... Únete a nosotros. Nos
anuncian que hoy, hoy treinta y
uno de octubre de dos mil once,
llega el planeta Tierra a siete mil millones de habitantes, en
crecimiento continuo y de momento imparable. Por... suerte, digamos.
Sólo grandes catástrofes lo pararán, mayores que las que ya hay, quiero
decir—con epidemias, tsunamis, volcanes, hambrunas, guerras, crisis y
abortos masivos e industrializados. De momento, seguimos creciendo felizmente,
como los gusanos en un queso, hasta que el agotamiento de los recursos
nos reduzca a proporciones más adecuadas a lo que serán las
circunstancias. En un queso agusanado, si hay muchos gusanos, pronto
habrá muchos más. Y enseguida muchos más—hasta que de repente no
queda ninguno, o muy pocos, cuando se ha agotado el queso.
Pobres de los que vivan en esas circunstancias—pobres de los que ya
están viviendo en ellas, porque el futuro no llega de golpe, como no se
va de golpe el pasado. Para viajar al pasado, para viajar al futuro
(quién dice que no existen las máquinas del tiempo, se llaman coches y
aviones) basta con ir al lugar adecuado, a Los Angeles, a México, a
Lagos.
No hace tanto, la última vez que se habló de este tema, quizá,
cuando
me mudé a esta casa—éramos sólo seis mil millones. Y aún me acuerdo
como si fuera ayer, que cuando era yo adolescente, éramos cuatro mil
millones. Y tres mil
cuando yo nací.
Los crecimientos continuos se nos presentan como una situación estable, controlada y normal. No lo son. Alfred Bartlett ha llamado a esta ilusión o falacia mental el secreto matemático mejor guardado del siglo XX. Nos hemos acostumbrado a vivir con un crecimiento exponencial. Cuando está claro cuál es el final de ese camino—todos los gráficos lo enseñan, esos que muestran los índices de las ordenadas escalando súbitamente a medida que las abscisas se acercan al año dos mil y se adentran en nuestro siglo. ¿Les sugiere algo este gráfico? Aquí habla más al respecto Bartlett: "Aritmética,población y energía"—una conferencia que es imprescindible para poner estas cuestiones en perspectiva.
Oigan un dato que repiten estos días. En el año 2050, la población se habrá duplicado. Las tierras de cultivo, sin embargo, sólo habrán aumentado un cinco por ciento. ¿Sería posible alimentar adecuadamente a esa población con esas tierras? Posible, quizá, con muchas condicionantes. ¿Se hará? Lo dudo mucho.
Termino ahora de apuntar cuatro notas sobre el libro de Fred Spier, El lugar del hombre en el cosmos. Tras narrar el origen de la vida y el crecimiento de la especie humana, se pregunta Spier por nuestras perspectivas de futuro, y más en concreto por la sostenibilidad de nuestra civilización globalizada. Uno de los últimos compases del libro habla sobre...
La disponibilidad de recursos materiales y energéticos.
Siguiendo su razonamiento, nuestro futuro como especie será más o menos largo y próspero (o breve y terrible) según la disponibilidad de recursos, y sobre todo de energía: al estar muchos recursos dispersos y ser de difícil utilización, de no tener energía barata para extraerlos y aprovecharlos, "se sigue que la disponibilidad de energía guarda una muy estrecha relación con la disponibilidad de otros recursos" (414).
Spier, a quien algunos podrán considerar pesimista, peca para mí de optimismo casi descabellado en algunos aspectos. Por ejemplo, argumenta, y con razón, que "una de nuestras necesidades primordiales pasa por mantener controladas las cifras demográficas humanas"—o de lo contrario caeremos en una profunda crisis (y no hablamos de que quiebre algún banco, no, o de que recorten las pensiones, sino de cosas espantosas). "Por fortuna", dice Spier, "el crecimiento demográfico global parece estar manteniéndose de forma espontánea en niveles estables, y da la impresión de que dicho fenómeno está ligado con el creciente proceso de urbanización" (414-15).
