lunes, 22 de noviembre de 2010

Infiltrados (The Departed)

 

Viendo por fin Infiltrados (The Departed), la aclamada película de Martin Scorsese. Con excelentes actuaciones de Jack Nicholson, en uno de sus satánicos papeles, Matt Damon, Leonardo DiCaprio... y Martin Sheen, que es la segunda película suya que veo este fin de semana. 

El argumento, ya se sabe: "dos hombres en lados opuestos de la ley están infiltrados en la Policía Estatal de Massachusetts y en la mafia irlandesa, pero hierven la violencia y la sangre derramada cuando se descubren cosas,  y se envía a los topos a averiguar la identidad de su enemigo".

Es pues una película de espías, que se adentra bastante terreno en la paradoja del espía. A saber: la identidad es un constructo basado en la interpretación de un rol, y la identidad del espía, más. La identidad del individuo está garantizada por el grupo: la identidad social o profesional, por el círculo inmediato, familia, amistades y círculo laboral del sujeto. El espía infiltrado en un círculo adquiere una identidad provisional que superpone a la suya "auténtica". Pero un buen espía debe ser un infiltrado total, es decir, ser parte activa de la organización o círculo en el que se inflitra, y trabajar para él tanto como para quien le envía a espiar. Por eso el espía tiende por definición al caso del agente doble, y triple, y cuádruple—según cuál sea la maniobra informativa en concreto para la cual esté utilizando los recursos de que dispone provenientes de cada una de sus dos identidades básicas. Esta tendencia se agudiza si su identidad originaria o básica es dudosa, endeble, problemática o inestable—caso frecuente que tal vez le haya llevado a convertirse en espía, to begin with.  La amenaza de recursión al infinito, o de reducción al absurdo del papel del espía, es lo que podemos llamar la paradoja del espía.

Este es el tema de la película y de su original del cual es un remake, la película de Hong Kong Asuntos infernales (2002). Pero dice Roger Ebert que "I am fond of saying that a movie is not about what it's about; it's about how it's about it. That's always true of a Scorsese film." ("Me gusta decir que una película no va sobre lo que va, sino sobre la manera en que va sobre lo que va. Eso siempre es cierto sobre las películas de Scorsese"). Aquí vemos las vidas paralelas de dos chavales del barrio pobre de irlandeses en Boston. Vemos cómo los dos crecen para volverse infiltrados, uno en la mafia, el otro en la policía.
Colin Sullivan (Matt Damon) y Billy Costigan (Leonardo DiCaprio) compiten en desenraizamiento, en habilidad a la hora de mantener su doble juego, y en capacidad de intriga para atrapar a su sosia o imagen especular. También compiten en la historia sentimental como amantes de la misma psicóloga (con poca psicología aplicada, ella) y, símbolo de la intercambiabilidad o precaria identidad que los une, serán los dos (o quizá sólo uno de ellos) padres del niño de su chica. El juego doble del adulterio se cruza aquí con el de la falsa identidad, y tampoco la psicóloga Madolyn sabe muy bien a qué juego está ella jugando.

El juego del espionaje genera de por sí infiltración y agentes dobles, y ninguna organización está inmune. Se crean divisiones internas, suspicacias entre agentes, al saber que hay un inflitrado, pero también al saber que hay unidades especiales con información privilegiada: los policías son espiados por policías, y de hecho esto lo utilizará Colin Sullivan (encargado de "encontrarse a sí mismo" en la policía) para seguir la pista a Costigan, a través del capitán Queenan (Martin Sheen) que fue quien le reclutó para el trabajo.

Un par de buenos párrafos de la reseña de Roger Ebert:

"La tensión de la historia, que es considerable, se basa en la naturaleza humana. Tras varios años, ambos hombres llegan a identificarse con los hombres a los que engañan, y a desear su aprobación. Esto puede ser una variante del síndrome de Estocolmo: de hecho, lo vemos todos los días en políticos que se consideran servidores públicos aunque de hecho son ladrones. Si vas a ser un gángster convincente, tienes que estar preparado para cometer crímenes. Para ser un poli convincente, tienes que estar preparado para atizarles a los malos, incluso a algunos que conoces. Protege a tus auténticos jefes, y te harás sospechoso. Infiltrados da una vuelta más de tuerca porque tanto uno como otro sólo es conocido por unos pocos de los hombres del bando para el que trabaja. Si matan al jefe de Billy Costigan, al capitán Queenan, ¿quién puede testificar que Billy es en realidad un policía?
    A este círculo vicioso se le añaden unas ingeniosos niveles adicionales con los artefactos modernos de los teléfonos móviles y los ordenadores. Cuando se cruzan las trayectorias de los dos infiltrados, como acaban por hacer, ¿terminarán a uno y otro lado de la misma llamada telefónica? Cuando los polis sospechan que tienen un informador entre ellos, ¿qué pasa si le asignan al informador que se encuentre a sí mismo? Las trampas y traiciones de la vida encubierta quedan dramatizados en uno de mis momentos favoritos, cuando le dicen a uno de los personajes: "Te di la dirección equivocada. Pero fuiste a la que era".

