He estado varias horas viendo Greed, de Erich von Stroheim. No la versión original de nueve horas, que ésa se perdió en los años 20, ni la versión acortada a dos horas y pico que sacaron los productores por encima del cadáver viviente de Stroheim, sino una versión reconstruida en 1999, utilizando la música y el guión y los fragmentos disponibles, y completando el resto, hasta cuatro horas, con fotos fijas del rodaje. Curiosa experiencia, que te lleva desde luego muy vívidamente a los orígenes del cine moderno. Las fotos fijas tienen cualidades a veces goyescas, con las caras grotescas y gestos deformes de gentes de la vida vulgar y fealdad insondable. Otras veces son un documental fascinante de la América de los primeros años del siglo XX, con mucho aún de la Gilded Age adherido a ella, y hasta del Oeste versión cutre, repeinada, con chaqueta y con flequillo. Todavía sigue el ciclo de Von Stroheim en el Cerbuna (todo una regresión al pasado para mí por otra parte, cada vez que me acerco al Cerbuna)... Así que aún podéis ver The Wedding March el lunes y Queen Kelly el martes. A las seis, y gratis. No va casi nadie—desde luego no los estudiantes del Cerbuna, ni nuestros estudiantes de cine del departamento (ni los profesores, vamos)—a ver estas "Joyas del Cine Mudo".
Greed está basada en McTeague, novela naturalista de Frank Norris, el Zola norteamericano. Y mucho tiene de la escuela de Zola, ciertamente: es la historia de un muchacho que asciende de una familia trabajadora con padre borracho, hasta rozar la clase media y casi asentarse en ella—luego desciende, desciende, hasta las profundidades de la brutalidad doméstica, la borrachera y el crimen. La película termina con una famosa escena en el Valle de la Muerte, con McTeague esposado al cadáver de Marcus, su antiguo amigo y ahora su némesis particular, que ha venido a vengar el asesinato de Trina, prima suya a quien él también pretendió, y a la que cedió "galantemente" a su amigo McTeague. Aunque Marcus, como tantos otros personajes, está movido más bien por los resortes casi mecánicos de la Avaricia, pues su resentimiento con McTeague viene de haberse perdido un premio de lotería que ganó Trina justo tras comprometerse con McTeague. Esta historia de avaricia demencial, está replicada en argumento secundario por otro crimen doméstico que prefigura el de McTeague—María, la chatarrera que se casa con el judío Zerkow, y es asesinada por él, éste enloquecido por las fantasías de ella de tesoros imaginados. La miseria es ambiental en la película, aun entre las clases medias de las que viene Trina, y que tienen que cuidar cada céntimo. Trina misma va volviéndose una tacaña patológica, y sus retorcidas economías domésticas contribuyen a enloquecer a McTeague. Claro que la caída de éste viene precipitada por dos cuestiones: primero, pierde su empleo de dentista, amenazado con denuncias por el Colegio de Odontología, pues ejercía sin título. Segundo, la Herencia y el Alcohol y la Avaricia, esas versiones naturalista-zolescas del Destino Fatal, vienen a por él como las tres brujas de Macbeth o como quien se cobra un pacto satánico—y lo convierten en la Bestia Humana. Es curioso ver en la película casi un viaje temporal de ida y vuelta, desde el mundo de la mina que abre la película, puro Viejo Oeste de peleas y de sacamuelas charlatanes, hasta el siglo XX de luces de neón, ferias mecánicas, y prosperidad burguesa, cuando McTeague se casa con Trina y todo parece ir viento en popa. Es la generación de nuestros abuelos, ascendiendo poco a poco de la miseria a una modesta prosperidad, a base de trabajo y privaciones. Nos vamos adentrando en el siglo XX, dejando atrás al salvaje Oeste... Pero el tiempo de repente se mueve hacia atrás. La misma modernidad, con su control sanitario y su administración sistemática, acaba con el "Dr." McTeague, que había prosperado partiendo de mero aprendiz de sacamuelas. Tiene que cerrar su consulta, y empieza la miseria— vuelven el alcohol y el pasado, y la Avaricia, y el crimen. Trina no se quiere desprender de sus ahorros, y eso la llevará a la muerte, cuando su marido pasa de la brutalidad al asesinato. De hecho se cierra el círculo, y vuelve McTeague a la misma mina de donde salió treinta años antes, pero aún seguirá el viaje atrás, a través del salvaje oeste de los buscadores de oro, hasta culminr en en el valle de la Muerte con un final casi primigenio, tras una brutal pelea con Marcus, transformado de petimetre en vaquero cazarrecompensas.
