Hemos pasado la noche en Chartres, en un cuartito que Borges hubiera llamado el Arquetipo (en este caso del hotel con encanto), a cien metros del centro del famoso laberinto. Y a diez metros no más de un estante de libros de viejo que hemos comprado por la mañana. Luego, pasando por Blois y sus puercoespines, y por mucho marais poitevin, hasta La Rochelle. En el Hôtel de Paris hemos recalado, y es que no dejamos atrás la capital.
En La Rochelle estuve, con otra pareja, en... ¿1988? Pasan los años y las décadas que no se entera uno, los monumentos cambian poco. En mi hotel empiezo a leer uno de los últimos premios Femina, La vie est brève et le désir sans fin. Sin mucha lógica, me recuerda aquello de Apollinaire, comme la vie est lente / et comme l'espérance est violente.
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