Todos los campos de estudio e investigación, todas las grandes Escuelas, requieren sacrificio humano. Porque su objetivo principal no es la cultura, y su utilidad académica no se limita a la educación. Sus raíces se hunden en el deseo de saber, y su vida es mantenida por quienes persiguen cierto amor o curiosidad por sí mismos, sin referencia siquiera al progreso personal. Si este amor y curiosidad individuales fracasan, su tradición se hace esclerótica.
Por tanto, no hay necesidad de menospreciar, ni siquiera de sentir lástima, por los meses o años de vida sacrificados a cualquier investigación mínima: por ejemplo, al estudio de cierto texto medieval insulso y su balbuciente dialecto, o de algún miserable poetastro “moderno” y su vida (espantosa, aburrida, y afortunadamente, corta)… NO, SI el sacrificio es voluntario, y SI está inspirado por una genuina curiosidad, sentida de manera espontánea o personal.
Pero concedido eso, se debe sentir un grave desasosiego cuando falta la inspiración legítima; cuando la materia o asunto de “investigación” viene impuesto, o es “sacado” del saco de curiosidades de otro para un aspirante, o es considerado por un comité como ejercicio suficiente para obtener un título académico. Sea lo que haya resultado útil en otras esferas, hay una gran diferencia entre aceptar el trabajo espontáneo de muchas personas humildes para construir una casa inglesa y levantar una pirámide con el sudor de esclavos de la graduación.
Pero la cuestión no es, desde luego, tan simple. No se trata sólo de la degeneración de la auténtica curiosidad y entusiasmo en una “economía planificada”, bajo la cual gran parte del tiempo de investigación se embute de cualquier modo en pellejos más o menos normalizados, convertido en salchichas de tamaño y forma aprobados por nuestro mezquino libro de recetas propias. Aun cuando eso fuera una descripción suficiente del sistema, vacilaría antes de acusar a nadie de hacerlo premeditadamente o de aprobarlo con entusiasmo ahora que lo hemos conseguido. Ha crecido, en parte por accidente, en parte a causa de la acumulación de expedientes provisionales. Se ha invertido mucha reflexión en ello, y se ha dedicado mucho trabajo entregado y mal remunerado a administrarlo y a mitigar sus males. (…)
En tal estado de cosas, la divergencia de intereses, o al menos de pericia, es inevitable. Pero no se ha hecho nada para salvar las dificultades—antes bien, se han agravado—causadas por la aparición de dos figuras legendarias, los duendes Lang y Lit. Así prefiero llamarlos, ya que las palabras lengua y literatura, aunque por lo general mal utilizadas entre nosotros, no deben ser degradadas de ese modo. La mitología popular parece creer que Lang salió de un huevo de cuco dejado en el nido, en el que ocupa demasiado lugar y roba los gusanos del pollo Lit. Algunos creen que Lit fue el cuco, empeñado en echar fuera a su compañero de nido, o en sentarse sobre él; y ellos gozan de más apoyo gracias a la historia real de nuestra Escuela. Pero tampoco ese cuento está bien fundado. (…)
Lengua y Literatura aparecen como “partes” de una disciplina. Eso era bastante inofensivo, e incluso cierto, al menos mientras “partes” signifique, como debiera, aspectos y énfasis, que, puesto que tenían “igual importancia” en la disciplina como un todo, ni eran exclusivas, ni propiedad de este o aquel especialista, ni tampoco el objeto único de un curso de estudio.
Pero, ¡ay!, “partes” sugería “partidos”, y muchos tomaron partido. Y de ese modo, salieron a escena Lang y Lit, los compañeros de nido enfrentados, cada uno tratando de acaparar más tiempo de los aspirantes, sin importar lo que los aspirantes pudieran pensar. (…).
Cuando el inglés y su parentela se convirtieron en mi trabajo, me dediqué a otras lenguas, incluso al latín y al griego; y le tomé gusto a Lit tan pronto como me puse del lado de Lang. Efectivamente, me uní al bando de Lang, y descubrí que la brecha entre partidos era ya enorme; y a menos que recuerde mal, continúo ensanchándose durante algún tiempo. Cuando volví de Leeds en 1925, NOSOTROS ya no significaba estudiantes de inglés, significaba partidarios de Lang o de Lit. ELLOS significaba todos aquellos que estaban en el otro bando: gente de infinita astucia, que había que vigilar constantemente, no fuera a ser que NOS derrocaran. Y… ¡los muy canallas lo consiguieron!
Porque si ustedes disponen de Partes con etiquetas, obtendrán Partidismos. Las luchas entre facciones, desde luego, son con frecuencia divertidas, en especial para los de ánimo belicoso; pero no está claro que hagan ningún bien; no son mejores en Oxford que en Verona. Tal vez las cosas les hayan parecido a algunos más aburridas en el largo período durante el que la hostilidad estuvo adormecida; y a los tales todo les podría parecer más animado si se reavivaran los rescoldos. Espero que no suceda. Habría sido mejor que nunca se hubiesen encendido.
La supresión del malentendido de los términos puede producir en ocasiones amistad. Así que, aunque el tiempo que queda es breve, consideraré ahora el mal empleo de lengua y literatura en nuestra Escuela. Creo que el error inicial se cometió cuando The School of English Language and Literature se adoptó como nuestro nombre. Los que la aman la llaman la School of English o la English School—en donde, si se me permite introducir una puntualización de Lang, la palabra English no es adjetivo, sino un nombre en composición libre—. . . .
… creo que fue un error incluir Lengua dentro de nuestro nombre para señalar esta diferencia, o para poner sobre aviso a los que ignoran su propia ignorancia. No menos porque a Lengua se le da así, como además sospecho que fue la intención, un sentido artificialmente limitado y seudotécnico que separa este asunto técnico de la Literatura. Tal separación es falsa, y este empleo del vocablo “lengua”, también.
El sentido correcto y natural de Lengua incluye Literatura, del mismo modo que Literatura incluye el estudio del lenguaje de las obras literarias. Litteratura, que procedía del significado elemental “grupo de letras; alfabeto”, se empleaba como equivalente de los términos griegos grammatike y philologia: es decir, el estudio de la gramática y del idioma, así como el estudio crítico de los autores (enormemente preocupados por el lenguaje). Esas cosas que todavía debería incluir siempre. Pero aun cuando algunos deseen ahora utilizar la palabra “literatura” en un marco más restringido, para referirse al estudio de escritos que poseen una intención o una forma artísticas, con tan poca referencia como sea posible a la grammatike o a la philologia, ésta su “literatura” sigue siendo una función de la Lengua. Puede ser que la Literatura sea la operación o función más elevada de la Lengua, pero no obstante, es Lengua. (…)
Yo nací en [Sudáfrica], aunque no reclamo ser el más erudito de los que han venido aquí desde el extremo más lejano del Continente Negro. Pero llevo el odio al apartheid en los huesos; y detesto por encima de todo la segregación o separación entre Lengua y Literatura. No importa a cuál de los dos consideren el Blanco.
(J. R. R. Tolkien, “Discurso de despedida a la Universidad de Oxford,” 5 de junio de 1959. En Los monstruos y los críticos, Barcelona: Minotauro/Planeta DeAgostini, 2002)
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