Brian Boyd, en "Literature, Evolution, and Cognition"—con Hamlet como ejemplo analizado—dice lo siguiente sobre la neurología de la intencionalidad:
Nervous systems, consciousness and intelligence allow information to be gathered rapidly to recognize new problems and manipulated flexibly to try to reach new solutions. Social learning often offers still better solutions than individual intelligence, since it enables individuals to avoid the cost of solving problems on their own. Evolution has attuned social species to understand others in terms not just of actions and expressions but also in terms of intentions, in terms of the problems they are trying to deal with and the solutions they are trying to achieve. We interpret social events not just in terms of patterns of action but especially in terms of patterns of intention (Tomasello et al.). One way we understand others is through the help of mirror neurons: neurons in our brain’s motor cortex that fire not only, say, when we grasp something, but when we see another grasp something. Mirror neurons fire more intensely at an intention than at an apparently undirected action (at a directed move toward something graspable, say, rather than a casual stretching of the arm in the same direction) (Iacoboni), or to think of this in another way, we can intuit in a flash the problems we think others’ behavior is trying to solve. Experiments show that even infants interpret actions in terms of goals, in terms of the problem that an action solves (Premack and Premack).
Las neuronas espejo, otra vez—esenciales para entender el mundo intersubjetivo en el que vivimos: un mundo de intenciones, en el que las intenciones de otros (reconstruidas, hipotéticas, deducidas, ligadas a percepciones repetidas)—son una parte esencial. Ahora resulta que son especialmente sensibles a las acciones que se perciben como intencionales. Esto supondría que en su actividad se da un proceso de retroalimentación, en interacción con otros sistemas cerebrales (memoria, etc.) que asignan intencionalidad a un comportamiento.
El mundo que cada ser construye es una estructura de información: de información sobre lo que hay, sobre lo que ha habido (intepretación de huellas, pistas, etc.) y sobre lo que puede haber en el futuro: sobre todo reconstruyendo las intenciones y los mundos intencionales de los demás, un juego en el que los humanos destacamos con ventaja sobre cualquier otro animal por la complejidad de nuestro mundo social.
Es importante, en el juego de mundos enfrentados entre dos seres vivos que interactúan, el mayor o menor dominio perspectivístico de la situación: lo que en otros sitios se ha llamado topsight— "vista desde arriba" o "perspectiva dominante". Claro que esta vista dominante hay que definirla con respecto a alguna intención particular—puede haber vistas dominantes entrecruzadas en una situación concreta, en la que los actores persiguen objetivos distintos o parcialmente distintos—por ejemplo, un ladrón puede estar vigilándome a ver si me roba la cartera, y mientras yo observo, ajeno a ello, su pésimo gusto en cuestión de cortes de pelo.
Boyd sobre la Teoría de la Mente como marco analítico:
Probably the most active research area in comparative, developmental and evolutionary psychology over the last thirty years has been Theory of Mind. Theory of Mind covers the ways in which creatures develop an understanding of others of their kind—develop, that is, both at the species and the individual level: understanding others first in terms of desires, then intentions, then also, in humans, from about the age of four, of beliefs (Perner; Saxe and Baron-Cohen). In the 1980s Theory of Mind research tended to stress what was then called the Machiavellian Intelligence hypothesis (Byrne and Whiten). This proposed that intelligence had arisen especially out of the pressure to understand others, and above all to try to compete with, to outwit, deceive and manipulate others. Competition certainly remains a sharpener of intelligence, and Hamlet and Claudius in particular hone their wits in the back-and-forth of probe and concealment.
The struggle of one mind to read another that wants not to be read has an inherent fascination. We know these struggles from both sides, and the experience may make us more aware than anything else of the thin knife-edge between cooperation and competition, between shared understanding and our strategic hoarding of information to ourselves. No wonder the struggle of mind-reader against would-be mind-reader repeatedly provides so much of the shape and force of revenge tragedy.
The struggle of one mind to read another that wants not to be read has an inherent fascination. We know these struggles from both sides, and the experience may make us more aware than anything else of the thin knife-edge between cooperation and competition, between shared understanding and our strategic hoarding of information to ourselves. No wonder the struggle of mind-reader against would-be mind-reader repeatedly provides so much of the shape and force of revenge tragedy.
Sobre lectura de la mente ya hablamos aquí en "Leyéndonos la mente: Dos artículos sobre narratología cognitiva."
