Con su lectura de la tragedia de Sófocles Edipo Rey, Freud convirtió a Edipo
en un everyman—un
individuo cuya historia epitomiza el desarrollo de todo ser humano. La
leyenda ya contenía un germen (más que un germen, diría Freud) de este
paso, al hacer que Edipo no entienda cómo el enigma de la Esfinge, que
él acierta en parte, se refería no sólo "al hombre", sino a él—muy particularmente, y no sólo
en tanto que parte del género humano.
Freud iría más allá, incluyendo en el destino general del hombre, tal
como es representado por Edipo, no solamente el paso del héroe por las
etapas de la vida (andando a cuatro patas, luego sobre dos piernas,
luego con tres pies)—sino también la historia completa de Edipo: la
muerte inconsciente del padre, y el deseo hacia su madre. El complejo
de Edipo, en suma, que para Freud viene a ser determinante en la
formación del sujeto humano y en su socialización simultáneamente, en
el seno de la familia como pequeña sociedad. A la vez se forma la
estructura del sujeto en tanto que ego socialmente aceptado e
inconsciente antisocial, pulsional y sujeto a represión—pero que puede
aflorar mediante extraños síntomas en la conducta consciente del sujeto.
Hay quien ha acusado a Freud de proyectar una historia personal, o una
obsesión particular suya, al nivel de una interpretación general de la
conducta humana. Y se le dé el valor que se le dé a la tesis edípica de
la socialización, y de la formación del carácter y de la identidad
socio-sexual, sí habrá que reconocer una cosa. Que Freud tenía un
fuerte complejo de Edipo, de la modalidad más clásica y acusada, con
rivalidad frente a un padre al que siempre representa en su obra como
tiránico y autoritario (Totem y Tabú
es otro modelo estándar del parricidio elevado a categoría
hermenéutica). El mismo Freud reconoció en sus cartas a Fliess
cómo de su propio autoanálisis había emergido este complejo de Edipo
del cual él sufría, reconociendo su hostilidad inconsciente hacia su
padre y sus deseos reprimidos en la infancia hacia su madre. En fin,
que Freud se propone a sí mismo como modelo de libro
para el complejo de Edipo—algo que nos puede hacer sospechar, cuanto
menos, que la generalización del modelo como marco para la generación
de todo sujeto puede tener, como poco, un elemento de proyección o de
distorsión subjetiva, por las tendencias del propio analista.
Hay que señalar que, en todo caso, Freud tiene más complejo de Edipo
que el propio Edipo—pues la historia del griego no da lugar al
desarrollo de rivalidades inconscientes con su padre y de deseos hacia
su madre. Sus padres para Edipo eran otros, y el hombre que mató y la
mujer con la que se casó eran unos desconocidos, no familiares suyos.
Freud mismo comenta que en los mitos las tendencias psicológicas están
por así decirlo despsicologizadas, presentadas de modo
objetivado y dramatizado en las acciones
de los personajes, no en sus intenciones ni pensamientos. En suma, que
Edipo no tiene por qué tener complejo
de Edipo,
más bien es imposible que lo tenga—lo que tiene que hacer es ofrecer
con su historia un modelo que representa o expresa esas pulsiones
identificadas por Freud. Que por su parte no es griego sino victoriano
de Viena, y sí encuentra en su familia la situación patriarcal y
edípica ideal para el complejo.
Así pues, Freud elige el mito de Edipo como modelo de la psicología del
sujeto, y se presenta a sí mismo como un nuevo Edipo que ha descifrado
un enigma—el enigma del hombre también, el enigma de la formación del
sujeto. Freud y Edipo se ven a sí mismos como descifradores de enigmas:
lo cual no deja de tener cierta ironía, visto que la interpretación de
Edipo había sido incompleta y parcial… verdadera, pero engañosamente
verdadera.
El libro de Nicholas Ray Tragedy
and Otherness (2009)
examina algunas disfunciones de la interpretación freudiana. Y
recoge esta anécdota tan reveladora contada por Ernest Jones en su
biografía de Freud. Un "curioso incidente", lo llama Jones. Era por el
cincuenta cumpleaños de Freud, y se reunieron un grupo de sus
discípulos y seguidores para hacerle un regalo: un medallón que por un
lado llevaba una imagen en bajorrelieve con el perfil de Freud, y por
el otro una ilustración griega de Edipo frente a la Esfinge,
respondiendo su acertijo, figuras rodeadas con este lema:
OS TA KLEIN AINIGMAT EIDEI
KAI KRATISTOS EN ANER
es decir, "El que adivinó el célebre enigma y fue un hombre muy poderoso". Son palabras del Coro en el éxodo de Edipo Rey, de Sófocles. Pues bien, resulta que cuando Freud vio la medalla con la inscripción,
"empalideció
y se alteró, y con voz ahogada pidió saber a quién se le había
ocurrido. Se comportó como si hubiese visto un espectro, y en efecto
era lo que había sucedido. Cuando Federn le dijo que era él quien había
elegido la inscripción, Freud reveló que, cuando era un joven estudiante
en la Universidad de Viena, solía pasear por el gran claustro
examinando los bustos de antiguos profesores famosos de esa
institución. Había tenido entonces la fantasía no sólo de ver un día su
propio busto allí, cosa que no hubiera sido de extrañar en un
estudiante ambicioso, sino de verlo portando efectivamente las
idénticas palabras que ahora veía en el medallón" (Jones 1955, 2.14)
Nos
cuenta el propio Jones, al parecer ajeno a la dimensión inquietante de
su propio relato, cómo él mismo se encargó de llevar la profecía
autocumplida hasta sus últimas consecuencias, pues cuidó de que cuando
(en efecto) se erigió un busto a Freud en el claustro de la Universidad
de Viena, se le añadiese la inscripción sofocleana del medallón. "Es",
dice, "un ejemplo muy raro de que una ensoñación de la adolescencia se
vuelve cierta en cada detalle, aunque le costase ochenta años el
realizarse" (1955, 2.14, cit. en Ray 60).
