Curioso que al defender la nueva (o la vieja) ley del
aborto, el ministro de Justicia, o el Partido Popular en general, no
hablan en absoluto de derechos del no nacido—que suponía uno que era la
justificación final para la reforma de la ley, y lo que le da sentido a
la postura del Tribunal Constitucional al respecto. El ministro
Gallardón habla sólo de defender derechos de las mujeres—de las
embarazadas, hay que entender, no de las embarazantes— y usa así el
lenguaje del adversario, quizá hábilmente, exponiendo algunos puntos
flacos del razonamiento del PSOE al respecto. Defendiendo el derecho a
elegir, apoyando la maternidad, etc... Pero en realidad concediendo la
mayor, y haciendo en un punto clave lo mismo que hacía el PSOE: ignorar
olímpicamente la noción básica que lleva a limitar el aborto, y que es,
se supone, la razón de la postura del PP—ignorando, digo, el derecho a
la vida de un feto de status ambiguo (¿"ser vivo"? ¿"ser humano"?
¿"ciudadano"?). El derecho a la vida es el principio constitucional que
lleva a restringir el derecho al aborto, o, como les gusta decir en más
leguleyo, a "despenalizar ciertos supuestos" de aborto. La noción misma
de "despenalizar" presupone que es un hecho en principio condenable no
sólo moralmente, sino penalmente— pero "despenalizado" en algunos
casos, no en sí mismo, sino sólo en atención a ciertas circunstancias.
El aborto es un tema incómodamente gradual, que muchos prefieren
solventar por la vía del blanco y negro: que un óvulo fecundado es un
sujeto de plenos derechos humanos, por ejemplo (postura católica) o que
a un bebé no nacido con el cordón umbilical aún no cortado puede
rompérsele la cabeza y hacerlo trozos sin más cuestiones morales ni
políticas. Postura fomentada por los socialistas y feministas de
izquierda, precisamente por la vía de no mencionarla: siempre
procurando evitar plantarse el caso extremo, o eludiendo la pregunta de
qué diferencia a un aborto avanzado de un parto provocado con
infanticidio incluido. Tampoco se les oye nunca defender el infanticido
activamente, a las feministas-socialistas, es curioso: y sin embargo es
obvio que un recién nacido de siete meses es igual de humano que un
feto de siete meses que pasa a la trituradora. Obvio, menos para la
Aído y otros fenómenos, quizá. Como sujeto formado genéticamente, está
formado desde la concepción; mentalmente, el bebé está aún sin educar,
igual que el feto o poco más; anatómicamente, el cuerpo humano se va
haciendo poco a poco, y una ley de plazos (sin puertas falsas) es una
manera de sentar arbitrariamente un antes y un después este proceso
gradual, e imponer un blanco o negro donde por definición no lo hay.
Tampoco les falta razón a los católicos cuando arguyen que el hecho de
que el aborto tenga una cobertura legal lleva a muchos hombres a
obligar a abortar a sus parejas, abortos que quizá la mujer no
desearía, como manera de no comprometerles a ellos en una paternidad no
deseada. (Véase "Hills Like White Elephants" de Hemingway). Y que la supuesta elección de la mujer tan cacareada por las
socialistas viene a ser en muchísimos casos una trampa legal
inesperada, que les lleva a sufrir presiones aún mayores que antes
para obligarlas a pasar por un aborto menos deseado todavía que un
parto. Todo esto es invisible o inexistente si les preguntan a las
feministas de la línea PSOE.
