miércoles, 30 de abril de 2014

La perspectiva dominante en El Arte de la Guerra

El concepto de perspectiva dominante es por una parte intuitivo, pero hasta lo intuitivo necesita ser nombrado y definido para convertirse en objeto de conocimiento. Por otra parte, está teorizado parcialmente en textos de teoría narrativa moderna e incluso clásica—más o menos implícitamente, al menos ya desde que Aristóteles introdujo el concepto de anagnórisis. Con la revelación de un secreto, se abre a los personajes la realidad de las cosas, y pasan a participar en una comunidad de visión dominante. Es la creación de esta comunidad muchas veces la que marca el cierre del relato o drama clásico; el argumento va así desde el desconocimiento o las perspectivas fragmentadas hasta el conocimiento o la integración de las perspectivas—organizadas, claro está, por la perspectiva dominante, que suele coincidir al menos en parte con la perspectiva del narrador o autor. No es que esta cuestión de la perspectiva dominante o integradora le interesase a Aristóteles, pero al menos introduce conceptos que están relacionados con ella. También Edgar Allan Poe reflexionó sobre la cuestión en La carta robada, y tras él sus críticos y sus críticos.

Parcialmente teorizado e intuitivamente comprendido está pues, el concepto. Pero en lo que se refiere a la literalidad, me encontré el término topsight (lo que ahora llamo perspectiva dominante, o dominio perspectivístico del estado de la situación), en un contexto relacionado con la estrategia militar. En concreto lo citaba Manuel Castells, en La Galaxia Internet, a cuenta de la transformación actual de las técnicas de combate y estrategias de enfrentamiento gracias a la proliferación de las tecnologías de la información y la comunicación. Usaban el concepto de topsight John Arquilla y David Ronfeldt en Swarming and the Future of Conflict (Santa Monica (CA): RAND National Defense Research Institute, 2000).

Y no es extraño que venga de la táctica militar, porque la mejor teoría clásica de la cuestión aparece en El arte de la guerra de Sunzi, un texto clásico chino cuya composición creo que se sitúa en el Período de los Reinos Combatientes (476-221 antes de Cristo Jesús). Me he leído la excelente edición de Albert Galvany (Trotta, 6ª ed. 2007), y su excelente introducción sobre la filosofía del conflicto en Sunzi permite ubicar el desarrollo de este concepto perspectivístico. Aunque Galvany tampoco está especialmente atento a las dimensiones digamos semióticas, accionales, perspectivísticas y narratológicas de la cuestión, sí ilumina su comentario la aportación de Sunzi a este respecto.

Galvany tiende a ubicar el texto de El arte de la guerra al menos en gran medida en el periodo de los Reinos Combatientes debido a que su filosofía parece ir unida en gran medida a una nueva modalidad de conflicto que se desarrolló en este periodo. La guerra deja de ser un juego (de vida o muerte) ceremonial o aristocrático, y en lugar de ser ante todo un ritual de clase pasa a ser un modo de explotación y dominio del territorio a gran escala. Los enfrentamientos ya no son entre aristócratas y sus pequeños ejércitos de mercenarios o dependientes, sino entre grandes reinos con ejércitos masivos reclutados del pueblo. El reino entero se convierte en una máquina de guerra, y ésta estructura la geopolítica a gran escala. La capacidad individual del guerrero cede su lugar a la estrategia a gran escala, el adiestramiento, la atención al terreno y a la intendencia, y (es lo que más nos interesa) la estrategia. 

Los soldados y oficiales pasan a ser meros instrumentos en el cálculo del general o estratega. El enfrentamiento es ante todo mental o estratégico, pues si se ha seguido una estrategia correcta el enfrentamiento efectivo sólo vendrá a demostrar la validez de la misma. Esto deriva en una filosofía china de la acción mínima o de la inacción: la batalla mejor ganada es la que no llega a pelearse; la segunda mejor victoria es la que se da tras únicamente una batalla. Una sucesión de victorias es un fracaso, pues demuestra lo continuado del enfrentamiento. 