Jones, como vemos, se
centra
en la autosatisfacción de la profecía cumplida, mientras que la propia
escena que describe parece sugerir una dimensión más inquietante. Unheimlich, por ser más precisos.
También es simplista que Jones observe que la profecía adolescente se
ha cumplido al detalle pasando por alto su dimensión de profecía autocumplida, su propio
papel en autocumplirla, o el trayecto en concreto (inesperado y
reflexivo) por el cual llega a cumplirse.
Puede
uno preguntarse qué enigma era el que Freud quería desvelar, siendo
estudiante. También pueden aducirse explicaciones diversas para esta
especie de déjà vu, o momento
inquietante, como se le quiera llamar. Supongo que el propio interés
continuado de Freud por Sófocles, ya desde estudiante por lo que se ve,
fue captado sobradamente por Federn y los otros discípulos, y puede
aducirse que el símil entre Edipo y Freud no era ya por entonces ajeno
a la mitografía psicoanalítica. Ray explora algunos paralelismos entre
Freud y Edipo como racionalistas presuntuosos.
Sea como fuere, el momento
en que Freud contempla el medallón tiene algo de oracular—es una de
esas coincidencias que permiten leer un destino; es significativo en
todo caso, y algo tiene la escena que sugiere una revelación potencial
de sentidos ocultos—quizá inesperados y desagradables, como si la
coincidencia relativa a los enigmas fuese un nuevo enigma que
requiriese interpretación, y anunciase, de manera autodesconstructiva,
el propio fracaso de la teoría, o una dimensión indeseable de la misma,
en el momento justo de celebrar su triunfo. La alteración de Freud
puede ascribirse quizá sólo a la coincidencia, y a la emoción de ver
una profecía realizada, o quizá pueda verse en ella (es lo que sugiere
la descripción de Jones) una especie de desbaratamiento, un paso en
falso dado por alguien con buena intención pero con resultados
inesperados. Lo inesperado podría ser que el enigma está a medio
resolver, y que el que se precia de adivinador de acertijos (Edipo,
Freud) quizá tenga un trabajo interminable por delante, pues la
interpretación misma se convierte (como decía T. S. Eliot) en un
fenómeno que ha de ser interpretado de nuevo, volviendo el trabajo
hermenéutico potencialmente interminable e irresoluble.
La frase del coro tiene una dimensión irónica, no para el coro mismo,
sino para el espectador reflexivo de la obra, que ve en ella una
versión incompleta y blanqueada de los hechos y de la carrera de Edipo,
así como de su capacidad en tanto que descifrador de enigmas. La obra
misma es la historia de cómo la presunción de Edipo, confiado en su
propia perspicacia como intérprete, le lleva a buscar al causante de
los males de
Tebas, sin saber que tras la pista del asesino se encuentra él mismo.
Pero no es ése el secreto desvelado cuya solución celebra el coro,
diciendo cómo Edipo "adivinó el célebre enigma". Es una frase (la del coro y la de la medalla) que
celebra una solución incompleta e involuntariamente irónica. Freud nunca cuestionó
seriamente, al parecer, que tras la resolución de su propio enigma, el
del sujeto humano, pudiera hallarse no sólo Freud en tanto que sujeto humano,
que es la solución que creyó encontrar en su autoanálisis, sino Freud como Freud... apuntando, quizá, a una limitación inherente a su más célebre teoría sobre Edipo. Es decir, no llegó a reconocer que en el enigma que se le propuso, y en la solución que él
dio, al margen de su aplicación al "hombre en general", la más dolorosa
y significativa respuesta fuese, una vez más, gnothi seauton.
Varios son los intérpretes, en efecto (y me acuerdo ahora del análisis magistral de René Girard en Des choses cachées depuis la fondation du monde) que han señalado un indeseable y casi risible elemento de autoproyección personal en la teoría freudiana del Edipo. El mal inherente que según Freud aqueja al desarrollo en familia del ser humano, o si se quiere, la peculiar configuración mental descrita por el complejo de Edipo, es un complejo del propio Freud hecho extensivo de modo injustificado y patético a la generalidad de la configuración mental humana, un peculiar caso de colorear el mundo con el cristal de las propias gafas.
Quizá
en su agitación y sorpresa al encontrarse con el momento casi mítico de
la profecía autocumplida pueda leerse también una sospecha de que
siempre queda un enigma por resolver, una vez se han resuelto los
enigmas, y una inquietud porque el destino aún tiene secretos por
desvelar. Secretos que pueden ser dolorosos de sacar a la luz, pues se
refieren a la propia historia del intérprete, la que lo ha llevado
hasta ese enigma que sólo a medias ha quedado resuelto—diga lo que diga
el coro.
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