lunes, 28 de febrero de 2011

Like a Bubble







This life which seems so fair
Is like a bubble blown up in the air
By sporting children's breath,
Who chase it everywhere,
And strive who can most motion it bequeath:
And though it sometime seem of its own might,
Like to an eye of gold, to be fixed there,
And firm to hover in that empty height,
That only is because it is so light.
But in that pomp it doth not long appear;
    For even when most admired, it in a thought,
    As swelled from nothing, doth dissolve in nought.

(William Drummond of Hawthornden)





Me sigue llamando la atención este poema de Drummond. Es la propia ligereza e insustancialidad de la realidad lo que la mantiene flotando en el aire y fijando la atención de los niños.

Claro que habrá quien dirá que es al revés, que la realidad es lo que es sólido, y las ilusiones son lo flotante e irreal.

Queda el hecho de que las ilusiones son parte de la realidad, y no poca. No sé si eso le quita sustancia a la realidad, o le añade densidad, y planos de complejidad.

Y habrá que plantearse también la hipótesis de Drummond, si la realidad es acaso parte de las ilusiones.

Somos seres sociales, y fácilmente hipnotizados por lo que a los demás hipnotiza (—en general, podría decirse que somos los demás). La realidad física es una cosa, en la que hay que habitar y se habita, por supuesto. Pero la realidad física se hace manejable para los humanos mediante su manipulación y su transformación en realidad consciente.  Y esa realidad consciente no es un mero reflejo de la física—por el contrario, es una selección e intensificación de la realidad física, mediante la proyección a ella de esas Ideas que decía Platón—y las proyectamos con tanta intensidad que tendemos a confundir el objeto que tenemos delante, sombra de la idea, con la idea que hay en nuestra cabeza.

Por ejemplo, de todos los objetos que hay en mi mesa, acabo de orientar mi atención hacia la letra B del teclado del ordenador. La miro y es como si ella me mirase. Por el hecho de volverme consciente de ella, adquiere una intensidad, una centralidad y un protagonismo que no tienen ni siquiera las pobres V, G, H, y N que la rodean en la fóvea. Por algo tenemos fóvea—para facilitar esta reorganización del mundo mediante la consciencia y la atención. Atención: el mundo que hay delante no es suficiente ni se sostiene solo—hay que estructurarlo, organizarlo con la vista, proyectarlo desde la cabeza para resaltar los aspectos que nos interesan.

La atención se gestiona colectivamente.  No siempre consiste en mirar todos al mismo sitio, aunque en muchas ocasiones (conciertos, misas, Juicio Final, clases, partidos de fúbol) es así. En todo caso, es la atención de los demás lo que parece justificar la atención que atrae la pompa de jabón en el poema de Drummond. La atención tiene valor de cambio: lo que me atrae la atención se vuelve valioso, y viceversa. Al mundo social hay que soplarle para que flote.

Los humanos somos grandes especialistas en generar burbujas de atención. Las llamamos de muchas maneras, pero vienen a reducirse a lo mismo—a espacios virtuales de realidad acotada y generada por actos de atención colectiva.


Goffman, que sabía mucho, sabía lo importante que es la estructura de la atención. La llamamos organización de la realidad, pues nuestra realidad es atención a la realidad, y la gestionamos con lo que él denominaba marcos—marcos de referencia, una gramática de gestión de señales que consiste en poner un marco alrededor de un conjunto de signos, para convertirlos en un macrosigno, y hacerlos manejables: comprensibles, desplazables, transformables...  Nuestro lenguaje mismo, su gramática, se basa en esta gramática de la atención, pues colocamos un marco mental alrededor de cada palabra (en la escritura lo representamos con un espacio en blanco, para visibilizarlo). Y alrededor de cada frase, y alrededor de cada unidad de comunicación. Al igual que un marco hace resaltar a un cuadro o a una fotografía, estos marcos invisibles son instrumentos básicos para gestionar la atención sobre lo que contienen, y para contrastarlos y combinarlos entre sí.  Un marco es una pequeña burbuja, como las de Drummond, que a la vez llama la atención y contiene una pequeña realidad aislada del conjunto de la realidad exterior en la que flota. También es evanescente y puede disolverse en la insustancialidad. 