En última instancia, el arte de la guerra es el arte de la construcción de un estado fuerte que no necesite llegar a la guerra—o que está luchando la guerra, por anticipado y sin combate abierto, en cada una de sus acciones, al reforzarse y hacerse inexpugnable e inatacable. Como dice el Hanfeizi  (siglo III a.C.) que participa de esta visión,

La técnica de la dominación consiste en actuar de suerte que nadie pueda perturbar a la nación y no en esperar que ningún enemigo venga a causar problemas. el país que erige sus instituciones civiles en la esperanza de que nadie les cause perjuicio alguno perecerá, mientras que aquel que establezca las leyes de modo que nadie ose ponerlas en peligro emergerá floreciente. (cit. en Galvany, 170)

O Sunzi, sobre la excelencia de los planes ofensivos:

El buen estratega somete las fuerzas enemigas sin combatirlas, toma las fortificaciones enemigas sin atacarlas, desmembra los Estados rivales sin permitir que las acciones militares se prolonguen. De este modo, puede conquistar el mundo entero conservando todas sus fuerzas; su ejército no desfallece y sus riquezas se mantienen íntegras. Éste es el método de los planes ofensivos. (III, "Planes ofensivos")

La dominación va unida a una perspectiva dominante, y aquí es donde nos encontramos el concepto de topsight en su relación con el buen gobierno. La dominación va unida a la previsión: la capacidad de anticipar lo que otros no anticipan. El soberano debe tener la perspectiva dominante (no como sucede en el cuento de Poe): todos sus cálculos deben basarse en el estado real de las cosas, en información exacta sobre la realidad de las propias fuerzas y de las del enemigo. Así se entiende el racionalismo de Sunzi y su rechazo de oráculos, adivinaciones y otros métodos azarosos. También se entiende por ello que Sunzi dedique su último capítulo a los servicios secretos, la información, los espías:

Si el príncipe inteligente y el general competente logran la victoria cada vez que pasan a la acción y consiguen resultados fuera de lo común es gracias a su capacidad de previsión. La capacidad de previsión no se obtiene ni de los dioses ni de los espíritus, ni por analogía con eventos pasados, ni por conjeturas. Proviene únicamente de las informaciones de quienes conocen el estado real del enemigo. (...)

Así, en las operaciones del ejército nadie debe estar más próximo al mando que los espías, nadie debe ser mejor recompensado que los espías y ningún asunto debe ser más secreto que los que conciernen al espionaje. Quien no sea sabio e inteligente no podrá emplear espías; quien no sea humano y justo no podrá servirse de los espías; quien no sea discreto y sutil no podrá aprehender la realidad sobre los espías. ¡Discreción! ¡Discreción! No hay lugar donde no puedas emplear tus espías. (XIII, "El uso de espías")

Pero no es sólo la información secreta la que debe ser conocida: también la públicamente disponible pero que puede pasarse por alto. La perspectiva dominante debe incluir este conocimiento de la situación, de los elementos relevantes en el enfrentamiento: de los propios y de los ajenos. También en la enumeración que hace Sunzi de los principios de la victoria se percibe la importancia de la información superior—información juiciosamente interpretada, claro está: una perspectiva dominante no es sólo un acopio de información, sino una interpretación adecuada de la misma que permita emprender la acción más adecuada en cada momento. Y esa acción tiene que ser concertada, sometida al mejor juicio, no errática o con movimientos y voluntades enfrentadas (recordemos la noción del ejército como instrumento de un intelecto):


Cinco son los principios del saber vencer:

Resultará vencedor quien sepa cuándo combatir y cuándo no.

resultará vencedor quien sepa dirigir tanto un grupo reducido de hombres como un gran número de ellos.

Resultará vencedor quien sea capaz de unificar la voluntad de superiores o inferiores.

Resultará vencedor quien afronte preparado un enemigo que no lo esté.

Resultará vencedor quien disponga de un estratega competente y de un soberano que no interfiera en los asuntos militares.

En estos cinco principios reside el método del saber vencer.

