sábado, 29 de junio de 2024

Metástasis de la corrupción del Régimen

 

Según Alberto Royuela Fernández, en el libro Expediente Royuela de Kepa Tamames (749-751):

 

 

Los políticos de la democracia han pervertido el sistema, convirtiéndolo en un procedimiento que da apariencia de objetividad a una designación digital que impide la promoción o el acceso de quienes no son amigos o correligionarios.

Pesebres siempre hubo. De siempre se han incrustado en la Administración fontaneros, compañeros de partido sin otras posibilidades de sustento, amigos, colegas de dominó, inútiles que solo aportan la lealtad a su jefe. Lo que ocurre es que, con la democracia, la situación se ha agravado y extendido. Lejos de conformarse con colocar a esta gente para que cobre un sueldo, la ha situado en puestos de gestión profesional de máximo nivel. Pienso que no solo por sentirse obligados a ofrecer  pesebres a los desheredados del partido, sino por su misma inseguridad.

De esta manera, hasta el funcionario más duro y ambicioso se corrompe, no ve otra alternativa que no sea la de entrar en el juego olvidando el pudor profesional. Al comprobar que todo vale, utiliza la vía más rápida, trepa, vende al compañero si ello le beneficia, pierde los escrúpulos, abraza creencias, entrega adhesiones. Se resquebrajan así los cimientos de la profesionalización.

Los políticos en España secuestran la Administración. En el resto de Europa el ensamblaje entre los responsables políticos y los altos funcionarios se lleva a cabo sin que aquellos se coman a estos, los anulen, los suplanten. La función pública ha de practicarse con la máxima eficacia e independencia, pero la praxis política hace imposibles ambas.

La Administración, en pura teoría, debe servir a la sociedad con igual eficiencia esté gobernada por uno u otro partido, pero tal cosa no ocurre, pues quien toma el mando hace todo lo posible por que deje de ser un instrumento del gobierno para que lo sea del partido.

En primer lugar, los políticos tienen una tendencia incontrolable a suplir el trabajo del funcionario, o de interferir en sus tareas, y todo ello, por lo general, sin los conocimientos específicso que avalen tal intromisión. Por alguna razón no revelada, creen que el sentido común, el olfato político y la polivalencia que todos ellos se atribuyen son capacidades necesarias para gestionar cualquier departamento. Y una vez instalados en sus poltronas, consideran sin el menor atisbo de pudor que lo mismo pueden indicar al  arquitecto la resistencia de un puente que decidir el tipo de arma apropiada para los agentes de la autoridad, según lo que vieron en una serie americana.

Además, la secular falta de de confianza de los políticos hacia los funcionarios, su inseguridad, basada en muchos casos en su misma ignorancia, junto con el deseo de colocar a parientes, amigos y compromisos de partido, llenan una franja de la Administración con cargos de confianza política, expertos, asesores y otros calificativos eufemísticos que producen serias disfunciones, cuando no verdaderos atascos en el quehacer diario de la función pública, además de cargarla con una nómina que bien podría ahorrarse el erario.

Tal circunstancia desmotiva a los servidores públicos, que por lo general —según mi propia experiencia— disponen de una excelente preparación técnica, gozan de experiencia en su función, se les exige la titulación académica suficiente para cada puesto de trabajo, han superado unas pruebas de selección de acceso y de promoción interna, y tienen una disposición a la lealtad más encomiable, si tenemos en cuenta lo poco dispuestos que están a granjeársela quien la debe recibir. 

Hoy la Administración está llena de funcionarios que empezaron siendo asesores, expertos, amigos, compromisos contratados en su día, y que pasaron luego a ser funcionarios de carrera. La plaza les estaba esperando. Lo mismo ocurre en los concursos, donde los perfiles del candidato terminan siendo un retrato de la persona a la que se desea aprobar. La cultura de la endogamia de partido se ha extendido hasta convertirse en metástasis.  (...)

Los políticos olvidan casi siempre que una gestión eficaz comienza por un eficaz nombramiento, priorizando su adhesión personal y el encaje en su compleja psicología.

La democracia ha debilitado y corrompido la Administración, la ha patrimonializado. No escasea el alcalde con mando en plaza que gestiona creyéndose propietario del ayuntamiento, olvidando que es en realidad de todos los vecinos, siendo él tan solo un gestor interino.

 

 

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