miércoles, 27 de enero de 2010

Rancios pero rancios


Se está tramitando en la Universidad de Zaragoza una propuesta de doctorado Honoris Causa para José Antonio Labordeta. A mí me parecería un honor para la Universidad que Labordeta accediera a ponerse la muceta y las vestiduras talares éstas ridículas de los académicos, para aceptar ser nombrado Doctor Honoris Causa, y desde luego me parece muy bien la idea, que ójala salga adelante. Aunque puede que sea políticamente controvertida la propuesta, por su militancia política y su visibilidad pública, creo que la figura de Labordeta trasciende para muchos las propuestas políticas específicas de su partido: yo no soy sospechoso de ser de la Chunta, pero me parecería muy bien que se le nombrara, que aceptase, y que largase en el pregón lo que le pareciera oportuno. Si todos tarareamos sus canciones, bien podrá él largar el discurso que se le antoje, en la Universidad, y seguro que sería educativo.

Espero que no se dé el caso de que la Universidad sea tan rácana y estrecha de miras como para no aceptar la propuesta. Todo podría ser, siendo una figura no académica y con resonancia política y popular, por significativa que haya podido ser su aportación a la cultura y la identidad de Aragón. De momento, nuestra Facultad, la facultad donde estudió él, ya se ha lucido, negándose a apoyar la propuesta, como se deja ver en esta noticia de El Periódico. Por supuesto sí hay profesores que han promovido esta candidatura en la Facultad, pero no ha tenido bastante apoyo ni en una Junta pasada, cuando se rechazó, ni en la que hubo el otro día, donde al parecer ni se llegó a someter a votación, entiendo que porque los tanteos previos mostraban que no saldría adelante la propuesta. De hecho era tan vergonzante y con boca pequeña la propuesta discutida por nuestra facultad que creo que ni siquiera iba firmada ni presentada explícitamente por nadie. Algunos miembros de esa Junta rancios pero rancios han buscado razones en contra: que si Labordeta no es una gran figura de la investigación académica (cosa que no es una exigencia según los estatutos), que si es inadecuado nombrar a alguien que estudió en el propio centro (...!!!!...). Supongo que habrá trasfondo político detrás de estas objeciones. Pero sobre todo ranciedumbre. Y envidieta de la que nunca falta en Aragón y en España.

Me parece un episodio que retrata bastante, por desgracia, a nuestra Facultad. Encastillada en no se sabe qué, y bastante nula a la hora de relacionarse de manera inteligente con su entorno. Yo que Labordeta les decía que se podían guardar la muceta donde les cupiese, ya que los especialistas le hacen el feo. Pero me supongo que será más educado ("en tardes de pavor") y de mejor trato que ellos. Que nosotros, digo.

¡Rancia institución de oscuros funcionarios! Ahora, que rigor no nos falta—rigor mortis.


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PS: Hablando más con gente de la Junta de Facultad de Filosofía, me llega otra perspectiva un tanto distinta de lo arriba dicho. Por lo que se ve he subestimado la voluntad muy clara que parecen tener muchos en Filosofía y Letras de que los Honoris Causa tienen que ser exclusivamente por méritos académicos—sea cual sea el color político de la propuesta. Lo cierto es que yo daba por hecho que la figura del doctor honoris causa, después algunos de los que hemos visto desfilar, del Rey abajo, estaba ya totalmente desvinculada de las exigencias estrictamente académicas. Y de hecho lo está (pues la Comisión de Doctorado de la Universidad ha sido unánime dando el visto bueno a la propuesta de Labordeta). Pero hay otras opiniones al respecto, y muy respetables por cierto, en la Facultad de Filosofía y Letras. Por otra parte, también pesó bastante, en la manera como salieron las cosas, la manera en que se presentó la propuesta por parte de quienes la apoyaban (?) en la Junta de Facultad: poco cuidada, sin firmar ni contar con el apoyo de ningún departamento, sin justificar mínimamente, basada más bien en presuponer que sería aprobada por aclamación.... cuando con un mínimo de información se habría visto que no era ese el caso, ni mucho menos. Y demostrado queda que los doctorados honoris causa no se regalan sin más, y son motivo de contencioso y pasiones y murmullos, en los oscuros pasillos de la Institución.

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