Variantes de la Ventana de Overton en Unamuno y su entorno—en este párrafo de su ensayo-diálogo "Los naturales y los espirituales":
—Bueno, dejémonos de parábolas y hablemos derechamente: ¿qué ganas con todo ese protestar y atacar y acometer y agitar?
—Sentirme hombre.
—¿Y para sentirte hombre vas a perturbar la sociedad en que vives?
—¡Claro está que sí! ¡Que sean hombres también ellos!
—¿Y quiénes son ellos?
—¿Ellos?... ¡Los otros!
—Vas a no poder vivir en sociedad.
—También lo creo. Amo mucho a mis semejantes, me intereso demasiado por todos aquellos a quienes veo y oigo para poder vivir entre ellos. Me llega al alma el oír decir una tontería o una vaciedad a un prójimo, y quisiera ir a él y quitarle aquella tontería de la cabeza, de cualquier modo, a golpes de maza, con violencia. Sufro mucho, sufro mucho porque no puedo acudir a todas partes y discutir con todos y sacar del error a todos los que en él se hallan.
—¡Tiempo perdido: no convencerás a nadie. Cada cual se atiene a sus ideas, y los que parecen ceder antes son los más retusos en recibir lo nuevo, son elásticos. Observa que las personas que parecen estar de acuerdo con la opinión del último que habla, vuelven siempre a lo mismo. Es torpe discutir y querer sacar a nadie de sus ideas; los hombres no quieren dejarse convencer. Lo mejor es dejarlos.
—No, sino repetir una y dos, y cien, y mil y millones de veces la misma cosa, que en fuerza de oírtelo repetir acabarán por creértelo cuando ya no les suene a cosa extraña. Un día y otro y otro, siempre con la misma canción.
—Pero si una vez no se lo pruebas, ¿te lo van a creer la milésima?
—Claro que sí. La cuestión es que no les suene ya a cosa extraña y nueva, que sea corriente, qu estén hartos de oírla. Lo que se oye a diario acaba por aceptarse, por absurdo que sea. El valor del hombre está en repetir constantemente su palabra. Como se sepa dar forma clásica a un disparate, pasará...
—¿Y por qué forma clásica?
—Porque la forma clásica es la que se ha hecho ya corriente y usual. Las nuevas ideas se rechazan porque hay que hacerlas lugar entre las viejas, variando cuando menos la colocación de éstas. Según Bagehot, un inglés de la clase media, con decir: "¡En mi vida he oído semejante cosa!", cree haber refutado un argumento.
—Lo cual me recuerda algo que dice Schopenhauer acerca de los tres grados porque pasa entre el público toda doctrina nueva, y que si no estoy trascordado es que primero se hace el silencio en su derredor, después se la mira como novedad peligrosa, y acaba por decirse: "Eso es muy antiguo."
—También yo recuerdo haber leído en él algo de eso, aunque no los términos precisos; mas lo que sí tengo observado es que de declarar una cosa ininteligible, paradójica, embolística y enredosa se pasa a decir que es una antigualla. renovada. Rara es la doctrina que admite el pueblo como nueva, porque cuando la ha admitido ya, es cuando, habiendo dejado de ser nueva, tiene tradición.
—¿Y la tradición quieres hacerla a puro repetir una cosa?
—Sin duda. Es el procedimiento de la educación jesuítica; al niño hay que meterle en la cabeza, a puro martilleo, un número de principios en fórmulas, consagradas e invariables, entiéndalas o no, que luego, cuando sea mayor, fructificarán en él.
(Aquí Unamuno, jesuita o Schopenhaueriano après la lettre, es también un Goebbelsiano avant la lettre—pues para el arte moderno de la propaganda y la ingeniería social, es Goebbels el que proporcionó la formulación clásica y aerodinámica de este principio, a saber: que una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad. Goebbels no parece que tenga en mucho una ventana de oportunidad, y se fía más de la insistencia machacona del megáfono, la radio y el cartel).
—Si es que fructifican.
—En efecto, si es que fructifican. ¿Crees que las respuestas del Catecismo tienen nada de claro o de comprensible, no ya para el niño, mas ni aun para el adulto? Los más de los que las aprenden se mueven sin haberlas entendido. pero pasan como cosa corriente en furerza de saberlas todos desde niños. Y el pueblo es un niño.
("Los naturales y los espirituales", 636-38)
(Observemos de paso que aquí vuelve Unamuno a una de sus batallas favoritas, a atacar la fe del carbonero que se basa en la simple costumbre o en la costumbre de no cuestionar nada. Observemos también, pues aunque quizá sea redundante u obvio no se ha repetido bastante, que según el ejemplo escogido por Unamuno, primero el adoctrinamiento jesuítico y luego el Catecismo, las verdades del cristianismo son la primera, más obvia o más importante de esas mentiras que repetidas mil veces se convierten en una verdad —según establece la onto-teología de Goebbels).
Hasta aquí la ventana de Overton de Unamuno, o la de Schopenhauer. Pero este principio tan popularizado en las redes y en la psicología social y sociología contemporáneas tiene también otra formulación memorable, parecida a la citada de Schopenhauer, y que termina de perfilarlo o añade una variante más a la constelación.
Es el famoso dicho de que cuando aparece una novedad, primero es una extravagancia o una idea descabellada, o un disparate, o una creencia absurda, o una teoría de la conspiración demenciada. A continuación, parece que se confirma en un caso aislado y en otro también y también en un tercero y un cuarto. Hasta que por último, resulta que no sólo no es ya extravagante, sino que todo el mundo lo ha sabido desde siempre o lo ha creído desde siempre y en realidad la oposición al nuevo principio o la nueva idea ha sido siempre de boquilla y por cubrir el expediente o por fuerza mayor o por discreción. La gente pasa de horrorizarse ante los antivacunas negacionistas, por ejemplo, a ir concediéndoles puntos, o —hablamos de un futuro, todavía a estas alturas— reconocer que todo el mundo sabía desde siempre que las vacunas eran tóxicas, pero decidieron sacrificarse altruistamente por el bien de la sociedad. Que los antivacunas jamás han aportado nada aparte de darse protagonismo— pues son unos simples al andar dando la matraca con cosas que son tan generalmente sabidas que ni siquiera vale la pena mencionarlas.
Así que las daremos por no mencionadas—a la espera de que el sesgo de confirmación retrospectiva haga su magia.
Tout rétrospectivement devenait intelligible
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