domingo, 30 de junio de 2019

Los Trabajos de Persiles y Sigismunda como alegoría de la civilización

La novela póstuma de Cervantes deja a muchos descontentos y extrañados quizá ante todo por la sobreabundancia de episodios y tramas secundarias que convierten la historia de los protagonistas casi en un relato marco donde muchas veces son meros observadores. Por otra parte no deja de ser enojoso para el lector el detalle de que hasta mediada la novela no oigamos hablar de los tales Persiles y Sigismunda, pues se presentan a todos y también al lector con los nombres fingidos de Periandro y Auristela. En fin, insatisfacción mayúscula produce que tras una novela de complejas ironías y juegos narrativos como el Quijote, revierta Cervantes en última instancia a un género más convencional y trillado, una novela bizantina que hay que considerar un paso atrás en el camino abierto por el Quijote. Tiene la novela cosas que apreciar, sin embargo, y su éxito entre los contemporáneos fue mucho más considerable del que se suele suponer, al igual que su influencia. 

La crítica se ha lanzado al rescate de los aspectos más apreciables del Persiles, que no son difíciles de hallar. Obsérvese este principio tan moderno in medias res:
Voces daba el bárbaro Corsicurbo a la estrecha boca de una profunda mazmorra, antes sepultura que prisión de muchos cuerpos vivos que en ella estaban sepultados, y, aunque su terrible y espantoso estruendo cerca y lejos se escuchaba, de nadie eran entendidas articuladamente las razones que pronunciaba sino de la miserable Cloelia, a quien sus desventuras en aquella profundidad tenían encerrada.
Y al margen del interés de los episodios, auténtica colección adicional de novelas ejemplares por derecho  propio, no carece de eficacia el relato marco que los engarza: un viaje que lleva a los príncipes huidos, haciéndose pasar por hermanos, desde los remotos confines de la Cristiandad en tierras septentrionales, al centro de la civilización, de la historia y de la religión, Roma, pasando por tierras de Portugal, España, Francia e Italia. Es una fábula de peregrinación, es más, de un viaje al centro de las cosas, bien adecuada a ese Cervantes contrarreformista, del que pocas veces se dice que se ordenó fraile franciscano poco antes de morir, siendo novicio desde 1613.  

Varios críticos, señala Romero Muñoz, han subrayado esta estructura básica en la que se reconoce un progreso realista desde la barbarie y las tierras extremadas, hacia el centro del mundo y del orden divino de las cosas humanas—el catolicismo español (en lucha con el islam), y la urbe de Roma, centro del mundo y de la historia, como culminación de la peregrinación. Puede apreciarse hoy, desde la perspectiva evolucionista cultural, una nueva dimensión del Persiles como emblema del valor de la cultura cristiana encarnada en su perfección posible en el catolicismo.

Para que la actitud del lector cambie, para que las "inverosimilitudes" del Persiles sean excusadas —y hasta apreciadas— ha habido que aguardar a que en la sensibilidad literaria occidental se haya producido un notable cambio. Aesllo ha contribuido sin duda la crisis de confianza en las capacidades expresivas del "realismo", pero, sobre todo, el general esfuerzo de comprensión que ha llevado a reexaminar y revalorizar la visión manierista y barroca del mundo.
    Resulta evidente que el punto de inflexión, la fe de nacimiento de un modo nuevo (y, al mismo tiempo, bien arraigado en ciertos usos de los siglos XVI y XVII) de entender el Persiles desde una perspectiva unificadora, basada en la praxis esotérica, está constituida por cierta intervención (a decir verdad, ocasional) del en sus tiempos tan atacado —y hoy tan ignorado— Nicolás Díaz de Benjumea, para quien todo el Persiles no es otra cosa que "una alegoría de la peregrinación de la humanidad desde los primitivos tiempos salvajes, cuya primera escena se coloca en los antros de la tierra y en las oscuridades de la ignorancia, hasta llegar, por medio de los sucesos más extraños y varios, a la cúspide de la luz que busca, y en torno de la cual ha girado como buscando su centro y su reposo (La verdad sobre el Quijote, Madrid, Imprenta de Gaspar, 1878 (333)). Muchos años más tarde, la idea fue recogida por Casalduero (1947) en un libro no sólo polémico sino provocador, "excesivo", pero que, a pesar de todo, tiene el gran mérito de "hacer funcionar" numerosos detalles —y hasta episodios completos— de la obra hasta entonces considerados "intertes", por no decir fuera de lugar e incluso impertinentes.. Las precisiones, las correcciones de ruta son inevitables, pero, a partir de ahora, resulta claro que no se puede ignorar este camino. (Carlos Romero Muñoz, introd. a Los Trabajos de Persiles y Sigismunda, Cátedra, 2004, p. 55).

Relaciona Romero Muñoz esta interpretación con las teorías del Pinciano sobre el "alma del poema", y con la intención explícitamente alegórica o moralizante de obras coetáneas del mismo género. 

Un detalle de esos que parecen irrelevantes o gratuitos pero que adquieren sentido con esta interpretacón global es la curiosa alusión de Cervantes a la diócesis de Groenlandia, de la que da un retrato idealizado basado en parte en el libro de Nicolò Zeno, pero adornado con detalles eclesiásticos que convierten esa Ultima Thule (y más allá) en una provincia remota pero activa de la Iglesia romana. Hay allí un monasterio en el que se enseña incluso la lengua española, junto con la francesa, la toscana y la latina, pues hasta allí llegan monjes de todas esas naciones o lenguas. Es una visión, sueño o alegoría de una unificación del mundo bajo la Iglesia católica, que al parecer llega hasta los límites extremos de donde se tiene noticia, uniendo toda la geografía y la historia humana en un plan común, trazando así un orbe universal. Y es una interesante perspectiva sobre la novela que la sitúa en el marco de la gran globalización moderna que supuso la expansión exploradora y viajera del Renacimiento.






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