Por todo ello se dice:

Quien conoce al enemigo y se conoce a sí mismo disputa cien combates sin peligro. Quien conoce al enemigo pero no se conoce a sí mismo vence una vez y pierde otra. Quien no conoce al enemigo ni se conoce a sí mismo es derrotado en todas las ocasiones. (III, "Planes ofensivos")


Galvany señala cómo una consecuencia de esta concepción es que el soberano libra una batalla primero contra la resistencia de su propio pueblo. En efecto, la guerra, pera no librarse con el enemigo, ha de librarse por el procedimiento de someter al propio pueblo y convertirlo en un instrumento dócil de la voluntad del estado: "resulta preciso hacer la guerra en el interior antes de proyectarla hacia un otro exterior" (202). Parece que no escapamos de la guerra—o es abierta y contra el enemigo, o la libramos con nosotros mismos en la regimentación, el sometimiento y la frustración de las voluntades. Y no en otra cosa consiste la guerra, sino en usar a los demás como instrumentos u obstáculos, en lugar de cooperar con ellos—donde hay una cooperación, dice el interaccionismo simbólico, hay una sociedad. Donde no, hay guerra—aunque hasta en la guerra suele haber un elemento de cooperación, como puede verse claramente en el caso de la guerra fría. En el propio conflicto hay si no una cooperación, sí una interacción, como señala el comentarista Cao Cao: "No hay que actuar siempre del mismo modo sino adaptarse al adversario" (cit. en Galvany 155).  

 

 




También enfatiza Galvany el carácter eminentemente intelectual del conflicto armado tal como lo presenta Sunzi:

El arte de la guerra de Sunzi propone un modelo de combate que tiende a concebir el enfrentamiento armado como una mera competición mental en la que se oponen la inteligencia de dos estrategas, mientras que los soldados quedan reducidos a simples ejecutores de dichas piruetas intelectuales. En la medida en que el propio desarrollo del combate exige a menudo el sacrificio de una parte de las tropas (ofrecida al adversario a modo de cebo o carnaza, por ejemplo) o requiere, sencillamente, exponerlas al peligro para aumentar su ardor guerrero, el general se ve obligado no sólo a no comunicar sus planes o intenciones sino, incluso, a camuflarlas engañando abiertamente a sus propios soldados y oficiales. El enfrentamiento se desarrolla al margen de los combatientes, de espaldas a ellos, sin que de ningún modo puedan interferir o participar en los planes del estratega; éste los utiliza como materia, sin rostro, para llevar a cabo y completar sus maquinaciones. (201).

Es el aspecto más maquiavélico de El arte de la guerra. También es éste el título, claro, de una obra de Maquiavelo; y hay que apuntar que El Príncipe es otro tratado crucial en la historia de la estrategia y del dominio perspectisvístico de las situaciones. Aunque en Sunzi no es el príncipe quien posee la visión dominante, sino (al menos una vez iniciado el conflicto) es el general quien debe dominar la situación:

Hay senderos que no deben ser recorridos, ejércitos que no deben ser atacados, fortificaciones que no deben ser sitiadas, terrenos que no deben ser disputados, y órdenes del soberano que no deben ser obedecidas. (VIII, "Las nueve variables")

Y esto es porque si bien la planificación es importante en el gobierno, y en la guerra, una vez llegado el momento del conflicto abierto los planes pueden convertirse en un estorbo, si nos impiden ver la situación claramente, a medida que evoluciona bajo la mirada del general. La realidad es constantemente inestable, fluida, productora de información. Por eso el plan debe verse sometido a una constante reinterpretación y reelaboración. Es el concepto de la oportunidad, o el momento justo, lo que prima aquí, el presente que se revela y abre una posibilidad de acción no prevista, antes que un plan elaborado cuando no disponíamos de dicha información. De ahí su insistencia en que "la esencia de la guerra es la celeridad", pues esa celeridad es no sólo efecto, sino también productora de información superior y de un punto de vista privilegiado.

También en el Huainanzi (enciclopedia de c. 139 a.C) se juzga sobre la importancia de actuar, o de no actuar, en consonancia con la oportunidad; el que actúa eficazmente "se refugia en el 'no me atrevo', practica el 'soy incapaz¡, permaneciendo en reposo y sin agobios; mas cuando pasa a la acción, lo hace sin abandonar el momento oportuno, en unión con las cosas, girando con ellas, rechazando la iniciativa mas dispuesto siempre a responder a los requerimientos de la situación" (cit. en Galvany, 203).

