yo soy yo y mi circunstancia"). Lo podemos decir utilizando el
lenguaje de la ecología, y decir que construimos nuestro propio nicho
ecológico, un nicho en vida, antes del más duradero.
La teoría de los nichos ecológicos,
ampliada a la cultura humana y sus rincones y anfractuosidades, vendría
a reconocer que las personas, con sus acciones e interacciones, van
construyendo para sí en la sociedad un entorno ecológico que les
proporciona el sustento físico y emocional que necesitan para
sobrevivir. No siempre, claro. También lo podemos decir con el lenguaje
de la realidad virtual, decir que vivimos en Matrix, en la Caverna
Platónica, o que nuestra realidad está generada por el cerebro. A mí me
gusta hablar de la realidad en la que creemos habitar como una realidad
aumentada, expandida informacionalmente, o una Realidad Autocumplida,
generada en parte por nuestras expectativas y cuidadosamente agenciada
mediante la colaboración social, para que en efecto resulte ser la que
esperamos.
La teoría del entorno, entendido como algo creado por la interacción de
un sujeto con el medio natural, la formula de modo complejo y memorable
George Herbert Mead—y tal vez no sea casualidad que también en Mead
encontramos una teoría original y podríamos decir interaccional del
sujeto humano: un sujeto que no sólo interacciona con los demás, sino
que interacciona consigo mismo, es más, que se constituye (por supuesto
en una sociedad, y como sujeto social) mediante la interiorización de
esa interacción comunicativa. Para Mead, estamos continuamente
autocomunicándonos, emitiendo señales dirigidas a nosotros mismos, en
uno u otro de nuestros roles sociales, y ese teatro interno, junto con
la acción exterior que filtra y recibe y emite, constituye lo que es
propio y distintivo de la subjetividad humana.
El interaccionismo simbólico de Mead (el término no es suyo, sino de su
discípulo Herbert Blumer) ha sido desarrollado por muchos otros
autores, como Tamotsu Shibutani, el propio Blumer, Joel Charon, o
Erving Goffman. En mi artículo sobre Goffman ya traté sobre el teatro de la interioridad y su relación con la realidad como expectativa autocumplida—una
relación que podemos desarrollar hoy un poquito más. Y en otro artículo
sobre el origen del mundo simbólico o del lenguaje ya hablé algo de la
interiorización de la interacción desde un punto de vista neurológico: "Interacción internalizada: El desarrollo especular del lenguaje y del orden simbólico".
Son acercamientos parciales o perspectivas sobre una teoría de la
realidad que ha de tener en cuenta a la vez el materialismo de la
realidad física, y el carácter ideal o informacional de la realidad como
una estructura de informaciones, actitudes y expectativas, un entorno
mental, generado por el cerebro.
El cerebro proyecta la realidad, en parte a modo de proyección
cinematográfica—la matrix cerebral proyectada al exterior, no en modo
solipsista sino en cooperación o coproducción fílmica con los demás
miembros del equipo, nuestro entorno social. También proyectamos la
realidad en forma de proyectos,
y en efecto, es crucial el papel de la interacción y de las
expectativas (ya sean autocumplidas o frustradas) a la hora de generar
esa realidad proyectada conjuntamente, o alucinación consensuada si se prefiere. Sorge
lo llamaba a veces Heidegger, a esto o a uno de sus aspectos. Estamos
en relación con el mundo en tanto que tiempo, en tanto que anticipación
o expectativa o protensión husserliana, o durée bergsoniana. Hace poco, en otro artículo sobre Mead, hablábamos de la complejidad del tiempo humano en Mead.
En Mead, y en los humanos. Nuestro tiempo es todo historia
construida, es todo presente que engloba pasados y futuros, y es todo
futuro que nos espera unido a nuestros roles sociales y entornos
interaccionales. El cerebro es una máquina del tiempo, y hoy la
neurología puede añadir algunas observaciones que vienen a sustentar
esta perspectiva sobre la mente humana y la realidad que es su entorno.
Michael Gazzaniga, en ¿Qué nos hace humanos? (2010; Human, 2008) presenta
algunos avances recientes de la neurología que conjugan bien con la
visión interaccionista-simbólica. Por ejemplo, para el neurólogo Jeff
Hawkins, la clave del tipo de inteligencia humana se encuentra en la
relación entre la neocorteza, la parte del cerebro resultado de la
hominización, de evolución reciente, y las regiones cerebrales más
centrales y basales.
