Para quien no entienda, como no entiendo yo, la pseudopolítica de pseudopartidos y grupos en la Universidad, recomiendo mucho leer el artículo de José Carlos Bermejo Barrera sobre la pequeña política académica, "¿Quién debe gobernar las Universidades? Ensayo sobre la legitimidad académica". Repasa diversas modalidades y avatares del poder, autoridad y "gobernanza" universitaria. Y no me puedo resistir a reproducir aquí su última sección, "Autoridad maquiavélica pura", que versa sobre los grupillos y liderazgos en la actual universidad española. ¿Por qué? Pues porque el autor nos tiene cachaos, como si nos hubiese estado mirando por el agujero de la cerradura. Observen, observen—e ilústrense:
Autoridad maquiavélica pura
Ese tipo de autoridad se basa en la mera búsqueda del poder por el poder mismo, a lo que Nicolò Maquiavélico llamó virtú. Según él, todo el mundo desea el poder y quien tiene el poder desea conservarlo e incrementarlo. A su vez, siguiendo un criterio establecido por Thomas Hobbes, podemos decir que en la universidad española “tener el poder es tener el crédito de que se tiene el poder”. O lo que es lo mismo, eres poderoso si consigues hacer creer a los demás que eres poderoso.
Como en la universidad española el prestigio académico, nunca plenamente medible, e incluso muchas veces intangible, nunca llegó a cuajar plenamente, muchos profesores han llegado a la conclusión de que hacer creer a los demás que se tiene poder es lo único importante, porque así también pasarán a creer que tenemos prestigio. Y esto es cierto porque no es el prestigio el que otorga el poder, sino el poder el que otorga el prestigio.
Es pues necesario conseguir el poder, que podrá ser:
a)- político, pasando continuamente de la universidad a la política y vicecersa;
b)- económico, controlando los recursos económicos de los demás profesores y de las universidades, gracias a los sistemas de concesión de proyectos, puestos, cargos, o complementos salariales, tanto en el ámbito académico como en el político, en sus cuatro niveles: local, provincial, autonómico y estatal,
c)- académico, ocupando cargos como resultado de procesos electorales que imitan los procesos políticos. Una vez que se consigue este último poder no sólo se consiguen controlar los recursos materiales de las universidades y a las personas que trabajan en ellas, sino también establecer el dominio del lenguaje y sobre todo, el control de los sistemas de producción de normas y procesos de evaluación.
Ahora bien, ¿cómo se desarrolla el juego electoral? Básicamente mediante un sistema de simulaciones superpuestas.
La primera de ellas es una simulación política. A la muerte de Franco todos los partidos políticos clandestinos estaban dotados lógicamente de una gran legitimidad política. Muchos profesores antifranquistas se agruparon para intentar pasar a gobernar las universidades todavía en manos de algunos herederos del franquismo. Esos grupos fueron muy minoritarios, en principio, y además nunca se pudo ver de modo nítido su afiliación política, puesto que los partidos políticos y los sindicatos no los apoyaban explícitamente, aunque todo el mundo sabía quién era quién en la universidad española.
En esos grupos políticos opacos no había ni carnets ni criterios de afiliación. Se trató de grupos fluidos y en los que se apelaba básicamente, como es lógico en la universidad, a la racionalidad y al prestigio académicos, que se pretendían introducir ahora por primera vez en la misma universidad. Fue la apelación a los valores académicos y el carácter difuso de esos mismos grupos lo que favoreció que, una vez que lograron democráticamente el control de muchas universidades españolas, se viesen incrementados en su supuesta afiliación por muchos otros profesores de todas clases de coloraciones políticas que vieron en ellos la nueva forma de promocionarse académicamente.
Surgieron así grupos de presión, o meras camarillas académicas, nunca apoyadas claramente por partidos y sindicatos, cuyos miembros en muchos casos ni siquieran se dieron a conocer públicamente, pero que actuaron, no como lo que eran (grupos de intereses académicos, y a veces incluso de amigos o parientes, como ocurría en algunas de las universidades de la Edad Moderna de las que habla W. Clark), sino como portavoces simulados de ideologías y partidos políticos: nacionales, regionales o estatales.
En segundo lugar tenemos una simulación académica. En ella un profesor o un grupo de profesores pasan a hablar, ya no como “políticos sui generis”, sino como científicos de prestigio. Un prestigio que, tengan o no, ellos mismos se encargan de exhibir continuamente, no con el fin de continuar incrementándolo con su trabajo científico, sino con el fin de gobernar a los otros profesores a partir de ese supuesto prestigio, que los demás profesores no serán capaces de valorar, ya que no son especialistas en el campo especifico de quien exhibe su autoridad intelectual, pero con el que se pretende intimidarlos, intentando convencerlos de que, si reconocen ese supuesto prestigio, podrán beneficiarse de algún modo de todos los privilegios que puede conceder la autoridad académica.