A la vez, la celeridad impide que el enemigo construya una representación adecuada de la situación, carezca de topsight. Es así como intepretamos el ideal de Sunzi de "carecer de forma":

El grado más alto en las disposiciones militares es llegar a no tener forma. El no tener forma hace que ni el más sutil de los espías pueda sondearte y que ni el más sabio de los estrategas pueda urdir planes contra ti.
    Adaptándose a las disposiciones enemigas y tomando las medidas en consecuencia se vence a las masas sin que éstas alcancen a comprenderlo. Todo el mundo conoce la disposición gracias a la cual he logrado la victoria y, no obstante, nadie sabe cómo he llegado a establecerla. Así, la victoria en el combate nunca es la misma, puesto que mis respuestas a las disposiciones enemigas son ilimitadas. 
    (...) Aquel capaz de obtener la victoria adaptándose a las variaciones y transformaciones del adversario es designado "inescrutable". (VI, "Lo hueco y lo consistente")

O bien:

¡Sutil! Sutil hasta el punto de no tener forma. ¡Inescrutable! Inescrutable hasta el punto de ser inaudible. De este modo logra erigirse en amo del destino del enemigo.
    (...) Si hacemos que el adversario muestre su forma sin que nosotros mostremos ninguna, permanerceremos unidos mientras que él se dispersa. (VI, "Lo hueco y lo consistente")

Los planes, por tanto, son necesarios pero un elemento secundario en el combate. En el momento clave, es la ocasión la que cuenta, y la interpretación actual de la situación actual. Saber ver el momento es la ausencia de prejuicio ante los propios planes, la ausencia de rigidez preconcebida, y a la vez es una captación de la complejidad, de la productividad de la realidad y de la limitación de nuestra propia interpretación—es un atenerse a la contingencia de la realidad para conseguir dominarla. También en el Guanzi (s. IV a.C?) se supeditan los planes a la elección del momento oportuno: "En la estrategia el factor determinante es el momento, el factor secundario, los planes" (cit. en Galvany 143).

Galvany cita a otros pensadores clásicos chinos que participan de esta concepción de la "carencia de forma" entendida como dominio perspectivístico:

En el ámbito de la teoría poítica, el pensador legista Han Fei parece sostener la misma concepción cuando, respecto al soberano ideal, afirma: "Ve sin ser visto, oye sin ser oído, conoce sin ser conocido" (152).


Aquí se asemejan de nuevo el arte de la guerra y el del gobierno—y opone Galvany a esa visibilidad del enemigo, o del súbdito, la perspectiva propia entendida como un panóptico al modo de Bentham, una afortunada analogía. En la representación de la realidad conflictiva, el propio punto de vista ha de ser el centro del panóptico, dominando todos los rincones de la misma, pero permaneciendo él mismo invisible a los demás. Aquí vemos que el concepto de topsight también puede relacionarse de modo provechoso con las fantasías y representaciones de la perspectiva divina, pero eso ya es materia para otro artículo.

Algunas observaciones finales para terminar de perfilar el concepto de perspectiva dominante tal como se perfila en El arte de la guerra—tal como está allí semiteorizado, podemos decir, pues si bien estos conceptos (o el mismo concepto de topsight) no están explicitados allí de modo reflexivo, tematizado y deliberado, sí aparecen operativos en el pensamiento de Sunzi, es decir, son necesarios para proporcionar una descripción semiótica de los fenómenos que Sunzi sí describe o teoriza de modo explícito.

La perspectiva dominante es una representación de la realidad, vale decir un modelo de la realidad, una representación que aspira no a la exactitud punto por punto, sino a una exactitud suficiente que permita el dominio estratégico de una acción determinada, frente a un rival que no dispone de este modelo de la realidad.  La perspectiva dominante se define como tal por su éxito comparativo en una confrontación—explícita y sangrienta, o implícita y evitada.

Hay que decir, pues, que la guerra concebida por Sunzi, o su control estratégico, es un enfrentamiento entre representaciones de la realidad; una superior, que alcanza el éxito (haciendo por el momento abstracción de otros factores que puedan intervenir en la situación) y otra inferior, que es derrotada; derrotada por las armas llegado el caso, en un enfrentamiento exitoso que es la prueba ex post facto de la superior penetración, y mayor dominio de los elementos de la situación, de que goza el estratega que ocupa esa posición perspectivística superior, o contruye ese modelo de la situación y lo usa con éxito en las contingencias del enfrentamiento.

