miércoles, 8 de febrero de 2017

Retropost #1358 (7 de febrero de 2007): Crítica de la causalidad


Mirando por la red, llego a la página de la Fundación Gustavo Bueno, que contiene gran cantidad de materiales interesantes. Algunos muy polémicos últimamente, como los relativos al último libro de Gustavo Bueno, Zapatero y el Pensamiento Alicia, en el que le zurra a la ideología y política del Presidente del Gobierno de modo inmisericorde, le pisotea hasta las muelas. Dice Bueno que ha escrito el libro por sentido de deber cívico, porque le avergüenza que su país esté presidido por un presidente que hace gala de un simplismo como el de Zapatero. Y le acorrala los argumentos simplistas con razonamientos lógicos que aspiran a no dejarle escapatoria. Si lo consigue del todo o no... quizá sea tema para otro ensayo comparable. Pero desde luego promete una lectura interesante.

Entre los materiales aledaños al libro me ha interesado un vídeo de Gustavo Bueno sobre la causalidad y el determinismo: "Respuesta a una pregunta formulada por Javier Pérez Jara: ¿Cómo es posible evitar desde el determinismo ontológico propio del materialismo filosófico el fatalismo ordo essendi?" 

Este es el texto íntegro de la pregunta:

¿Cómo es posible desde el determinismo ontológico propio del materialismo filosófico escapar del fatalismo ordo essendi? ¿Es el principio de symploké, propio del Pluralismo del Orden, el que podría fundamentar estas «bifurcaciones» que permitirían varios «futuribles» ordo essendi, y no un único futuro como es propio del fatalismo ontológico (pues la imposibilidad del determinismo ordo cognoscendi propio de la «futurología» estaría dada por los sistemas de caos deterministas, además del principio de symploké)?

Esta pregunta no está formulada con la intención de preguntar por qué es imposible conocer el futuro (y que por tanto los profetas o el Dios omnisciente son puros mitos metafísicos); se da por supuesta esta imposibilidad por la constatación del principio de Symploké y de los sistemas de Caos determinista. Lo que quiere señalar es por qué, desde el determinismo ontológico, no se cae en un fatalismo, aunque éste no podamos conocerlo (o sea, que los futuribles serían «ilusiones» producidas por nuestra incapacidad de predecir el futuro). Las «bifurcaciones» reales que al parecer tendría que haber para escapar del fatalismo ontológico son muy «fáciles» de explicar desde el indeterminismo ontológico que apele a la causa sui o a las emergencias metafísicas (explicaciones tan fáciles que de hecho son incomprensibles cuando vemos que tanto la emergencia metafísica como la causa sui designan procesos imposibles), pero desde el determinismo ontológico estas «bifurcaciones» que al parecer serían necesarias para escapar del fatalismo, me recuerdan al libre arbitrio de indiferencia, que es sencillamente ininteligible.

Gustavo Bueno afirma en sustancia que la concepción tradicional de la causalidad, de la Escolástica a Kant, era binaria, tipo y=f(x), siendo x la causa e y el efecto. Con esta concepción, nos vemos obligados a tener en cuenta una multiplicidad de universos, y dar cuenta de una primera causa sin causa (como hacía Kant, con el libre albedrío), si se ha de negar el fatalismo. El fatalismo implicaría que todo está en todo, y daríamos en un monismo donde todo en el Universo está encadenado inflexiblemente. En última instancia, esta concepción se remite a la causa única, Dios, y queda especialmente clara en las doctrinas ocasionalistas (en Malebranche o Geulincx).

El materialismo filosófico, explica Bueno, tiene en cuenta no un binarismo, sino que introduce una tercera variable h, de hylé, la materia (la causa material aristotélica). El efecto no aparece así en relación única con la causa, sino con la fracturación de un esquema de identidad. (Aquí subraya Bueno la importancia filosófica del principio de inercia de la mecánica moderna, que viene a negar la necesidad de una acción causal continua para explicar el cambio. Hay que explicar no ya el movimiento, sino los cambios de trayectoria o aceleración). La y es función de h y de x. Introduciendo h hemos disociado x ("la causa") que no determina a la integridad de h, sino a aquellas partes de h que producen el efecto. Y las relaciones causales se dan a dos niveles: de lo que llama texto (el fenómeno causal observable, medible) y lo que llama ultratexto (el nivel cuántico, pongamos, un nivel no manipulable). El sujeto operatorio, la teleología, etc., son fenómenos que tienen sentido a nivel de texto, pero no operan a nivel de ultratexto (podríamos decir quizá que el sujeto es un fenómeno emergente a nivel de "texto"). Al no poderse tener en cuenta los fenómenos ultratextuales en el cálculo, podemos conservar la noción de determinismo sin caer en un fatalismo. El fatalismo presupone una continuidad causal que no se da de hecho en esta concepción al haberse introducido la variable h y la disociación entre fenómenos "textuales" y "ultratextuales".

Bien, parece que esta teoría de la causalidad sí sería útil para coordinarla con el estudio de fenómenos emergentes (no una emergencia metafísica, sino interaccional-simbólica) y con la discusión sobre la reducción. En ese sentido me ha parecido interesante. Sin embargo, echo en falta una dimensión reflexiva o semiótico-comunicativa de esta cuestión. Es decir, que creo que no puede obviarse en la discusión de causalidad la crítica nietzscheana a la causalidad, que tiene una interesante dimensión retroactiva. Y perceptual-semiótica, también—dos aspectos que van bastante unidos.

