jueves, 8 de septiembre de 2011

Vagabundos de las estrellas



Antes del Silver Surfer, y antes aún del viajero estelar de Stapledon, estuvieron los viajeros mentales de Jack London. Y antes que ellos estaban los narradores de las visiones oníricas de los poemas de Chaucer y de otros autores de la Edad Media...

Los viajeros mentales de Jack London viajan por el tiempo, a épocas remotas donde vivieron otras vidas, según esa doctrina espiritualista que repetidamente proclaman sus personajes—que el Espíritu es eterno e indestructible, y va asumiendo diversas formas materiales transitorias, que hemos vivido vidas anteriores, etc. Así, en Before Adam un muchacho contemporáneo recupera en sus sueños la memoria racial y recuerda la vida de diversas razas primitivas del Pleistoceno. Y en El Vagabundo de las Estrellas el narrador, el presidiario Darrell Standing, revive diversas vidas viajando mentalmente por el pasado mientras su cuerpo está en estado de catalepsia:

"Durante las largas sesiones metido en la camisa de fuerza, he podido contemplar en mí mismo a miles de hombres que vivían todas esas vidas que son en sí mismas la historia del hombre en su ascenso a través de los siglos.
     Y mientras viajo al pasado, a través de millones y millones de años, mis recuerdos son tan majestuosos que he podido revivir las numerosas vidas implicadas en la larga aventura del hombre, desde que se produjeron las primeras migraciones de la especie" (344-45).

En esta doctrina de la Memoria Histórica Visionaria para mí absurda hay sin embargo un elemento que me interesa—la idea de que el mundo acarrea su historia a cuestas, y la idea de que la complejidad (una fase tardía del desarrollo) ha de construirse necesariamente pasando por la simplicidad de fases previas. Es una idea que debió extraer London de las ideas de Haeckel, entonces populares: la noción de que la ontogenia o formación del individuo recapitula la filogenia, la historia evolutiva de su especie:


"Al igual que el embrión humano, durante los breves diez meses lunares, con una rapidez desconcertante, con infinitas formas y apariencias que se multiplican sin cesar, repite la historia completa de la vida orgánica, desde el vegetal hasta el hombre; y durante su niñez, el cachorro humano repite la historia del hombre primitivo cometiendo actos de crueldad y salvajismo que van desde la perversidad de hacer daño a criaturas más pequeñas que él hasta el desarrollo de su conciencia tribal expresada mediante el deseo de pertenecer a una banda; del mismo modo yo, Darrell Standing, he revivido la lenta evolución del hombre primitivo, todo lo que ha sido y todo lo que ha hecho hasta convertirse en lo que somos en la actualidad.

"En realidad, cada uno de nosotros—como seres humanos que habitan en este planeta—llevamos en nuestro interior la maravillosa historia de la Vida desde sus comienzos. Está escrita en nuestros tejidos y en nuestros huesos; en nuestras funciones y en nuestros órganos; en nuestras neuronas y en nuestro espíritu, y en todas nuestras necesidades ancestrales—tanto físicas como psicológicas—, así como en todos nuestros atávicos impulsos. Hubo un tiempo en que fuimos como los peces, tú y yo, querido lector, y nos arrastramos fuera del mar para ser los primeros en aventurarnos en la tierra firme, sobre la que vivimos ahora. Todavía llevamos en nosotros las marcas del mar, así como las marcas de la serpiente, anteriores al tiempo en que la serpiente fue serpiente y el hombre fue hombre: cuando el ser anterior a la serpiente y el ser anterior a nosotros éramos uno mismo. Hubo un tiempo en que volábamos por el aire, y otro en que vivíamos en los árboles y nos asustaba la oscuridad. Aquellos vestigios permanecen grabados en toda la especie, en ti y en mí, al igual que lo harán en todos nuestros descendientes hasta el final de nuestra existencia sobre la tierra." (El vagabundo de las estrellas, 343)

Algunas de estas ideas expresadas por London tienen conexión con lo que Jung llamaría los arquetipos del inconsciente colectivo; otras tienen que ver con la evolución darwinista y la herencia mendeliana—lo más fascinante es que están aquí conjuntadas de una manera que no están en ninguno de estos autores. E incluso los estudiosos del genoma, casi un siglo después de Jack London, encontrarán que esta idea de que llevamos la historia de la Vida a cuestas es en algunos sentidos mucho más literal de lo que podían suponer los contemporáneos de London.

Path dependency, lo llaman hoy los biólogos—la historia que llevamos inscrita. Es un fenómeno que es visible en la evolución de los organismos vivos, y también en el trayecto vital de cada cual—pues cuanto más compleja es una forma de vida, la humana en particular, tanto más su complejidad requiere de un trayecto de desarrollo previo, tanto evolutivo-biológico como de desarrollo personal. Claro que no se refiere sólo London a la estructura corporal, sino a todas las formas de la complejidad, incluida la complejidad de las formas sociales y estructuras psicológicas; esto se aprecia en especial en sus relatos de regresión a la vida primitiva como sus historias de animales, o en La Peste Escarlata.  

En su relato "A Hyperborean Brew" London narra en tono humorístico la evolución cultural acelerada de una tribu primitiva de esquimales, bajo la influencia de la aceleración histórica que le imprimen unos blancos aventureros y explotadores. Y en muchos de estos relatos de London (por ejemplo en "La Peste Escarlata"  o en la Llamada de la Selva los instintos de la vida primitiva afloran cuando bajo circunstancias extremas se rompe la fina costra de civilización. Son relatos que estarían bastante en la onda de esa escuela sociobiológica que hoy proclama que tenemos un jet lag evolutivo, y que nuestros instintos están más adaptados al Pleistoceno que a la era actual, o por lo menos no han evolucionado suficientemente rápido.

Quizá lo que encuentro más interesante en London es la manera (imperfecta, sin duda, pero original y creativa) en que intenta acomodar en su ficción la Gran Historia de la humanidad. El Vagabundo de las Estrellas o La Peste Escarlata son en ese sentido ficciones evolutivas, no sólo evolucionistas. Con una incoherente contaminación de un espiritualismo también muy de la época, eso sí. Pero son ficciones que a su manera buscan de modo ambicioso un anclaje narrativo coherente de la historia que narran, para ubicarla en el marco de la evolución de la especie humana concebida como una Gran Narración—lo que Darwin había llamado no mucho antes la "grandiosa secuencia de acontecimientos" que nos ha hecho a los seres humanos lo que somos.

Todos vagabundos de las estrellas, desde el momento en que desde nuestro rincón de la realidad, echamos una mirada a lo lejos en el espacio, que es lo mismo que echar también una mirada a lo lejos en el tiempo— y vemos cómo este rincón del mundo y del tiempo contiene en cierto modo todos los demás, pues desde él son visibles o concebibles el remoto pasado en el que todo se originó, y ese futuro que a veces parece incómodamente próximo, pero que seguramente está inconcebiblemente lejos: el momento en el que mucho después del último hombre, llegue el fin del mundo, the crack of doom, sin nadie para ver el espectáculo, a no ser desde aquí.

 




 
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