Vale decir que también hay otro modelo de la realidad como componente de la situación, otra perspectiva comparativamente limitada, y derrotada—la que es desautorizada o podemos decir contenida por la perspectiva superior. La perspectiva inferior no goza de la posición de topsight y hay por tanto elementos de la situación (de las propias fuerzas, de las del enemigo, del terreno, de la oportunidad) que se le escapan. La perspectiva dominante, en principio, abarca y domina a dicha perspectiva inferior—o al menos los aspectos de la realidad que permiten conducirla. En principio, en Sunzi (y hacemos abstracción de mucho) quien tiene la información tiene la fuerza, y de allí saldrá su decisión de provocar o evitar el conflicto. En el caso ideal, el conocimiento superior equivale a la superioridad de control, de fuerza, de estrategia y de recursos.

Hay por tanto una teoría de la teoría de la mente, implícita en el libro de Sunzi. Cada agente no sólo construye un modelo de la acción, sino que entra en un combate mental contra el estratega enemigo, adivinando cuál es el otro modelo de la acción que intenta representar la realidad en curso y guiar el futuro de las acciones. La guerra es un combate de lectura mental, que sólo en ocasiones llega al enfrentamiento físico.

Las perspectivas, por tanto, se leen, enfrentan o comparan mutuamente—en el mejor de los casos, la lectura es unilateral, y el enemigo es derrotado sin saber siquiera que lo ha sido, dominado sin haber llegado al enfrentamiento; el enemigo no llega a captar la forma de nuestra acción, o la disposición de nuestras fuerzas. Así hay que entender (semióticamente hablando) la noción de que carecemos de forma —carecemos de forma para el enemigo, aunque seguramente es ventajoso en principio no carecer de forma para nosotros mismos, pues eso arguye la superioridad de nuestros planes y nuestra acción bélica. Ahora bien, si Sunzi dice que carecemos de forma en general, puede entenderse que también carecemos de forma para nosotros en el sentido de que nuestro dominio del momento, de la acción rápida, súbita y decisiva, nos permite escapar a nuestros propios planes preconcebidos. Ahora bien, esa acción rápida no puede ser alocada, y si renuncia a un control absoluto de nuestra forma en bien del momento, ha de ser sobre un cálculo (rápido) de la oportunidad, que viene a ser también una perspectiva dominante, distinta de la que teníamos hasta ahora. Queda, empero, un elemento de riesgo o apuesta en esta cuestión de la oportunidad a la que pintan calva, un saber aprovechar el momento que muchas veces equivale a renunciar al dominio cognoscitivo total, apostando por un éxito que sólo se verá refrendado por los hechos.

Y junto a la perspectiva dominante del vencedor, o más allá de ella, hay otra perspectiva dominante, topsight above topsight: es la perspectiva retrospectiva del analista Quiizá el propio vencedor, convertido en analista de su victoria, o, por qué no, el perdedor. En todo caso, goza el analista de una ventaja sobrehumana que la da la visión del futuro, sólo posible en retrospectiva. Encontramos aquí un terreno común entre la perspectiva del analista, la visión divina de las cosas, y la realidad tal como es (al menos para los fines analíticos que se persiguen). Esta perspectiva del analista también aparece (preteorizada) en El arte de la guerra: es la perspectiva, naturalmente, del propio Sunzi—una perspectiva que todavía se aleja más de la acción concreta y abstrae la estructura, las causas y las condiciones de la acción. Tenemos en Sunzi al primer tratadista estructural de la semiótica de la acción y de la perspectiva, y de la retrospección. El arte de la guerra es también el arte de la reflexión sobre la acción, su representación, sus fines y sus modalidades—y sobre los juicios que sobre ella se hacen a posteriori. El terreno está listo para seguir pensando sobre la cuestión, y, si es preciso, tomar las acciones oportunas.

Aquí lo dejo por hoy, con una pequeña bibliografía de cosas relevantes para leer sobre topsight o perspectiva dominante, y otras que he escrito yo.

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Arquilla, John, and David Ronfeldt. Swarming and the Future of Conflict. Santa Monica (CA): RAND National Defense Research Institute, 2000.
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