viernes, 13 de mayo de 2011

Historicidad

La historicidad de las sociedades humanas la define Alain Touraine de una manera un tanto sui géneris (si bien interesante): dice que su historicidad consiste en la capacidad de la sociedad para producirse a sí misma. Esto es un fenómeno característico de las sociedades humanas en general (es lo que en otros contextos hemos llamado la Matrix del cerebro, o la virtualidad de la realidad no virtual): mediante la creación de un universo simbólico y cultural, y la gestión de la atención de los actores sociales, una sociedad siempre vive en una especie de burbuja de realidad autocreada: normas, creencias, rituales, ficciones, costumbres, ceremonias,  todo sirve como al grupo humano para autoinventarse, autorreconocerse frente a otros, y mantener esa identidad autogenerada. Vivimos, en la medida de lo posible, en un nicho ecológico autocontenido y amueblado con los productos de nuestras ficciones y construcciones y convenciones: edificios y ciudades artificiales, modas, envidietas sociales, objetos de deseo lucidos ante los demás, decoración de interiorismo, códigos de grupo, etc. Pongo el acento en la vanidad de todo ello, aunque Touraine va por otro lado. A lo que voy es que es una característica que él detecta en la sociedad humana y muy particularmente en la sociedad postmoderna, la nuestra:


"He utilizado en mis primeros libros la palabra historicidad para designar esta capacidad de autoproducción, mostrando el ascenso por etapas de esta historicidad, desde el dominio del consumo hasta el de la repartición, y luego a los de la organización y producción propiamente dichas. El uso que hacía de esta palabra era diferente del habitual, que consiste en designar el lugar de un hecho o de un conjunto en una evolución global; quería mostrar que la sociedad tenía una conciencia creciente de producirse ella misma en lugar de ser definida únicamente por evoluciones cuasi naturales. El uso que hacía entonces de la noción de historicidad no fue bien acogido, pero lo mantengo, pues ahí está lo esencial: nuestras sociedades se han considerado como creadas por sí mismas, hijas de sus obras, no sólo poniendo medios materiales al servicio de grandes proyectos, sino proponiéndose como objetivo principal la construcción, la consolidación y la defensa de sociedades en las que el interés entendido en el sentido más amplio, incluida la igualdad de posibilidades, constituye el principio más importante de evaluación de las conductas y de definición del bien y del mal. (Un nuevo paradigma 66)

Se refiere Touraine aquí al hecho de que las sociedades modernas tienden a no tener otro sistema de valores que aquél que es autogenerado por la propia dinámica social, cortando ataduras con la propia identidad histórica, tradición, normas supuestamente naturales o trascendentes.... Bien, esto puede tener tanto de liberación democrática como de deriva peligrosa, pero no es lo que quería yo analizar hoy. A lo que voy es que la historicidad o autogeneración social entendida al modo de Touraine no puede estar aislada ni entenderse al margen de la historicidad en sentido habitual, la que define el propio Touraine como "designar el lugar de un hecho o de un conjunto (de hechos) en una evolución global." Una sociedad se genera a sí misma siempre dialécticamente, partiendo de lo que ya era en una fase inmediatamente anterior, y en una situación histórica determinada. Las fuerzas de la autogénesis no surgen de la nada.

Este concepto de historicidad me interesa relacionarlo con el anclaje narrativo—definido precisamente como la ubicación de una serie narrativa microscópica, individual, o local, en el contexto de un "gran relato" o de otros relatos: de hecho, la contextualización de un acontecimiento histórico es la forma más clara y básica de anclaje narrativo. Pero este concepto puede entenderse en un sentido más amplio, pensando en la inserción de las historias humanas, o de la historia "histórica" en su conjunto, en la historia más amplia de la especie, incluyendo a la Prehistoria, y a la historia de la evolución humana. Que a su vez es un capítulo reciente de la historia de la vida, de la Tierra, del Universo.... Una perspectiva global sobre el universo no puede ser sino evolutiva, y estar atenta a cada pequeño desarrollo en el marco de la gran evolución en su conjunto, que incluye la evolución histórica y la evolución biológica y las trasciende. (Ver aquí un artículo sobre anclaje narrativo, y aquí otro sobre Historias de Todo).

Quiza sea hora de completar el concepto de anclaje narrativo con uno más amplio, el de cartografía narrativa o narrative mapping. El anclaje narrativo (ubicar una historia en el seno de otra más amplia) sería una forma básica y crucial de narrative mapping, pero puede haber otras. Estamos haciendo cartografía narrativa cuando situamos un tipo de historia frente a otro tipo de historia: por ejemplo clasificando una historia como un relato folklórico, o una leyenda, frente a otra que consideramos una obra de ficción, o una historia vivida, o una narración histórica.  Cada uno de estos géneros tienen subgéneros, variedades locales, etc. En suma, la cartografía narrativa pondría el énfasis en el concepto de género, pero con una peculiaridad. Porque podría decirse que si en cierto modo la cartografía narrativa contiene al anclaje narrativo como una de sus variedades, en otro sentido la propia genericidad tiene de por sí un anclaje narrativo. Por ejemplo, los relatos de fantasía de Tolkien pueden ubicarse en el contexto de la literatura fantástica del siglo XX, pero a la vez se genera su especificidad sobre la base de esquemas míticos procedentes de la Edad Media cuyas fórmulas imitan y a la que se remiten en parte: de ahí su peculiar ubicación en una Edad Media alternativa que no ha existido jamás, pero que sin embargo nos permite activar muchos esquemas interpretativos procedentes de nuestro conocimiento de la Edad Media histórica, para situarnos en ese mundo alternativo con un cierto sentido de la orientación. Es decir, las distintas modalidades genéricas también tienen su historicidad, y eso imprime un cierto carácter reflexivo y dialéctico, o paradójico si se quiere, a la relación entre anclaje narrativo y cartografía narrativa. El concepto de cartografía narrativa también se puede contener a sí mismo en abyme, como cuando concebimos la filosofía de la historia de Hegel como una cartografía narrativa que a su vez está ubicada para nosotros históricamente—entendemos sus análisis culturales como dos veces históricos, una perspectiva histórica situada en un punto de vista que es para nosotros a su vez histórica y genéricamente mediado.