Se puede utilizar esta simulación cuando no sirve la simulación política, dando así algunos profesores la impresión de que poseen lo que antes se llamaba una personalidad múltiple, y que ahora en el DSM IV norteamericano se llama simplemente personalidad intestable.
A la simulación política y académica se puede añadir la simulación económica. Cuando profesores que son básicamente funcionarios pasan a hablar e intentan actuar como si fuesen empresarios, ya sea estableciendo contactos con empresas existentes o intentando crear sus propias empresas (blindadas de los vaivenes del mercado gracias al amparo que las universidades y los fondos públicos pueden proporcionar hoy en día a empresarios de todo tipo, siempre dispuestos a parasitar el presupuesto del estado y los fondos de las universidades), caen en una profunda contradicción, que les llevará a oscilar, en su comportamiento y en sus expresiones verbales, entre estos dos polos opuestos: la renta pública y el mercado, lo público y lo privado, pasando de un lado al otro de modo oportunista según lo requieran las circunstancias de cada momento, o las personas con las que se esté hablando. De modo que se podría hablar de un cambio de personalidad a demanda del usuario.
La misma utilización oportunista de palabras y argumentos puede darse también en otro tipo de simulación, la simulación de la defensa de causas justas.
Estas causas, que transcienden a veces el ámbito de las ideologías estrictamente partidistas, causas como el feminismo, el ecologismo, o cualquier otra, también han sido utilizadas de un modo oportunista por parte de las autoridades académicas o de aspirantes a serlo, en el campo de la vida académica ordinaria y en las confrontaciones de los procesos electorales, cuando en ellos se da una confrontación verbal y no una mera captación, sin más, de votos.
Las causas justas, como la paridad en los cargos, se utilizan muchas veces no porque se crea en ellas, sino porque pueden ser rentables electoralmente, de modo que, por ejemplo, una profesora puede postularse como una buena candidata a un determinado cargo académico porque es una mujer - eso es evidente si es una profesora - cuando conviene decir que se es mujer, y pedir una cuota de poder; como política, cuando interesa reivindicar su militancia, o como científica eminente, cuando éste sea el criterio más rentable. Con lo cual se consigue manipular del mismo modo a demanda la causa feminista.
Del mismo modo, en el caso de las nacionalidades históricas con lenguas propias, se puede utilizar la reivindicación de las lenguas nacionales, cuando convenga y no sea mejor proclamarse internacionalista y hablar inglés (como buen científico).
Es curioso comprobar sin embargo que, al contrario de lo que ya ocurrió en los los EE.UU., los criterios contra la discriminación por opciones sexuales de gays y lesbianas y el consiguiente establecimiento de cuotas aun no han sido aplicados en el caso de la universidad española, sencillamente porque aún es muy puritana. Cuando deje de serlo tendremos una nueva causa a utilizar por los candidatos y otra causa justa a manipular a demanda por parte de las autoridades académicas, hasta ahora pudibundas, que estarán dispuestas a buscar su legitimidad en cualquier parte.
Hemos podido observar en España el paso de una legitimidad académica tradicional lastrada por la historia a otra carismática, alterada por criterios políticos de partido, de ésta a la autoridad burocrática pura, a la autoridad burocrática ejercida por el mero placer de la burocracia, y de esta última a la exaltación de los criterios de mercado para no cumplirlos nunca.
Todos los criterios sirven, todos los lenguajes se pueden utilizar porque, en el fondo, quienes hablan en el campo de la autoridad y la legitimidad académica están convencidos de que en la universidad española las palabras no significan nada, porque todos los discursos son igualmente banales y se pueden utilizar paralela y simultáneamente, a pesar de que parezcan contradecirse entre sí. Y porque sólo hay una cosa segura, porque sólo existe un lugar en el que reside la verdad, que es el del puro ejercicio del poder.
Un poder cuyo ejercicio ha conseguido que España haya aportado una gran novedad en el campo académico: la creación de un nuevo tipo de profesor europeo, el profesor maquiavélico puro, maestro en el uso de todo tipo de argumentos, capaz de negociarlo todo, de pactar con quien sea necesario con el fin de conseguir el objeto más deseado: el puro placer de gobernar a muy pequeña escala. Y de este modo poder seguir hablando sin parar una nueva lengua que consigue convertir en realidad los deseos de quienes la hablan, a costa de hacer desaparecer la realidad misma.
(Esto es lo que en otras ocasiones hemos llamado, en su aplicación a nuestro contexto inmediato, la Matrix Departamental. Pues nuestro departamento de Filología Inglesa y Alemana es un caso muy atacado de estos síndromes pintorescos, donde el rancio feudo converge con la Convergencia Europea...).