Mucho trabajo le dedicamos a la gestión de la atención. La realidad sólida es la que va unida a los procedimientos de organización del trabajo y de la vida social más estables y permanentes, aunque el planeta entero no es sino una burbuja grande flotando también.

Luego están las burbujas de realidad más efímeras. La fama, la poesía y la belleza son intensas, decía Keats—y sin atención no hay fama, ni poesía que valga, ni belleza que interese. Las naciones y las sociedades académicas, qué son, sino gestores de atención.


Siendo que la realidad es una estructura de información y sentido, toda estructuración acotada de información y sentido tiende a convertirse en una burbuja de realidad, inserta en una realidad más amplia quizá—pero si enfocamos en ella la atención, se convierte en la realidad que ocupa el primer plano. Como un relato dentro de un relato, o el mundo contemplado en una fotografía, o un reflejo en una bola de navidad.

Los discursos e instituciones, ésos que estudiaba Foucault, son instrumentos estructuradores y generadores de realidad. También lo son las técnicas y aplicaciones tecnológicas, los procedimientos acotados, los métodos establecidos; crean sus propios micromundos delimitados por ellos. Y los rituales y reglamentos, y las interacciones comunicativas que siguen patrones regulares y metódicos. Una relación amorosa crea su pequeño universo alternativo (de eso iba algún poema de John Donne); también lo hace una familia, una secta, un grupo de habituales que han desarrollado unos protocolos de atención y de interacción mediante los cuales reconocen quiénes son ellos, y dónde están.
 
"Sígueme el rollo", dice por ahí el título de una película. Si le seguimos el rollo a alguien, entramos en su realidad, en la realidad tal y como ese alguien la define. A veces estas realidades revientan como pompas, nada más levantarse e irse aquél, o dar la vuelta a la esquina.

El poderoso genera ondas de realidad en torno a sí y da forma a la realidad en la cual se mueve. Los acólitos a él sometidos aceptan esa versión de la realidad, el rollo que se les impone, y le bailan el agua, reforzando así la posición respectiva de unos y otros, y su definición compartida de quiénes son. A veces los tiranos establecen una competición entre la realidad pública y perceptible, evidente para todos, y la que ellos definen, y gozan obligando a sus súbditos a negar la evidencia; disfrutan viendo sus contorsiones cuando les hacen decir que el día es noche, y que los cerdos vuelan, o que tres más tres son cinco. No es el menor de los placeres del poder: y para sustentar el poder hace falta una cierta negación de la realidad—¿por qué hacerle caso al criterio de Zapatero, por ejemplo, —a quién se le podría ocurrir ponerle como organizador y árbitro de lo Real? Qué idea tan absurda.

Cuando el tirano, o el manipulador,  o el Sistema, cae, la realidad cambia súbitamente. Los rituales que la sustentaban dejan de tener sentido. Rápido, habrá que cambiar por otra esa realidad que se ha evaporado, porque en los tiempos de revolución, de carnaval y de anomia caótica hay demasiada realidad múltiple y posible, es demasiado visible su falta de forma—hay que organizar otro orden imaginario, ya.

También los accidentes y catástrofes nos pinchan la burbuja de realidad que habitamos. Nos vemos obligados a redefinir el marco en el que nos hallamos, y muchas cosas que nos ocupaban la atención pasan a segundo plano, o dejan de existir.

Cuando se tiene la muerte cerca, muy cerca (y eso puede ser siempre), es entonces cuando se ve cómo toda la realidad está contenida en una burbuja a la que has prestado mucha atención.

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