lunes, 25 de febrero de 2013

Hirschberger on Haeckel

O la refutación del vertebrado gaseiforme. Johannes Hirschberger, influyente historiador de la filosofía opina sobre el materialismo y sobre Haeckel en la sección "El materialismo científico" de su Historia de la Filosofía, vol. 2 (Barcelona: Herder, 1974). Hirschberger es pensador kantiano-cristiano; no es de esperar de él una opinión ni demasiado favorable ni demasiado elaborada del evolucionismo, cuánto menos una comprensión de la evolución.

El materialismo del ala izquierda hegeliana recibió un considerable refuerzo por el lado del materialismo de las ciencias naturales. No es, en modo alguno, exacto decir que el estudio de estas ciencias lleva al materialismo; tenemos los casos señeros de Newton y M. Planck. Se da, no obstante, bastantes veces el materialismo en ese campo. La explicación está en que algunos de los llamados hombres de ciencia, y con mayor frecuencia la masa del vulgo, entran en el terreno de la experiencia con una actitud antifilosófica, que les lleva a tomar la parte por el todo, el dato sensible, que momentánea y periféricamente la observación les da por la esencia total y de fondo.

Primera ola. Ya en el siglo XVII existió en Inglaterra un materialismo ocasionado por las ciencias físicas; lo hubo en mayor escala en la ilustración francesa. En Alemania, Kant y el idealismo alemán no le dejaron levantar cabeza. Pero con el siglo XIX, el siglo de las ciencias, penetra la marea materialista en la misma Alemania, que se vio de golpe convertida al espíritu del tiempo. Hizo su irrupción estrepitosa en la reunión de científicos de Gotinga de 1854, que mostró con sorpresa cómo muchas mentes estaban imbuídas del espíritu del momento. Domina el segundo tercio del pasado siglo (hacia 1840-70). La fórmula con que se ha resumido este periodo es: alza del mundo material, enriquecimiento exterior y empobrecimiento interior. El materialismo era la filosofía cortada para esta situación. 

Representantes de la teoría. Las publicaciones de los científicos materialistas se tomaron como expresión del gran progreso, de la ciencia, y hallaron de parte del público una acogida sensacional: Karl Vogt, con sus Cartas fisiológicas (1845) y su escrito polémico Köhlerglaube und Wissenschaft (Fe del carbonero y ciencia) 1854; Jakob Moleschott, con su Kreislauf des Lebens (Ciclo de la vida) 1852; Luis Büchner con su Kraft und Stoff (Fuerza y materia) 1855; y Enrique Czolbe, con su Neue Darstellungen des Sensualismus (Nuevas exposiciones del sensualismo) 1855. 

La doctrina de todos ellos se resume en que el mundo está en movimiento y devenir, y el ser no es otra cosa que fuerza y materia, como ya dijera Demócrito. Ninguna falta hace el nous de Anaxágoras, ni las ideas y demiurgo de Platón, ni el motor immobilis de Aristóteles, para no decir nada del Dios de los cristianos. ¿Y el alma que vive dentro del hombre? ¿Y el pensamiento? ¿Y la conciencia? Como seca respuesta se nos dice simplente que todo lo anímico es mera función del cerebro. El pensamiento es para el cerebro como la bilis para el hígado y la orina para los riñones. Pura secreción o exudado de la materia.

Hay "algo no bien filtrado" en todo esto, anota no sin humor Hermann Lotze. El error de los materialistas tiene un origen bien sencillo. Acostumbrados a ver en sus exactas observaciones que los fenómenos de la conciencia van siempre vinculados a una materia organizada, concretamente el pensamiento a ciertas alteraciones de la sustancia cerebral, sacaron la errónea conclusión de que el alma y el pensamiento se reducen a una mera función del cerebro. Tal conclusión es un sofisma. Pues el hecho de que un proceso espiritual tenga su sedeo apoyo en un proceso fisiológico, no autoriza a identificarlos, sino sólo a señalar la concomitancia de los dos procesos, cuyas características irreductibles están al alcance de un recto análisis. Así lo entendió la filosofía tradicional que vio siempre en la sensación un presupuesto, condición o peldaño para la facultad superior cognoscitiva dl hombre. Igualmente Leibniz, en su polémica con Hobbes (cf. supra, p. 92, 106), al que opuso el paralelo de la respiración y la vida del hombre; sin aire no vie le hombre y, sin embargo, el aire no es la vida del hombre. 