Hay que tener en cuenta que el cerebro consta de dos mitades en gran medida autónomas, muy ligadas entre sí, pero sólo a través de esta base "antigua" del cuerpo calloso. No hay conexiones directas entre el neocórtex derecho y el izquierdo; y Gazzaniga expone muchas consecuencias fascinantes de esa división, resultante en asimetría y especialización de funciones. La información que llegamos a procesar como consciente, a la que prestamos atención, y que tendemos a confundir con "el mundo de ahí afuera", es en realidad resultado de muchos sistemas cerebrales que la generan a partir de señales y sistemas diferentes, tras un proceso de realimentacióin entre estas zonas neocorticales (sólo conectadas con "el mundo" a través de los sentidos y el cerebro antiguo) y otras regiones de procesamiento sensorial, motor y emocional, situadas en posición más central y primitiva. Según la exposición de Hawkins,
Para Hawkins, el cerebro genera patrones de información asociando continuamente información memorizada en procesos constantemente asociados entre sí. El cerebro, y en especial el cerebro humano, es una máquina de memoria: su principal finalidad es hacer predicciones—diciéndolo en los términos antes empleados, generar la realidad como una expectativa autocumplida. Para Hawkins, la predicción "es la función principal de la neocorteza, y el fundamento de la inteligencia" (J. Hawkins y S. Blakeslee, On Intelligence, NY: Holt, 2004; en Gazzaniga 375). "Hawkins entiende la inteligencia como la medida en que recordamos y predecimos patrones, sean de palabras, números, situaciones sociales u objetos físicos. Esto es lo que ocurre entonces cuando las áreas corticales envían información a los niveles inferiores de la jerarquía cortical" (Gazzaniga 376).
Gazzaniga, por su parte, ha propuesto la teoría del intérprete como un elemento creador de sentido e intención en el cerebro, organizando la información de modo que da lugar a una secuencia coherente de atención e interpretación—lo que solemos identificar con nuestra experiencia consciente, y que en realidad es sólo un efecto cerebral, y una pequeña parte de la actividad real del cerebro. Este intérprete también es un actor importante en la proyección de la realidad a que venimos refiriéndonos. Va creando una versión creíble de nosotros mismos y de nuestra interacción con el mundo, presentándonos a modo de película autoproducida un modelo práctico de "lo que está pasando", un modelo que nos permite gestionar el mundo en la modalidad de la atención consciente.
En estas conexiones de realimentación cerebral que describen Hawkins y Gazzaniga podemos ver la base neurológica de muchos procesos, pero ENTRE ELLOS, la base neurológica de la autointeracción descrita por Mead. Estas son algunas de las "señales que el organismo se dirige a sí mismo", una cuestión que Mead anticipó y de hecho asoció al neocórtex y su anatomía. Entre los "patrones" cognitivos procesados por el neocórtex y reemitidos a las áreas sensoriales (simplificamos y esquematizamos, para mayor claridad) están los conceptos asociados a las palabras, de tal manera que nuestra realidad se vuelve una realidad asociada a las palabras y al lenguaje (la "caverna del cerebro, o lenguaje como realidad virtual" que describíamos en otro artículo). En Louder than Words expone Benjamin Bergen la teoría neurocognitiva que sustenta esta imbricación entre palabras y realidad. Pero otros esquemas que interactúan con éstos son lo que Gustavo Bueno llama estromas, objetos del mundo en tanto que formas cognitivamente constituidas (ver "Estromas, marcos, y virtualidad de lo real"). También las "situaciones sociales" a que alude Gazzaniga se pueden definir como marcos interaccionales, géneros o modos de interacción, que generan o modalizan la realidad en que estamos en cada momento, realidad social—y nos comportamos distinto en un congreso, un partido de fútbol, o una fiesta, todo realidades imaginarias o consensuadas. Los marcos (analizados memorablemente por Goffman son así modalidades de la interacción humana y del espacio público en tanto que espacio imaginariamente estructurado y acotado—espacio virtual, o realidad aumentada si se quiere.
En lo que quiero incidir hoy es en la conjunción entre las teorías interaccionales de Goffman, las autointeracciones de Mead que (interiorizando la sociedad) constituyen al sujeto, y estos procesos físicos, neuronales, de retroalimentación cerebral: las conexiones o cableado que son la base neurológica que posibilita dicha autointeracción, y que explica por qué ésta se da con mucha mayor intensidad (por no decir exclusivamente) en el cerebro humano y en la experiencia humana. Citamos a Hawkins:
Hacia abajo, es decir, desde el neocórtex a las áreas que procesan más
directamente la información sensorial o emocional. Por simplificar: veo
un libro en la mesa no sólo porque ese libro esté allí, sino porque la
parte de mi cerebro que sabe qué es un libro (y si es mío o no,
etc.) manda información a otra sección del cerebro, la que ve una
serie de formas, y le dice "eso es un libro"—es lo que llamamos no sólo
ver el libro sino prestarle atención. (La atención, fenómeno complejo y
multidimensional, existe sin embargo como fenómeno identificable y como
palabra—ver "Atención a la atención".