El concepto de historicidad es propiamente humano en un sentido, en el sentido en el que se dice que los humanos son los únicos animales con historia. De hecho, viendo la definición de "historicidad" en el Diccionario de Filosofía de Ferrater Mora, no sospecharía uno jamás que la cuestión de la historicidad pueda aplicarse a fenómenos no humanos. En el artículo de "Historia", reconoce Ferrater Mora la acepción de "historia natural" (término que curiosamente dejó de usarse precisamente cuando la ciencia natural se volvió auténticamente histórica, es decir, evolucionaria, tras Owen, Darwin y Spencer).  Pero inmediatamente aclara que "hay tendencia a usar 'historia' solamente en relación con asuntos humanos. En el presente artículo trataremos de la historia primordialmente como 'historia humana'" (1651). Esto tiene sentido por esa peculiar reflexividad de lo histórico y de lo humano que observaba Touraine—de hecho, podríamos decir que lo humano es cada vez más histórico, que el Tiempo se va historizando de modo más intensivo hasta el punto de que en la modernidad adquiere el Tiempo una historia. (Pensemos en la Historia del Tiempo de Stephen Hawking). O, por decirlo con Zygmunt Bauman, de modo un tanto maximalista, "La historia del tiempo comenzó con la modernidad. Por cierto, la modernidad es, aparte de otras cosas, y tal vez por encima de todas ellas, la historia del tiempo: la modernidad es el tiempo en el que el tiempo tiene historia" (Modernidad Líquida 119).

Por relativizar estos asertos (útiles en tanto magnifican las diferencias), diremos que siempre ha habido una historia del tiempo, en los mitos, en las Biblias y otras cosmogonías, igual que ha habido desde antiguo una cierta noción de historicidad y hasta de evolución, antes de Darwin—de evolución de lo complejo a partir de lo simple (Ver aquí: "El orden natural y la complejidad: Paley, Lamarck, Vico y el Génesis"). Por variar sobre Bauman, podríamos decir que la Historia es el tiempo en el que el tiempo tiene historia, y no sería menos cierto. Ahora, la naturaleza y modalidades de esa historicidad de la historia, de lo que la envuelve y de lo que ella contiene, de los fenómenos, los acontecimientos y del tiempo—eso sí que está sujeto a variaciones históricas y tiene ello mismo una textura histórica. Ello y los análisis que lo traen a la luz. Es esta ubicación histórica simultánea de los análisis y de los objetos o procesos analizado lo que ha de tenerse en cuenta, en la medida de lo posible, al tratar la cuestión de la historicidad de los fenómenos, de su anclaje narrativo, y de la cartografía narrativa que para este estudio utilicemos.

Una discusión "historicista" a la que alude Ferrater Mora es la diferencia entre los acontecimientos históricos y los naturales:


"Según algunos, la realidad histórica es de hecho una realidad sui generis, distinta de cualesquiera otras realidades. La llamada 'historicidad' no es, según ello, una mera característica formal de lo histórico, sino algo así como el constitutivum de la realidad histórica. Según otros, la realidad histórica no se distingue fundamentalmente de otras realidades y hasta puede reducirse últimamente a la realidad natural. Ciertos autores indican que los hechos o acontecimientos históricos son únicos e irrepetibles, en tanto que los hechos o acontecimientos naturales son repetibles. Así, la Historia es una ciencia idiográfica en tanto que la física y otras disciplinas naturales son ciencias nomotéticas" (1651).

Pero recordemos la insistencia de Stephen Jay Gould en que la biología evolutiva es asimismo una historia, de acontecimientos irrepetibles. Todo es cuestión de escala. Ciertamente, los acontecimientos físicos también son únicos, como todo lo que pasa en el cosmos. Las clases de acontecimientos por definición no agrupan acontecimientos únicos. Pero lo mismo sucede a nivel histórico-humano: una guerra determinada, o un rey determinado, son un individuo y un acontecimiento (complejo) únicos, pero también son una guerra (un tipo de acontecimiento) y un rey (un tipo social). La historicidad tiene pues escalas variables—en el sentido de que determinados tipos de acontecimientos sólo son posibles en determinados momentos históricos. Pero esto también sucede con la historicidad del cosmos: la generación de átomos pesados, o de agujeros negros, tiene lugar necesariamente en un momento determinado de la evolución cósmica, no en cualquier momento. Y cada átomo y cada agujero negro es también un individuo. Vemos, pues, una continuidad entre los asuntos humanos y los acontecimientos naturales; de otro modo no tendría sentido el concepto de anclaje narrativo de unos en otros. La búsqueda de una consiliencia entre las ciencias humanas y las ciencias naturales lleva también a postular esta continuidad, y a enfatizar la historicidad de todo lo existente.


 
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