lunes, 5 de marzo de 2018

Retropost #2042 (5 de marzo de 2008): Imperativo maquiavélico


Machiavelli


Un cuasi-diálogo con Victor Gómez Pin en su blog—en rojo sus artículos, en negro comentarios míos o ajenos:

Confianza entre seres de palabra, argumentos kantianos...

"La máxima es el principio subjetivo de la acción y debe ser diferenciado del principio objetivo, es decir de la ley práctica (ley por adecuación a la cual se mide el carácter moral de un comportamiento). La máxima determina en base a las condiciones del sujeto (muy a menudo en base a su ignorancia, o bien a sus inclinaciones) y constituye así el principio en conformidad al cual el sujeto procede, mientras que la ley es el principio objetivo, válido para todo ser razonable, el principio en conformidad al cual debe proceder, o sea un imperativo."

Este texto de la kantiana Metafísica de las costumbres, al que aludía al principio de estas reflexiones sobre el simulacro, nos da la clave de dónde se sitúa el pesimismo y el optimismo en materia de comportamiento ético. Kant es optimista, tiene confianza en que el hombre en última instancia no puede ser totalmente ajeno a los imperativos de la razón, actitud que se traduce, entre otras cosas, en un comportamiento ético.

La diferencia jerárquica entre la máxima y la ley estribaría en que la primera sería subjetiva y contingente, mientras que la segunda sería objetiva y necesaria:

Todo ser humano está permanentemente atravesado por aspiraciones subjetivas, que se traducen en deseo respecto a determinado objeto, circunstancia, posición personal etc. Y esta capacidad subjetiva de desear es esencialmente contingente y mutable, subordinada a la variabilidad de individuos y peripecias.

Por el contrario, sea cual sea su circunstancia, el ser humano desea tener razón, cuando menos tener razón instrumental, pues de perderla se hallaría en la imposibilidad de alcanzar sus fines, sórdidos o no (para envenenar a alguien hay que poner los medios racionales necesarios). Pero sobre todo el ser humano no podría no desear que el otro ser humano se halle motivado por objetivos que no se reduzcan a intereses subjetivos y mezquinos. Todo ser humano estaría obligado a desear que en el otro se de una parcela que lo convierte cabalmente en una persona, es decir, que esté motivado por intereses universales de la humanidad. Y hasta cabría decir que, de hecho, está convencido de que así es efectivamente, pues de lo contrario, privado de toda confianza, viviría atravesado por el terror y el imperativo de la vigilia permanente.


[Publicado el 29/2/2008 a las 11:16]

Comentarios:

En general, y en el seno de una comunidad, posiblemente. Como norma general que haga posible la vida social.
Ahora bien, incluso en una comunidad hay parásitos, criminales y asociales, que hacen que en la práctica se limite muy seriamente esa presuposición de racionalidad.
Además, hay otras comunidades que pueden estar enfrentadas con la nuestra, con lo cual no se aplicaría.
A nivel universal, pasa lo mismo con la comunidad de comunidades (intereses encontrados, elementos criminales, etc.).
Por tanto, hay que estar en guardia por si el otro está simulando racionalidad para instrumentalizarnos y metérnosla doblada.
- ¿No lo sabía Kant? Maquiavelo sí.

Comentado por: JoseAngel el 29/2/2008 a las 15:51

Sí, JoseAngel, algunas personas al discutir, a veces no siempre pero sí en ocasiones, levantan esa sospecha de instrumentalización de la supuesta máxima, ya que la ley es más difícil de manipular, si el interlocutor está más o menos enterado, pero si se alega que la máxima en la que está basada es errónea, pues ya está.
Obedecer a la máxima puede hacerte ir contra la ley, esos argumentos de película americana... Y el contrario: el funcionario rígido que se aferra a una norma, también lo vemos mucho fastidiando siempre a los protagonistas.
Me pregunto contra qué nos costaría más actuar ¿contra una máxima o contra una ley? En principio parece que debiera ser contra la máxima, supongo que depende de cuán interiorizada esté en realidad y del grado de aceptación como "valor universal" real que le demos y del riesgo que suponga. Aunque si estás muy convencido hay quien no esquiva la cárcel.
Comentado por: alicedd el 29/2/2008 a las 21:14

Acabo de ver una película muy buena sobre el tema: "Operación Walkiria" o "Stauffenberg", sobre el complot para asesinar a Hitler. Allí la ley estaba clara, pero era obscena e inmoral, y la integridad personal (de algunos al menos) les obligaba a la traición.
http://garciala.blogia.com/2008/030401-stauffenberg.php

Comentado por: JoseAngel el 04/3/2008 a las 23:36

...Y respuesta del cínico

Revisemos:

La base del optimismo en ética consistiría en estimar que todo sujeto humano está obligado a considerar como (bien entendido) interés propio el que se den intereses universales (ideales de fraternidad y justicia) a los cuales los hombres adecuan su comportamiento. Esto no ocurrirá en todo tiempo y en todo lugar, e incluso es posible que aparentemente no ocurra casi nunca, mas de facto, en algún registro, en todo hombre perduraría un rescoldo de esta exigencia de adecuar su comportamiento a lo que posibilita la persistencia de la razón y de los seres que la encarnan.

Es más: confrontado a seres que subsisten embrutecidos por la miseria, seres que oscilan entre la expectativa de la pura rapiña (generalmente de alguien aun más débil) y la consolación imaginaria de reconocerse en el equipo de fútbol triunfante, entonces, para conservar un hálito de confianza, para no caer en el terror, tengo que agarrarme a la idea de que en ellos persiste un respeto ante la razón, respeto traducido, por ejemplo, en el hecho de que, ya sea para urdir sus rapiñas o traiciones, dichos seres argumentan.