Según Nietzsche, al establecer una relación causal, pasamos por alto que es la percepción del efecto la que nos lleva a remontarnos en el tiempo a buscar su causa. La descubrimos, o asignamos, y es entonces cuando queda establecida la secuencia familiar causa-efecto en su orden cronológico familiar: pero queda establecida una vez ha tenido lugar esa retrospección. Es decir, Nietzsche introduce un doble plano de relación: el ontológico, en el que la causa determina al efecto, y el epistemológico, en el que dado un efecto necesitamos asignar una causa (por cuestiones de índole práctico: éticas, pragmáticas, legales...). Y es fácil ver, dado este planteamiento, que el plano ontológico no es ni con mucho el prioritario, antes bien, es él mismo el resultado de una interpretación epistemológica. La disociación entre uno y otro es, o bien puramente regulativa, para explicar una teoría de la causalidad en dos planos (como hacemos aquí) o bien es el resultado de una disparidad de interpretaciones a la hora de establecer una relación causal dada. Si digo, "el imperialismo de EE.UU. fue la causa del 11-S", quedan contrapuestos un fenómeno (complejo) y una interpretación (entre comillas) simplista, en contraposición a otras igualmente simplistas como "el fanatismo de bin Laden fue la causa del 11-S"—que pueden aducirse como explicaciones causales de un determinado fenómeno.  El fenómeno, por un lado: las representaciones y narraciones del fenómeno, por otro. Pero es obvio que el fenómeno no existe como objeto (cultural, histórico, de debate, comunicativo, científico, etc.) al margen de sus representaciones. Casi deviene, de hecho, un epifenómeno entre la multiplicidad de interpretaciones enfrentadas. Tanto como el hecho causado en sí (que forma parte del pasado), adquieren promienencia, y orientan la acción, y la atribución de causalidad, otro tipo de fenómenos: planes, proyectos (de invasiones, por ejemplo). Y así, la atribución de causa entre dos fenómenos pasados viene modulada y orientada por fines aledaños, o proyectos actuales y futuros.

Hume creía que la atribución de causalidad es gratuita. La causalidad no se percibe como tal: se atribuye por hábito a secuencias repetidas de fenómenos. Las narraciones, que organizan secuencias causales interpretadas y valoradas, son un instrumento cognitivo de primer orden para comprender la causalidad. Para comprender la causalidad, el analizar las estructuras narrativas ayuda.

Las secuencias causales se asignan, podríamos decir, por distorsión retrospectiva, o hindsight bias. Volviendo al análisis de Bueno, podemos decir que la  relación indeterminada entre x y h queda determinada (a efectos discursivos) por la asignación de causalidad. Determinada, claro, mientras no se conteste o rechace la determinación, mientras no se conteste la atribución de causalidad o mientras no se someta a crítica la estructura narrativa impuesta sobre los hechos. El fatalismo, visto desde la teoría de la narración, es el triunfo absoluto del principio causal ignorante de su construcción semiótica, el triunfo del hindsight bias. Se ignora la flecha del tiempo y pasa a considerarse el orden de los acontecimientos como enteramente reversible; se equipara determinación hipotética y efectiva mediante una maniobra retórica y perspectivística: "ha sucedido y, porque antes ha sucedido x. De hecho ya sabíamos cuando sucedió x que iba a seguir y como su efecto".  La mitad de las veces decimosque lo sabíamos, y lo decimos... luego, a toro pasado. Nos llevamos sorpresas, claro: alguien se suicida, pongamos. Pero luego, enseguida, ya se veía venir. Y se debió a... tal. Las causas de las cosas se ven más claramente cuando han tenido lugar los efectos. Pero antes de los efectos, está el conflicto de las interpretaciones. Y durante, y después, también.

Es decir, que lo que echo en falta, creo, en el análisis de Bueno es que se mantiene a un nivel puramente ontológico, mientras que la discusión de la causalidad es incomprensible sin tener presente cómo esa ontología deriva de una epistemología y una semiótica (a la vez que las fundamenta): la causa existe en un proceso hermenéutico de reinterpretación que pasa del efecto a la causa y viceversa. Una teoría materialista de la causalidad ha de incluir esta dimensión reflexiva, que dé cuenta del surgimiento de la causalidad como un esquema interpretativo y un fenómeno interaccional. La atribución de causas tiene una dimensión cognoscitiva, interpretativa, que no se puede soslayar en la discusión de este asunto, pues quedaría la propia teoría flotando en el aire sin sustentación material. La ontología materialista necesita esta dimensión reflexiva, precisamente para no hacer del mundo material un apriori idealista, y darle una sustentación (todo lo firme que puede ser) como un fenómeno de la experiencia, y como tal relacionado dialécticamente con los procesos de  interacción comunicativa. O, dicho de otra manera, para explicar la causalidad, y su percepción, como fenómeno emergente.

También la explicación narratológica evita la identificación de determinismo y fatalismo, por una parte porque ve en el último una especie de exacerbación del propio principio narratológico: contemplar el libro del destino como si estuviese ya escrito, cuando es un work in progress. Y, en última instancia, porque considera a ambos, determinismo y fatalismo, como dos historias, dos representaciones de la realidad que está siempre ya, narrativizada. Aunque el destino de toda narración sea volver a ser narrada de otra manera.



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