—¡Pero de qué está hablando!— como diría Bartlett, What's he talking about?!!!!
Mil millones de habitantes más en estos diez años, y llama a esto ¡"un nivel estable"! — Es un caso ejemplar del espejismo a que aludía Bartlett, la confusión entre un crecimiento sostenido y la estabilidad. No, la población no es estable en su crecimiento, porque el crecimiento no es estabilidad, en absoluto, y menos a estas alturas de la película. Me temo que el crecimiento exponencial de la población frente a los recursos va a pillar a más de uno por sorpresa, incluido a mí que escribo estas líneas. Y yo pensando en releer a Malthus, a estas alturas.
Si los desincentivos urbanos al crecimiento a los que alude Spier han de funcionar, no será antes de que el mundo esté tan superpoblado como Ciudad de México. Un panorama nada envidiable, en el que lamentablemente habrán de vivir nuestros nietos, si no nuestros hijos. Es como para aconsejarles que no tengan hijos, como nos lo aconsejábamos nosotros en tiempos, viendo el futuro tan dudoso como hoy lo vemos. Pues que nos sigamos equivocando—qué más se puede pedir.
Los humanos sobrevivirán (algunos) de una manera u otra, eso sí. Los propios humanos son un recurso energético y material explotable, como bien se ha venido demostrando en cien mil años de historia. La explotación de los recursos naturales siempre ha pasado en el caso de los humanos por un filtro humano: por la explotación del hombre por el hombre, o de la mujer por el hombre—y en el futuro, tanto más lo hará. No nos preocupemos por el planeta—el planeta sobrevivirá, y posiblemente la vida en una forma u otra. Con extinciones masivas de especies, eso sí. Incluso en circunstancias espantosas, sobrevivirán también humanos durante mucho tiempo. Lo que no sobrevivirá, sino que se transformará enormemente, como viene haciéndolo sin cesar, es nuestro mundo globalizado y nuestra cultura actual. Para Spier,
A lo cual cabe matizar, dos preguntas que no son evidentes de por si. ¿Qué es deseable? ¿Qué necesitamos? —O, quizá, una tercera, ¿qué es soportable, pujando a la baja, entre la oferta de condiciones y la demanda de vida? Son límites que algunos ya exploran, terrenos baldíos de la experiencia humana que serán cada vez más frecuentados, siquiera sea por que cada vez habrá más gente apretándose para ocupar ese espacio.
Aun contando (de modo optimista) con la posibilidad de descubrimientos de recursos energéticos insospechados (pero reléase la fábula de las botellas de bacterias de Bartlett), Spier considea altamente preocupante la actual dependencia de recursos energéticos no renovables, los combustibles fósiles. Estamos, quizá ("quizá", dice) en el principio del fin. No son buenas las perspectivas para lograr reactores de fusión nuclear viables. Pero no nos detendremos en el impulso de quemar todo el combustible fósil, hasta que no sea a la fuerza:
El candidato de Spier para la renovación energética es la energía solar, aunque augura unos problemas asociados a su desarrollo—quizá no los más obvios. Lo que a mí me parece es más bien que la actual energía solar va a caballo de la energía de los combustibles fósiles, que son los que impulsan nuestra sociedad avanzada. No sabemos si llegaremos a tiempo a la cita con la energía solar—quién llegará, quiero decir, y cómo. Puede leerse al respecto la curiosa novela Solar, de Ian McEwan. No sabemos qué va a pasar con la producción industrial cuando deje de ser viable el actual régimen de transportes. Desde luego, como señala Spier, habrá que potenciar lo local—pero no sabemos cómo de difícil va a ser la transición de un régimen a otro.
Hay formas de complejidad cultural energéticamente costosas van a verse seriamente afectadas, en especial transporte por avión y coche. Pero también la agricultura moderna industrial, que depende de las máquinas. Spier considera que "El mantenimiento de la actual complejidad electrónica global es probablemnte menos costoso, y por consiguiente es posible que se vea expuesto a una reducción menor" (421)—ójala, y seguiremos retransmitiendo. Pero, si se transforman la agricultura, y el transporte, la industria ha de cambiar, de maneras inimaginables. O únicamente imaginables en un registro cyberpunk, me temo.