Supongamos ahora que no estoy confrontado a la eventual indignidad del otro sino a la propia. Supongamos que erijo como regla de conducta el aprovecharme de la buena fe del otro. Obviamente, tengo entonces que desear que esta buena fe se dé efectivamente, es decir, que el otro no sea idéntico a mí. En suma: hasta para conducir a buen puerto mis aspiraciones más inmundas no podría dejar de desear que en el mundo haya seres motivados por valores desinteresados y favorables a la persistencia de los seres razonable, en lugar de serlo por meros intereses subjetivos.

¿Respuesta del cínico a tal argumentación? Pues la división de los comportamientos: la defensa de los intereses generales de los seres de razón para el otro, y la defensa de los intereses subjetivos para mí.

Mas ¿cabe realmente tal economía? ¿Cabe reducir el lazo entre humanos a comportamiento de "listillos" frente a comportamiento de ingenuos? Ciertamente Kant diría que no; que ni el cínico lo es totalmente, el ser moral deja, en ocasiones de codiciar el pan (material y espiritual) del otro. Pero vaya usted a saber si podemos dar razón a Kant...
[Publicado el 03/3/2008 a las 11:00]

La inevitable doblez

"El antiguo camarada me dijo que no había cambiado y comprendí que él no se creía cambiado. Entonces lo miré mejor. Y, en realidad, salvo que había engordado tanto, conservaba muchas cosas del tiempo pasado. Sin embargo, yo no podía comprender que fuera él. Entonces procuré recordar. En su juventud tenía los ojos azules, siempre reidores, perpetuamente móviles, en busca, evidentemente, de algo en lo que yo no había pensado, búsqueda que debía ser muy desinteresada, seguramente en pos de la verdad, perseguida en perpetua incertidumbre, con una especie de travesura...Y ahora, convertido en político influyente, poderoso, despótico, aquellos ojos azules que por lo demás no habían encontrado lo que buscaban, se habían inmovilizado, lo que les daba una mirada puntiaguda, como bajo unas cejas fruncidas. Y la expresión de jovialidad, de abandono, de inocencia, se había tornado en una expresión de astucia y disimulo." (Marcel Proust)

En las sociedades que respetan, al menos formalmente, el lema libertad, igualdad, fraternidad, no hay discurso político, educacional, o simplemente periodístico en el que se cuestione el postulado de que los seres humanos somos equiparables en dignidad.

En una de las reflexiones que aquí he ido avanzando ponía el énfasis en el hecho siguiente:

Piense lo que piense en realidad, ningún responsable se atrevería a aseverar que hacer daño a alguien como Einstein (en razón meramente de ser judío) sería más grave que aprovecharse, por ejemplo, de un inmigrante clandestino, analfabeto y diezmado en sus potencialidades intelectuales por el abandono, el miedo y la miseria.

Obviamente esta posición ha de encontrar soporte en una tesis digamos filosófica. Pues las declaraciones de principio sobre la equivalencia de los seres humanos son mero fariseísmo, si no se acepta que, tras las abismales diferencias económicas, sociales, intelectuales y de capacidad física que separan a los humanos, hay algo que los homologa y que tiene mayor peso que todas las diferencias evocadas. Aunque no siempre, participo de un cierto optimismo antropológico que me hace pensar que la convicción de la equivalencia salva veritate entre todos los hombres está profundamente arraigada, como un corolario del kantiano Imperativo categórico.

¿Por qué entonces, al referirme hace unas líneas a las siempre correctas declaraciones de nuestros políticos, preciso "piense lo que piense en realidad"? ¿Por qué esta sospecha de una potencial doblez en quien -responsable político- habría de representar el proyecto mismo de salvar la ciudad? Casi diría que, desgraciadamente, no se trata de una cuestión de indigencia, falacia o traición meramente subjetivas. Algo vinculado a un repudio social de la verdad, ese mismo repudio que funda el pesimismo respecto a la filosofía, hace quizás inevitable que la figura del político responda, en su ademán, y sobre todo en su mirada a la atroz descripción de Marcel Proust que encabezaba estas líneas.

[Publicado el 04/3/2008 a las 11:15]
Comentarios:
—(¡Aquí la respuesta del cínico....!)

Sí, es bueno que haya seres racionales y argumentativos, y eso los une a mí, en principio, razono y argumento. Pero sólo en abstracto y en general: en una situación concreta, puede que estén argumentando y razonando contra mis intereses, y eso los haga más perniciosos y dañinos para mis intereses (más ajenos a mi bien) que una piedra dura o un árbol apenas sensitivo.

El argumento de Kant es un argumento filosófico, aún más, metafísico en el sentido de que está formulado al margen de todo contexto, haciendo abstracción de toda situación real. Es un argumento satisfactorio para un metafísico, pero no para un político. El político (y no sólo el político, sino el animal político) siempre está en una situación en la que la igualdad teórica de los seres humanos no es sino teórica, y por fines prácticos le resultarán más próximos los intereses de este Einstein o de este otro personaje de tercera fila; la superioridad abstracta de uno u otro, o su igualdad teórica en cuanto que son seres humanos, es menos relevante para el político o para el pragmático que el papel que estén desempeñando en nuestro universo interaccional.

Y lo mismo las verdades y mentiras... Hay veces en que una mentira es no sólo más útil, sino más ética, que una verdad.

Comentado por: JoseAngel el 04/3/2008 a las 23:48

En suma, como en la práctica todos somos pragmáticos, he aquí la reformulación maquiavélica del imperativo categórico:

"Antes de apelar al imperativo categórico, evalúa la situación"



—oOo—

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