Y hay que buscar su génesis en esta autocomunicación retroalimentativa
que implica distintos tipos de información, emoción y percepción,
disponiendo actitudes emocionales y corporales hacia un objeto que se
vuelve consciente no sólo por estar allí, sino precisamente porque le
vamos prestando atención. Esta atención supone, y permite,
procesamientos cognitivos más complejos, que implican relaciones más
complejas e intensas entre más áreas del cerebro.
La neocorteza es un desarrollo del cerebro de los mamíferos. Algunas
aves inteligentes (córvidos, loros, etc.) la suplen con otro tipo de
distribución cerebral, al parecer. Es en todo caso una innovación sobre
el cerebro reptiliano, dice Gazzaniga. "La memoria y la predicción
permiten a un mamífero adoptar las rígidas conductas desarrolladas por
las estructuras evolutivamente más antiguas y usarlas con mayor
inteligencia" (377)—la flexibilidad y adaptabilidad son elementos clave
aquí, y no es casual que los instrumentos cognitivos más
característicos del ser humano, el lenguaje y el pensamiento creativo,
requieran esa flexibilidad en grado máximo, y vengan definidos por
ella. (Ver Mark Turner, "La capacidad del pensamiento humano").
El procesamiento informativo propio del ser humano, su modelización de
la realidad, variable según las estructuras informacionales,
interaccionales (marcos, estromas...) que proyectemos sobre ella, crea
un entorno complejo y multiforme, una realidad aumentada en la que no puede vivir ninguna otra criatura—un universo simbólico emergente a partir del universo físico.
Es la realidad simbólica, o la realidad como expectativa autocumplida
a la que venimos refiriéndonos, una realidad posibilitada por esa
determinada estructuración e interconexión cerebral, por el cableado
neuronal que hace circular la información memorizada y la información
percibida y referirlas una a otra. Este cableado nos permite trabajar offline, según lo llama Derek Bickerton en Adam's Tongue—es
decir, trabajar "desconectados" del entorno inmediato, interactuando
con la realidad memorizada o virtual que portamos, al margen de la que
nos llega por los sentidos, que sería funcionar online. (Esta dicotomía online/offline lleva un poco a confusión en el sentido de que es el modo offline es en realidad el que más directamente nos conecta a la red informática cultural o internet interna—por
el hecho mismo de desconectarnos del entorno físico inmediato. Un libro
es como un cable de Matrix enganchado al cerebro del lector, y la
lectura es un modo de autointeracción a la vez que una interacción con
un entorno informacional físico).
Merlin Donald ("Human Cognitive Evolution", Social Research
(1993), cit. por Gazzaniga) también ve, como Mead o como Bickerton, la
importancia de esta capacidad de autointeracción del sujeto humano:
La realidad humana incluye las ficciones e hipótesis generadas por el cerebro—ficciones que son realidades en tanto que parte del entorno cognitivo. Y entramos así en un curioso bucle de retroalimentación entre futuro y presente, proyectos y realidades, acciones potenciales y acciones efectivas, que da una complejidad particular al entorno humano. Entorno interno y externo, puesto que parte de estas ficciones e hipótesis son subjetivas y personales, pero otras son parte del simbolismo público, en forma de objetos culturales, proyectos colectivos, rituales y símbolos sociales. La acción humana resulta en parte de la autoestimulación basada en este entorno cognitivo—los modelos de acción, las expectativas, los planes; un entorno que quizá no sea inmediato pero que existe, de un modo que no existe para los animales que carecen de esa realidad mental. Dicen así Hawkins y Blakeslee: "En vez de limitarse a hacer predicciones basadas en la conducta del viejo cerebro, la neocorteza humana dirige la conducta para satisfacer sus predicciones" (On Intelligence, cit. en Gazzaniga 378). De este modo la realidad humana resulta en gran medida de este bucle cognitivo un tanto paradójico, las expectativas autocumplidas—como ya señalamos en el artículo al respecto sobre Goffman.
Podemos ver estas contribuciones —las neurológicas de Hawkins, Merlin
Donald y Gazzaniga, las cognitivas, sociológicas y lingüísticas de
Mead, Goffman, Bickerton o Turner— como esencialmente congruentes, y
enlazadas provechosamente entre sí, como parte de un modelo de
interpretación de la realidad humana que conjugue nuestras
peculiaridades neurológicas con la naturaleza simbólica y
fenomenológica particular de la experiencia humana, posibilitada por
una historia evolutiva concreta, una estructuración anatómica y neural
muy específica producto de esa historia, y (en retroalimentación con
todo ello) un medio social, cognitivo e interaccional único, también
histórico pero permanentemente recreado y reelaborado.
Es la realidad
humana, que a veces confundimos con la realidad. Una confusión
comprensible e incluso inevitable, porque es nuestra propia realidad,
autogenerada ecológicamente, y constantemente realimentada por nuestra
comunicación mutua y por nuestras expectativas.

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