El agotamiento de los recursos clave y el aumento de la entropía
No es sólo el agotamiento del petróleo lo que amenaza a la agricultura industrializada. También el agotamiento de los fosfatos, señalado por Spier como un recurso en disminución y que será insustituible—hoy va a parar al mar, se vuelve inutilizable allí, y habrá que economizarlo. Otros procesos entrópicos están en curso: los gases causantes del efecto invernadero, la pérdida de la biodiversidad debida a la urbanización, la tala masiva de bosques y la agricultura industrial, la proliferación de desechos industriales y basuras... Si ha de haber una transicón a un régimen sostenible a largo plazo, el desarrollo de una energía renovable será crucial, y no sabemos cómo podrá usarse para contener estos procesos entrópicos. Todo parece apuntar a la necesidad de una transformación radical en los hábitos humanos de consumo de energía, pero también de organización social, de consumo y de alimentación. Esta transformación alcanza más allá de los seres humanos, pues implica a una buena parte de la biosfera controlada por ellos e implicada en sus procesos de producción y sus sistemas de organización. La transición a un régimen de energía renovable y de población estable habrá de producirse—y habría de ser pronto...
... Pero estamos muy lejos de que se produzca esa transición. Hemos pasado varias niveles de alarma de gravedad creciente (esto no lo dice Spier sino yo) y sin embargo no nos detendremos hasta haber comprometido seriamente, qué digo comprometido, abocado a la destrucción, cualquier tipo de régimen económico semejante a los que hemos conocido en el pasado. El futuro será distinto, quizá bonito para algunos, pero el futuro de la mayoría de la humanidad futura no nos parece envidiable, visto desde aquí. Aunque hay ambientes para todos los gustos.
Una reflexión de orden general sobre el pasado, y sobre el futuro. No hemos estado en ellos, y sin embargo, a vista de pájaro, podemos verlos desde aquí. La complejidad actual es producto de una larguísima etapa de formación, sistemas complejos acumulándose sobre sistemas más simples, desde un origen absolutamente simple—y el futuro verá el decrecimiento de la complejidad, a más corto o a más largo plazo. Esto sucederá, y sobre eso hay pocas dudas. Lo que desconcemos es si estamos en una fase relativamente temprana, o relativamente tardía, de la historia de los sistemas complejos. Todo es evolución, panta reï, como decía Heráclito, todo fluye. No hay ningún sistema que de por sí sea estable, sólo estabilidad aparente o parcial, o ciclos como vueltas de peonza que se repiten, cada vuelta aparentemente como la anterior, pero en realidad distinta, mientras la peonza va perdiendo energía. No hay sistemas estables, ni desarrollos sostenibles.
Herbert Spencer, en First Principles, ya habló de los procesos complejos de equilibración relativa, o estabilidad, y de su disolución a más largo plazo. Hay que decir que Spencer ve el crecimiento de la población humana con relativa poca preocupación; como Spier, parece creer que se equilibrará (aunque igual su altura olímpica es demasiado remota para observar los procesos por los cuales ésto se lleve a cabo):
—Esto sucederá cuando nos hayamos comido todo el queso que son los
combustibles fósiles. De qué viviremos, no se dice. De la luz del sol. Y los cataclismos posibles de la adaptación a este
régimen, no los menciona Spencer.
Desde
este punto del mundo
vemos lo que es el mundo, vemos su pasado remoto y su futuro lejano,
dentro de los límites que nos son dados. A esa escala, casi parece
ocioso preguntar cuánto tiempo tenemos, y sin embargo es una cuestión
que no puede sino preocuparnos. Y cuánto tendrán nuestros
descendientes, y qué es lo que les va a tocar vivir.
¿Emigrarán los seres humanos a otros planetas?
