Hay una chica rubia, nórdica o franco-nórdica, sentada en un muro mirando a la ría y al mar plomizo, embebida.
- Mira, tiene un caracol subiéndole por la espalda.
- Y de los gordos.
- Se lo voy a quitar. Perdona, tienes un caracol que te sube por la espalda, mira...
- Ah... merci.
- Podríamos calcular el tiempo que lleva mirando al mar midiendo la velocidad del caracol y el rastro de baba que lleva en la ropa. Lo único es que el caracol ya se había recogido dentro de la concha.
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