(Un poema de Eloy
Sánchez Rosillo, de La certeza, 2005)
Luna llena que vas serenamente
haciendo tu camino por el cielo de agosto,
cuánto consuelo al corazón me traes,
qué alivio siento al contemplarte hoy
sobre este mar tan mío.
Me he sentado a mirarte; te estoy viendo
ascender en la noche
y trazar tus efímeros enigmas refulgentes
en las aguas que llegan a la arena
con un leve murmullo.
No hay nada semejante
a tu luz compasiva, esa luz que restaña
tan delicadamente las heridas
inevitables y hondas del vivir.
Con emoción te observo, y voy pensando
que acaso sólo tú logras unir a veces
los distintos momentos de mi vida
con un hilo de plata:
en ti se reconcilian y confluyen
los seres diferentes que en mí se sucedieron,
y el hombre que ahora soy, si tú lo quieres,
encuentra en el amor de tu semblante mágico
al niño que yo era y al muchacho que fui.
Déjame que te cante,
concédeme, señora, que mi voz te celebre
con palabras muy puras,
y no permitas nunca que mis versos traicionen
la verdad que tú eres.
Que tu fulgor me alumbre, que tu piedad me ampare.
Y que cuando se acerque la hora final, mis ojos
te busquen y te encuentren, o te recuerden, mientras
va acabándose el tiempo y todo se termina.
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