La respuesta, en breve, es no. Mucho la matiza Spier, hasta extremos casi ridículos, especulando con la posibilidad improbable de un viaje interestelar que (en cualquier caso) seguiría dejando en la Tierra a la totalidad de la especie humana en bloque, y que no resolvería nada sino una precaria continuidad de algunas tradiciones culturales. Ni eso, habría que decir. Un puñado de astronautas no podrían, ni con auxilio informático, mantener una compleja tradición cultural, que depende de una amplia población y una extensa organización social. Serían a la vez los últimos hombres y los nuevos primitivos, antes de su muerte fría que sería más temprana que tardía.
Pero no sucederá, ni siquiera ese epílogo de la historia. No disponemos de la tecnología y de la energía necesaria para impulsar ese viaje, y con toda seguridad nunca dispondremos de ellas. No habrá naves interestelares, pues sólo el derroche industrial del siglo XX ha hecho posibles nuestras diminutas incursiones en el vecindario extraterrestre. Para recorrer el futuro precario, la Tierra es nuestra única nave espacial, y el destino de una hipotética nave o flotilla interestelar no haría sino remedar, en versión abreviada y a modo de farsa tecnológica, un grotesco théâtre de la cruauté, la tragedia de la historia humana. Las dejaremos esas naves para el cine, compensación imaginaria, y ya tenemos en cualquier caso las Historias Futuras de Olaf Stapledon y otros a modo de consuelo. Pronto tendremos otros asuntos que resolver, y otros futuros más apremiantes. He de decir que Spier también concluye, con lúgubre parquedad, que esos sueños de la razón no son sino sueños de la imaginación: "en la actualidad, no se dan las circunstancias Goldilocks necesarias para la realización de viajes espaciales a largas distancias" (427).
Los viajes a las estrellas son una fantasía de la era industrial, del mismo modo que el Más Allá era una fantasía de la era de la servidumbre. Huímos a los cielos—pero sólo en la imaginación. Muchos no lo han entendido aún.
Unas palabras para concluir
La conclusión de Spier es un interrogante—¿seremos capaces de desarrollar un régimen sostenible, no para la eternidad, pues el ser humano está abocado a la extinción, sino durante un tiempo razonablemente largo? ¿Un régimen en el que sea posible mantener la complejidad cultural alcanzada o al menos gran parte de ella?
Para eso tendremos que hacer algo que no hemos hecho. A saber, remodelar, culturalmente, nuestros hábitos despilfarradores de consumo, que probablemente vienen (y aquí Spier parece concurrir con los sociobiólogos evolucionistas) de un desfase cultural. Somos depredadores de la sabana (es nuestro origen) trasladados a otro entorno, pero seguimos comportándonos de manera depredadora—refinados, eso sí, nuestros hábitos depredadores y convertidos en una compleja estructura de trabajo y explotación a nivel mundial.
Puesto así, la pregunta de si lograremos cambiar(nos) o no, es ociosa, o retórica, o nos embarca en un razonamiento dialéctico. No cambiaremos, no nos cambiaremos, a menos que las circunstancias nos cambien y nos fuercen a cambiarnos, y no será bonito de ver. El pasado es una larga historia de brutalidad y horrores, que también tiene muchos elementos de sweetness and light. Probablemente también lo será el futuro—en gran parte de él no nos reconoceríamos, como no nos reconoceríamos a gusto en nuestros ancestros no tan remotos. Queda por ver si es tan largo como el pasado, el futuro éste incierto y no muy agradable. Entretanto, seguimos quemando la sabana, como si fuese la Tierra plana, "inmersos en una forma de sociedad que por lo general prima los resultados a corto plazo, ya sea en el ámbito económico o en el político" (429). La sabana parece muy plana, e inacabable. Pero la Tierra es redonda, decía mi padre, y avanzando tras la hoguera, pronto nos encontraremos con tierra quemada por delante.
Concluye Spier su libro, sobre la complejidad y la sostenibilidad:
Pero no hace falta esperar a que llegue el futuro, para verlo, como decíamos antes—nosotros, y Radio Futura (en "Enamorado de la moda juvenil") —"el futuro ya está aquí".