El simbolismo de von Stroheim está muy bien llevado, y mucho aprenderán de él otros cineastas, como él aprendió de Griffith. La cámara es estática, pero hay mucho trabajo de generales y primeros planos, y una edición bien llevada para organizar la percepción en la escena. Aunque, claro, es difícil asegurar aquí qué parte corresponde a von Stroheim y su editor, y cual a los reconstructores posteriores (donde mejor se aprecia el estilo es, claro, en las secuencias clave mejor conservadas). La línea de mirada entre los personajes que componen la escena no se atraviesa, y lo cual da un aire relativamente moderno a la cámara como observador virtual (o narrador omnisciente del naturalismo). La acción de la cámara se complementa, claro, con los paneles de texto, firmados para que no haya dudas "F.N."–también se abre la película, para recalcar su carácter de adaptación, con la novela de Frank Norris abriéndose a su vez, para invitarnos a su interior. Planos repetidos de manos acariciando oro recalcan el obsesivo tema de la Codicia (título alternativo de la traducción española)—aunque, como digo, más allá de la Codicia podemos ver una versión rediviva de L'Assommoir de Zola, con Herencia y Alcohol, con un arco de recorrido social un poquito más amplio, desde el lumpen hasta la clase media y vuelta a caer. El pajarillo que recoge al principio McTeague, y el que tiene luego enjaulado con su pareja, simbolizando su vida feliz con Trina, son otro símbolo recurrente. Descubrimos en la última escena que ha conservado la jaula, y libera al pajarillo, ahora otra vez solitario, en el Valle de la Muerte.
Mucha historia—no sé cómo no cayó en la cuenta Von Stroheim de que lo que quería hacer era un serial; después de todo estas historias solían publicarse por entregas. Recuerdo que Greed fue una de las películas con las que me inicié en el concepto de arte cinematográfico. Desde los setenta quería ver yo Greed. Era una de las más resaltadas en el volumen de Historia del Cine de una enciclopedia temática que me compró mi padre, dirigida por Roger Caratini—aún recuerdo ahí la cara de preocupación de Von Stroheim manejando sus recortes de películas—o la escena de McTeague besando a Trina, que parece una monja, anestesiada en su sillón de dentista. La película está llena de hallazgos de este género—otro, se me ocurre, el contraste entre el pelo de Trina cuando lo lleva recogido como un gorro ruso, y cuando se suelta la inmensa melena para ir a dormir. La actriz Zasu Pitts es un tanto decimonónico-teatral suspirante en su manera de actuar; me gusta más Marcus, y los personajes secundarios (una galería muy dickensiana). Otro detalle, los zapatos de Trina de puntillas sobre las botas de McTeague, cuando éste la abraza para violarla en su noche de bodas (una relación un tanto sadomasoquista se apunta aquí—cuando McTeague se vuelve violento, Trina se somete malsanamente, aunque luego lo castiga controlándole los cuartos). Es desgarradora también la venta de las pertenencias de la pareja, primero las más irrelevantes, para pasar luego a la enseña de dentista, la muela dorada que le había regalado Trina, cuando McTeague se resigna ya a no volver a ejercer—y luego el acordeón con el que le había cantado una canción cuando la cortejaba, y el retrato de boda de los dos.... que aún recuperan, pero que luego vuelve a encontrar McTeague, rasgado, en la basura, rondando la casa de la que se ha ido. Cosas que ya quizá no le importan mucho ni a él—más, quizá, al espectador que ve su degradación. Aunque la identificación del espectador con el personaje es imperfecta, claro, en el naturalismo vemos a los personajes "desde arriba", como caricaturas despreciables y algo infrahumanas, y poco nos involucramos con ellos, por temor quizá a reconocer en nosotros a la Bestia Humana esa que tan evidente está en la página o en la pantalla. Nosotros estamos donde no aprietan la Miseria ni la Herencia ni el Alcohol, tranquilamente viendo cine clásico.
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