La comprensión de las falsas creencias que es tan crucial en la Teoría de la Mente es crucial para una definición de topsight: la visión dominante es la que ve las visiones de los demás como falsas creencias, y se sabe no englobada por la intencionalidad ajena—es la posición que consigue una y otra vez Hamlet en la obra de Shakespeare, a pesar de todas las trampas que le tiende Claudio.
Vemos cómo la comprensión de la intencionalidad nos lleva desde la neurología de la percepción a la teoría de los marcos de acción y de los mundos posibles—pues unos y otros han de ser cotejados para descifrar la intencionalidad ajena, reconstruir el mundo de las otras intenciones, y determinar sobre esa base las acciones a tomar.
Once we clearly grasp false belief we can also realise that we can have false beliefs if we happen to have missed out on key information. We realize we may not know what we need to know. That recognition amplifies human curiosity far beyond that of chimpanzees, the next most curious species, but it also lays the ground of our unique human anxiety. There may be things we feel we need to know about that we know we do not know. We want to understand ultimate causes and consequences. Where do we come from? Where do we go to?
Es decir, nos preguntamos sobre quién goza del topsight sobre determinada situación, o sobre el universo—de ahí pasa Boyd a una discusión sobre la religión. Combatimos la ansiedad que produce el no saber sentando que (aunque no sepamos) al menos sí hay alguien que sabe, que domina perspectivísticamente la realidad, y a quien se puede propiciar con rituales o comportamientos adecuados.
La creencia en espíritus omniscientes, aparte de ser una consecuencia gratuita o desplazada de la evolución de nuestra inteligencia social (lo que Gould llamaría una enjuta o spandrel)— tendría por tanto un cierto valor adaptativo, al hacer más utilizable esa inteligencia social, evitando embarcarla en problemas recursivos o apaciguando ansiedades surgidas de la percepción misma de las falsas creencias. (Sobre el valor adaptativo de la religión, como cohesionadora del grupo social y motivadora de acciones altruistas, también hablamos en "Programados para creer").
La cooperación típica de los humanos requiere según Boyd unas capacidades de la teoría de la mente todavía más elaboradas que los escenarios competitivos típicos asociados con los maquiavélicos chimpancés. El esconder las propias creencias—para competir—es más sencillo que compartir de modo elaborado las propias creencias, un proceso que da lugar a la compleja colaboración social humana, al lenguaje, y a posibilidades de inteligencia social mucho más elaboradas (tanto para la colaboración como para la competición maquiavélica) que se abren en este mundo propiamente humano.
En el análisis de Hamlet que hace Boyd, quizá se eche en falta la cuestión de la perspectiva dominante. La perspectiva de Hamlet, por potente que sea, no puede ser la dominante en la obra, aunque domine las de los demás personajes—el propio Hamlet muere debido en parte a las limitaciones de su perspectiva. En drama no hay narrador, y ninguno de los personajes, ni siquiera el más intrigante o inteligente, es dueño de la acción de la obra. Pero sí hay autor, e intencionalidad autorial. El autor nos sitúa (sistemáticamente es así en Shakespare) al público en la perspectiva dominante, aquélla en la que, aupados por él mismo y por Hamlet, podemos contemplar el panorama de las acciones, intenciones y motivaciones humanas. Pero la lucha por el topsight continúa en las interpretaciones críticas. (Ver otro ejemplo de enfrentamiento de inteligencias críticas en "Poe-tics of Topsight").
Pero una cuestión que sí sugiere el análisis de Boyd es el esfuerzo reflexivo de la mente de Hamlet por entenderse a sí misma—como un empeño cognitivo. Quién se conocerá a sí mismo—quién tendrá topsight sobre su propia mente. Para ello se requiere, seguramente, no sólo una capacidad reflexiva superior, sino también el paso del tiempo, que nos da esa elevación espontánea sobre las intenciones y proyectos del pasado, hace surgir planes ocultos, y hace que se publique todo lo que se guardaba en un cajón. De esto obtenemos conocimiento. Pero el éxito en la acción depende no del conocimiento retrospectivo, sino del prospectivo, de la capacidad de construir y representar la intencionalidad más relevante o comprensiva en una situación dada, rápidamente, en medio de la acción para permitir reorientarla—anticipándonos a lo que será nuestra propia evaluación retrospectiva de ese encuentro de mundos mentales, y del éxito o fracaso de nuestras intenciones.
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