El crítico. La crítica contundente del materialismo salió de la pluma de Fr. A. Lange en su obra clásica Geschichte des Materialismus (1866). Con su examen objetivo y desapasionado hizo más daño al materialismo que todos los golpes de los escritos puramente polémicos. La idea capital de Lange es que el materialismo tiene derecho a afirmare como un método de investigación en las ciencias naturales. Esta experiencia cinetífica debe conducirse como si de hecho no se dieran más que realidades materiales; no afirmaron lo contrario Leibniz y el mismo Kant. Pero, en cambio, hay que rechazar el materialismo como metafísico y como concepción filosófica del mundo. Sus afirmaciones rebasan aquí los límites de la experiencia, son primitivas y faltas de crítica. Debe contentarse, en su terreno experimental, con registrar y sistematizar fenómenos sin pronunciarse para nada sobre la cosa en sí, según había ya pensado y aconsejado Kant. Cuando, por ejemplo, se aplica a la psicología el método experimental de las ciencias naturales, cosa que propugna Lange, no está con ello decidido que lo psicológico, así descubierto, sea todo lo anímico, pues puede muy bien ser que algo esté en conexión regular con lo anímico y, sin embargo, no sea más que un fenómeno concomitante, en ningún modo su verdadera esencia y fundamento. 

Sobre la crítica de Lange al materialismo ético, cf. infra, p. 356.

Segunda ola. La segunda ola del materialismo comienza en las postrimerías del siglo XIX, y lleva por nombre monismo. Está vinculada a las figuras de Ernst Haeckel (1834-1919) y Wilhelm Ostwald (1854-1932). En 1906 se fundó la Liga monista. Se vuelve a hablar del "uno", del "todo". Este "uno-todo", al que se quiere reducir toda la variedad del ser, es en Haeckel la "substancia", en Ostwald la "energía". De este modo quedan ahora repartidas la "fuerza" y la "materia" de Büchner. El mayor influjo lo ejerció Haeckel con su libro Welträtsel (Enigmas del Universo) 1899, difundido en cientos de miles de ejemplares y traducido a más de veinte lenguas, comparable en popularidad con la Kraft und Stoff de Büchner, que le precedió, y con el Zarathustra de Nietzsche, que le siguió. Haeckel fue un renombrado zoólogo; como filósofo, no fue igual su fama; fue más bien adversa. 

Darwin
Para comprender el monismo de Haeckel es menester decir antes algo de lo más substancial de Charles Darwin (1809-92). Este autor había publicado ya en 1858 su obra On the origin of species by means of natural selection (Sobre el origen de las especies a base de una selección natural; trad. cast.: El origen de las especies por la selección natural, Madrid (2)1963), traducida al alemán al año siguiente. Fue decisiva para la segunda ola de materialismo en Alemania, especialmente para el influjo de Haeckel. Este escrito vino a conmover la hasta entonces creída fijeza de los tipos biológicos (pluralismo polifilético), en gracia de un desarrollo ininterrumpido de todas las especies a partir de una única célula primitiva (evolución monofilética), introduciendo con esto un nuevo concepto en biología, que desempeñará ahora un papel predominante: el concepto de evolución.

En esta evolución incluye Darwin al hombre en su segunda gran obra The descent of man and selection in relation to sex (Desdencencia del hombre y selección en relacióin con el sexo) 1871. Con ello perdía el hombre su privilegiada situación en el reino de los vivientes, aparecía ya no como creado inmediatamente por Dios, sino como un producto de la descendencia general biológica, y se convertía así en una especie animal más. Al modo como Copérnico quitó a la tierra su carácter de centralidad del Universo para convertirla en un astro más, el hombre se ve ahora privado por Darwin de su posición de privilentio y metido en la serie de los animales.



Es preciso distinguir en el darwinismo dos cuestiones: el hecho de la evolución en el reino de la vida, hecho probado por él con un abundante material biológico, y la hipótesis explicativa de esta evolución, nunca probada y siempre atacada como insuficiente, a saber, el carácter mecánico de esta evolución. Porque Darwin no se representa esta evolución al modo, v.g. de Hegel, en el sentido de una morfología idealística, que se reduce a situar en el tiempo la aparición y realización de las especies, dejando intacto el tipo de esencia como algo intemporal, sino que la subordina a dos factores que actúan de modo mecánico, a saber: la selección en la lucha por la vida (
struggle of life), en la que se sostienen y propagan los más fuertes y mejor dotados, y la selección sexual, que a su vez favorece a los más fuertes; en forma que la superioridad de los mejor dotados se va haciendo gradualmente tan señalada, que puede hablarse de una nueva especie superior. 