Por otra parte no he oído que se vaya a limitar de ninguna manera la
puerta falsa de la ley anterior, que partiendo del supuesto de que un
hijo no deseado puede hacer peligrar la salud psíquica de la madre
(como si los deseados no pudiesen hacerlo...) despenaliza el aborto,
siempre que haya un psiquiatra, a sueldo de la clínica abortista
normalmente, que firme la autorización—pues autorización para abortar
es lo que es, ese diagnóstico hecho a ciclostic. No parece que haya en
el PP una voluntad política de arbitrar un sistema más garantista (para
el feto abortable, me refiero, ya que derechos parece que tiene)— En
última instancia todo se habrá de reducir a un criterio experto, y en
España parece suponerse que está más que acreditado que el criterio
experto es venal e interesado, o partidista, y nunca objetivable. En
buena ley habría que partir de la constatación de que un futurible
psicológico no es nunca demostrable, con lo cual la intervención de
médicos psiquiatras es más que cuestionable, cuanto más si están a
sueldo de la clínica. El "peligro para la salud de la madre" habría de
definirse por causas únicamente físicas y objetivables. Y los otros dos
supuestos, el de violación y el de malformación, son también un
compromiso incómodo entre un cúmulo cuestiones prácticas que serían
injustificables en pura teoría legal. En ninguna propuesta legislativa
hoy viable hay voluntad, en absoluto, de ser coherente con los
principios que supuestamente inspiran la ley. Más bien se mantiene una
puerta falsa para que quien quiera la encuentre, y no haya nunca
ninguna mujer castigada por abortar, que es, después de oír hoy al
ministro, la prioridad incuestionada. Pero se puede uno preguntar si
una ley que no castiga su incumplimiento, ¿es acaso una ley?
Al ser un proceso gradual y complejo, al estar envenenado el debate por
consignas y tomas de postura partidistas, no hay solución al tema del
aborto que vaya a dejar a todos satisfechos. Menos aún, si aceptamos
incluir al feto o embrión abortado en el grupo de los que tienen que
estar satisfechos. Un planteamiento que no soluciona nada a nivel
filosófico pero sí supone a su manera una solución política, es el
sentar una ley de plazos (que ya se sabe: hecha la ley, hecha la
trampa). Pero tiene el inconveniente de trazar una línea donde no la
hay. El aborto pasa gradualmente de ser un asunto desgradable y
repugnante en las primeras semanas, a ser un horror carnicero digno de
Hannibales Lécters en las últimas semanas. Una manera de concebir
su aceptabilidad moral es contemplar la aceptabilidad moral de
arrancarle a un bebé, de la cabeza, un trozo de carne equivalente al
tamaño del embrión o feto que se pretende abortar. Así vemos de modo
práctico cómo la cantidad se va convirtiendo en calidad.
Es una perspectiva, se me dirá, un tanto pedestre o patatera. Pero por
lo menos sí se adecúa, puestos a ser pragmáticos, con cierta práctica
social de la cuestión, y no una práctica actual, sino casi inmemorial.
El aborto con la bruja o con las malas hierbas era tradicionalmente
cosa de la mujer y llevada en secreto—nunca respaldada públicamente y
con vale de la seguridad social. Y si hay algo de hipocresía social en
ésto, es preferible a la hipocresía con seguro médico incorporado que
subvenciona públicamente un aborto fingiendo que hay riesgos para la
salud psíquica de la madre. (Al padre nadie le pregunta, por cierto,
sobre su salud psíquica). Desde tiempos inmemoriales, un embrión
minúsculo no era sujeto social, pues era conocido sólo para la
embarazada. Lo que empezaba a ser sujeto social visible era la barriga,
y eso sí era objeto de escándalo o sospecha cuando desaparecía por
voluntad de la interesada. Ahora se pretende imponerlo como
comportamiento socialmente irreprochable. Pues miren, para unos lo
será, y para otros no; y la ley tendrá que decidirse, y todos y todas
tendrán que hacerle caso a la ley, o atenerse a las consecuencias si
ponen su voluntad o su moral particular por encima de ella. Aunque...
más bien lo que harán es lo de siempre, buscar la puerta falsa que se
suele dejar entreabierta.
Evitar la discusión de los límites desagradables en que termina la
coherencia, o evitar examinar los aspectos inconvenientes de la
cuestión, tiene sus ventajas prácticas. Examinar en detalle la cuestión
del aborto tiene el inconveniente de hacer que la ley del aborto del PP
sea casi tan inmoral como la del PSOE. Pero evitar estas cuestiones, en
las que no estamos de acuerdo ni con nuestros más allegados y quizá ni
con nosotros mismos, es lo que hacemos constantemente. La moral
abortista de uno mismo no coincidirá con la ley, nunca o muy raramente,
excepto por acomodo interesado, falsario y predeterminado, a la misma—y
esto hace que toda regulación concebible del aborto sea inmoral,
monstruosa e inhumana, para casi todo el mundo.
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