martes, 3 de mayo de 2011

Unidad:Texto :: Identidad:Sujeto

Sigue aquí un resumen del artículo de Norman N. Holland "Unity Identity Text Self" (1975), reimpreso en Reader-Response Criticism, ed. Jane P. Tompkins (Baltimore: Johns Hopkins UP, 1980) 118-33. Es un clásico de la teoría de la recepción literaria desde el punto de vista psicoanalítico. La traducción del título sería Unidad Identidad Texto Yo personal (o sujeto individual); lo he reescrito en mi propio título de una manera que clarifica más las relaciones que busca establecer Holland entre estos cuatro términos:


Unidad    Identidad    Texto    Sujeto

El texto lo entiende Holland a la manera de los Nuevos Críticos, como "las palabras que hay en la página". La cuestión de la unidad del texto ha sido tratada desde Platón, pasando or Coleridge, Henry James, Northrop Frye... Aquí se trata de encontar un tema central, no excluyente de otros: algo que permite que una persona concreta capte una obra en su conjunto, mediante sucesivas abstracciones, obtenidas por inducción y deducción en torno a unas pocas polaridades generales. ¿Objetivamente? podrá preguntarse, porque si se tratase de una mera impresión subjetiva sin apoyo objetivable alguno, poco nos diría eso sobre el texto. Siempre se halla interrelacionada la objetividad con la subjetividad en la interpretación, pues necesitamos tener la sensación de que nuestras explicaciones críticas son compartidas con otros.  El yo (sujeto) lo entenderemos como no otros, y la identidad será una "unidad temática obtenida por abstracción" en el individuo, que sea estructuralmente invariable a lo largo de la vida. Hay pues una analogía entre el acto de interpretar la identidad de un individuo y el de leer un texto:

"La identidad es la unidad que encuentro en un yo si lo miro como si fuese un texto" (Holland 111)

El texto y el sujeto son datos iniciales; la unidad y la identidad son constructos extraídos a partir de los datos. Y en cierto modo son inseparables del tema identitario del propio analista que los extrae:

"La unidad que encontramos en los textos literarios está impregnada con la identidad que encuentra esa unidad" (123).

Así pues, las lecturas de un texto siempre diferirán en función de la personalidad del intérprete (al margen de cuestiones que puedan relacionarse con su edad, clase social, raza...).  Pero no todas las interpretaciones funcionan igual de bien para otras personas que no sean el propio intérprete. Hay por tanto algunos principios básicos que gobiernan la interpretación:

"la identidad se recrea, o, por decirlo de otro modo, se crea el estilo—en el sentido de estilo personal. Es decir, todos nosotros, cuando leemos, usamos la obra literaria para simbolizarnos y en última instancia para autorreplicarnos" (124)

—en el sentido de construir réplicas de nuestro yo (no en el sentido de darnos una réplica o respuesta a nosotros mismos—aunque también algo de eso hay, por otra parte). Quedamos reflejados en nuestra lectura o interpretación. Adaptamos la obra para adecuarla a nuestras propias maneras de enfrentarnos al mundo:

"cada uno de nosotros encontrará en la obra literaria el tipo de cosa que característicamente deseamos o tememos más" (124).

Esto es un sistema psíquico encaminado a conseguir placer y evitar sensaciones desagradables:

"el contenido de fantasía que convencionalmente localizamos en la obra literaria en realidad es creado por el lector, a partir de la obra literaria, para expresar sus propios impulsos psíquicos" (125).

La fantasía en estado crudo se transforma en el proceso de lectura e interpretación en coherencia moral, estética o intelectual, para evitar sentimientos de culpabilidad. Así Holland puede leer todos los poemas de Robert Frost como una expresión del tema identitario que localiza como característico de Frost, a saber, una búsqueda de orden simbólico impuesto por el suejto poético frente a un mundo amenazador o caótico. (Hábilmente, sugiere Holland mediante la retórica de su artículo cómo ese tema que él encuentra en Frost es a la vez una proyección del tema identitario del propio Holland—aunque esto lleva a un cierto problema de paradoja en la interpretación).

"Cada vez que, en tanto que crítico, me enfrento a un escritor o a su obra, lo hago a través de mi propio tema identitario. Mi acto de percepción es también un acto de creación en el cual participo del don del artista. Encuentro en mí mismo lo que Freud llamaba 'el secreto más interno' del autor, 'su ars poetica esencial', es decir, la capacidad de de abrirse paso a través de la repulsión asociada con 'las barreras que se alzan entre cada ego individual y los demás'" (Holland 130).

En oposición a la visión cartesiana del conocimiento, Holland no cree que exista el mundo al margen del sujeto de percepción. Se opone asimismo a la noción de que el auténtico conocimiento requiera la separación entre sujeto de conocimiento y objeto de conocimiento. Está más bien a favor de considerar

"la experiencia como una reunión interna y un entremezclamiento de yo y otro tal como es descrita por Whitehead o Bradley o Dewey o Cassirer o Langer o Husserl" (130).


(A esta lista de Holland le podríamos añadir el interaccionalismo simbólico propuesto por George Herbert Mead o Herbert Blumer).


El psicoanálisis va, según Holland, más allá de la ciencia, pues explica las interpretaciones: cualquier explicación responde a una necesidad humana. Responde a la pregunta "¿para quién", aparte de las preguntas precientíficas (medievales) del "¿por qué?" de los fenómenos, y la pregunta científica, moderna, que responde al "¿cómo?" de esos fenómenos. Se opone Holland a una noción de objetividad interpretativa que separe los cuatro términos (unidad, identidad, texto, sujeto), pero también rechaza el solipsismo interpretativo:

"Cada vez que un ser humano se dirige al mundo a través de signos, o se dirige a los signos del mundo, pone en acción de nuevo los principios que definen esa mezcla del yo y del otro, y la cualidad creativa y relacional de toda nuestra experiencia, y muy especialmente de de la composición y lectura literaria" (131).

Observa la editora Tompkins que el planteamiento de Holland pone la identidad del intérprete en el centro de la cuestión. La gente se enfrenta a la literatura como se enfrenta a experiencias vitales: las interpretaciones están basadas en parte en el texto, pero experimentan adiciones y un procesamiento que les da forma. Habrá que estudiar cómo sucede esto. Sin embargo, frente a posturas más extremistas como las de Stanley Fish en los 70, que relativizaban totalmente la interpretación, Holland mantiene la noción del texto como un "otro", con lo cual se conserva la noción de una entidad propia de significado textual, al margen del intérprete. Visto que son siempre diferentes sujetos los que han de acceder al texto, se me ocurre que la única manera de determinar lo que es éste objetivamente sería definiéndolo como el elemento común que comparten interpretaciones diferentes, o lo que no está sujeto a contestación o disensión en una determinada interacción crítica sobre ese texto. Algo más en esta línea, a cuenta de Stanley Fish, escribí en "El cristal con que se mira (diferencias críticas)."


Aquí está [estaba...] la página personal de Holland, con obras posteriores en las que ha desarrollado sus teorías, en particular Literature and the Brain, donde intenta integrar psicoanálisis y poética cognitiva desde el punto de vista de la neurología.


 
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