Ya antes de Darwin, J. B. Lamarck (m. 1829) trató de explicar al evolución como una adaptación. El viviente se transforma, según él, correspondientemente a las variaciones del medio circundante, y llega a desarrollar nuevas propiedades que transmite luego en herencia. La suma de ellas daría finalmente grandes diferenciaciones que corresponderían a nuestras distinciones de especies. No quedan explicados, ni en Darwin ni en Lamarc, los organismos primitivos indicadores de la serie, que se supone son muchos y distintos. Su origen lo explicó Darwin recurriendo a la intervención de una fuerza creadora. 

Haeckel  
Haeckel es más radical que Darwin. La evolución mecánica abarca en él desde el átomo hasta el hombre. Todas las formas de la vida, según él, brotan espontáneamente (generatio spontanea o aequivoca), desde los protozoos, pasando por las sucesivas diferenciaciones, hasta la más alta de los mamíferos, la del hombre. Sus inmediatos antecesores son los primates. "El hombre viene del mono" es el tópico de la hora. Ya antes de La descendencia del hombre, de Darwin, Haeckel había desarrollado la teoría de la descendencia de esta manera radical en sus escritos: Generelle Morphologie der Organismen (1866) y Natürliche Schöpfungsgeschichte (Historia natural de la creación) 1868. 

Con ello quedó comprendido, dentro del monismo mecanicista, el hombre y el animal, el mundo orgánico y el inorgánico. Ni se detiene ante el binomio cuerpo-espíriutu. "Nos reafirmamos en el monismo puro y unívoco de Spinoza; la materia, como substancia infinitamente extensa, y el espíritu (o la energía) como substancia sintiente y pensante, son los dos atributos o propiedades fundamentales del ser divino omnicomprensivo, de la substancia universal." Así nos habla Haeckel en el primer capítulo de los Enigmas del Universo. Al equiparar espíritu a sensación y energía, muestra bien claro que, para él, espíritu y materia no son dos cosas esencialmente distintas. Igualmente allana este materialismo la dualidad del mundo y Dios. "El monismo no conoce en el universo más que una única substancia, que es al mismo tiempo Dios y naturaleza. Cuerpo y espíritu, o materia y energía, están indisolublemente unidos en ella. El Dios extramundano o personal del dualismo lleva necesariamente al teísmo; por el contrario, el dios intramundano del monismo lleva la panteísmo" (Enigmas, c. 1). Haeckel creía no poder representarse al Dios del teísmo sino en la forma de un "vertebrado gaseiforme". Haeckel llevó a cabo una violenta campaña contra la religiosidad de la Iglesia, siempre so capa de amor a la ciencia, a la evolución y al progreso. Fue un dicho favorito de él que la Iglesia se oponía a la ciencia y al progreso. Una de sus muchas afirmaciones gratuitas y simplistas.

Del monismo de Haeckel hoy no queda nada. La teoría de la descendencia del mono dio paso, en el campo de la ciencia, a una tesis más cauta, en el sentido de que ambos, hombre y mono, tenían un antepasado común. Después se limitó la posible descendencia al aspecto meramente somático. El sentido y la manera y grado de tal procedencia es hoy cosa cada vez más controvertida. El origen de las especies sigue siendo un enigma para la ciencia humana. No puede ciertamente admitirse como hecho comprobado por esta ciencia el origen espontáneo y mecánico de la vida a partir de la materia inorgánica, y menos, naturalmente, la identidad radical de cuerpo y espíritu. Puede decirse que el materialismo, al menos como teoría científica, está hoy superado. Pero en su tiempo los escritos de Haeckel extraviaron a miles y miles de espíritus, sobre todo en los círculos marxistas. A su muerte, Vorwärts (Adelante), órgano del partido social-demócrata alemán, escribió las siguientes palabras: "Lo que Voltaire fue para los franceses, eso debe ser dicho también en honra de Haeckel. Él es el adalid de la revolución alemana." (8 agosto de 1919). En el marxismo soviético ruso pasan todavía como ciencia las doctrinas de Haeckel. 

Bergmann y Dingler. Dos sucesores tardíos tuvo Haeckel en el campo nazi: E. Bergmann, con su libro Die natürliche Geisteslehre. System einer deutsch-nordischen Weltsinndeutung (Teoría naturalista del espíritu. Sistema de una interpretación germano-nórdica del mundo) 1937, y H. Dingler con su obra Von der Tierseele zur Menschenseele. Die Geschichte der geistigen Menschwerdung (Del alma del animal al alma del hombre. Historia de la transformación espiritual del hombre) (2)1942. Uno y otro tocan un punto desatendido por Haeckel, la explicación de la espiritualidad humana como término de la evolución. Pero no pasan, ambos, de dar consideraciones ocasionales, fruto de la situación política de entonces.


Hirschberger, Historia de la Filosofía, vol. 2 (Barcelona: Herder, 1974) pp. 317-21.

 
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