Y una nota sobre la reflexividad inherente a las películas de espías: vemos actuación sobrepuesta sobre actuación, una espesa capa de láminas de significado, como en las comedias de Shakespeare cuando hay teatro dentro del teatro, o cuando (en Twelfth Night o en As You Like It) hay travestismo complejo, y un muchacho interpreta el papel de mujer disfrazada de hombre. La duda sobre la sustancia de la identidad acecha:

"Hemingway decía que si te sientes bien después, has hecho bien, y si te sientes mal es que has hecho mal. Colin y Billy se sienten mal todo el rato, y así sus vidas suponen una actuación que es una mentira. Y esta es la clave para las interpretaciones de DiCaprio y Damon: por la naturaleza de las películas creemos que la mayoría de los personajes actúan o hablan por sí mismos. Pero virtualmente en cada momento de esta película, excepto en unas pocas escenas clave, ellos no lo hacen. Los dos actores transmiten este conflicto interno atormentador de de modo que lo notamos y sentimos, pero no lo vemos—no van agitando banderas para llamar la atención sobre sus engaños" (Ebert).

Uno de los límites ideales de la paradoja del espía se da cuando (una vez destruido su anclaje secreto y precario en la organización que lo envió), el espía se encuentra abandonado en tierra enemiga, que es donde tiene ahora la identidad más sólida. Como el Enrique Cuarto de Pirandello, atrapado en su propio juego y obligado a seguir interpretando para siempre el papel que creía que podía interpretar—la máscara ahora pegada a la piel, y convertida en nueva cara.La tentación aquí es, pues, la inversión de papeles– muerto el satánico capo Frank Costello, y toda su banda—y una vez eliminado su alter ego o mala conciencia de un sorprendente tiro en la frente que le dan sus "compañeros", Colin Sullivan puede pasar ahora por un agente limpio y recto—en caso de que algo se descubra de sus trapicheos, siempre podrá decir que era un infiltrado en campo enemigo.  Peligra la identidad delincuente de Sullivan, igual que peligraba la identidad policial de Costigan debido al carácter secreto de su misión, que lo desvinculaba de casi todos los policías. La identidad es un sistema de información, y lo esencial es asegurar su coherencia. Si ciertos anclajes se eliminan, la coherencia de la identidad del espía puede verse súbitamente alterada. Y parece que esa va a ser la resolución de la película, pero hay un hilo suelto, claro—Colin Sullivan no ha matado a su novia, aunque Costigan le ha revelado a ella la secreta identidad criminal de Colin. Y quizá no la ha matado porque (con ella) no está actuando al cien por cien, sino sólo al cincuenta por cien (como hace ella con él, por otra parte, otra infiltrada). Y quizá o quizá no es ella la que contacta con el último peón suelto, el teniente del servicio secreto, socio del difunto capitán Queenan—que sin dar mucha conversación sorprende a Sullivan y le vuela la cabeza sin darle tiempo a resolver sus crisis de identidad. Muertes simétricas, también, con la de Costigan.

Con lo cual este último policía-sorpresa (Mark Wahlberg) se convierte, claro, en un asesino de policías (aunque fuese de un policía falso, no se sabía) y en un vigilante que es a la vez policía, juez y ejecutor. Una figura quintaesencialmente americana, claro—el justiciero fuera del sistema. Porque el sistema genera su propia corrupción, y su propia imagen especular o negativa, su alter ego indeseable. Y cuando no lo hace por extrusión, lo hace por intrusión. El funcionario corrupto, el político corrupto, son a la vez probos ciudadanos, y también son infiltrados más o menos activos, enviados por sí mismos,  o activados en momentos clave por sus redes de contactos para mover un papel que no moverían en otras circunstancias, o para aplicar una ceguera selectiva y puntual. Y volver luego a ser quienes eran, o quienes creen que son.





Otra película sobre infiltrados y sobre la paradoja del espía que he comentado antes por aquí es Lobo, de Miguel Courtois, que va sobre la infiltración en un comando etarra del famoso agente doble que respondía (o no) a ese alias. Y otra más es Munich de Steven Spielberg, sobre los terroristas antiterroristas de los servicios secretos israelíes.

Sobre la manera en que los secretos a la vez constituyen parte importante de la realidad y a la vez hacen inestable la realidad, puede leerse el artículo "Secretos, anagnórisis, retrospección, realidad". Pero sobre la lógica o doble lógica del espionaje, y de los juegos de estrategia y simulación a que conduce, hay que leerse (y es imprescindible) el libro de Erving Goffman Strategic Interaction. Aquí hay un comentario parcial: "Teoría paranoica de la observación mutua". Infiltrados va más allá de la mera película de espías, pues la inseguridad del yo alcanza límites metafísicos y analíticos. Llega a la categoría de película goffmaniana. Y también es más cosas, y tiene otras facetas, como todo el mundo.

 
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